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octubre 23, 2023 in Evangelios

Lecturas del día 29 de octubre de 2023

Primera lectura

Ex 22, 20-26
Esto dice el Señor a su pueblo: “No hagas sufrir ni oprimas al extranjero, porque ustedes fueron extranjeros en Egipto. No explotes a las viudas ni a los huérfanos, porque si los explotas y ellos claman a mí, ciertamente oiré yo su clamor; mi ira se encenderá, te mataré a espada, tus mujeres quedarán viudas y tus hijos, huérfanos.

Cuando prestes dinero a uno de mi pueblo, al pobre que está contigo, no te portes con él como usurero, cargándole intereses.

Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes de que se ponga el sol, porque no tiene otra cosa con qué cubrirse; su manto es su único cobertor y si no se lo devuelves, ¿cómo va a dormir? Cuando él clame a mí, yo lo escucharé, porque soy misericordioso”.

Salmo Responsorial

Salmo 17, 2-3a. 3bc-4. 47 y 51ab

R. (2) Tu, Señor, eres mi refugio.
Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza,
el Dios que me protege y me libera.
R. Tu, Señor, eres mi refugio.
Tú eres mi refugio,
mi salvación, mi escudo, mi castillo.
Cuando invoqué al Señor de mi esperanza,
al punto me libró de mi enemigo.
R. Tu, Señor, eres mi refugio.
Bendito seas, Señor, que me proteges;
que tú, mi salvador, seas bendecido.
Tú concediste al rey grandes victorias
y mostraste tu amor a tu elegido.
R. Tu, Señor, eres mi refugio.

Segunda lectura

1 Tes 1, 5-10
Hermanos: Bien saben cómo hemos actuado entre ustedes para su bien. Ustedes, por su parte, se hicieron imitadores nuestros y del Señor, pues en medio de muchas tribulaciones y con la alegría que da el Espíritu Santo, han aceptado la palabra de Dios en tal forma, que han llegado a ser ejemplo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya, porque de ustedes partió y se ha difundido la palabra del Señor: y su fe en Dios ha llegado a ser conocida, no sólo en Macedonia y Acaya, sino en todas partes; de tal manera, que nosotros ya no teníamos necesidad de decir nada.

Porque ellos mismos cuentan de qué manera tan favorable nos acogieron ustedes y cómo, abandonando los ídolos, se convirtieron al Dios vivo y verdadero para servirlo, esperando que venga desde el cielo su Hijo, Jesús, a quien él resucitó de entre los muertos, y es quien nos libra del castigo venidero.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 14, 23
R. Aleluya, aleluya.
El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará
y haremos en él nuestra morada, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio

Mt 22, 34-40
En aquel tiempo, habiéndose enterado los fariseos de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se acercaron a él. Uno de ellos, que era doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?”

Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Reflexión sobre Mateo 22, 34-40

Dentro del vasto tejido del Evangelio según San Mateo 22, 34-40, encontramos en el pasaje una perla brillante que encapsula la esencia del mensaje cristiano. Este fragmento nos presenta una enseñanza que se encuentra en el núcleo de la tradición judía y que Jesús, el Nazareno, eleva y refuerza para marcar un hito en la comprensión espiritual de la época.

Debemos comprender el contexto en el que Jesús pronuncia estas palabras. Estamos en un tiempo de intensa actividad mesiánica, donde diferentes grupos dentro del judaísmo están en constante debate sobre la naturaleza de Dios, la ley y la esperada liberación de Israel. Los fariseos, conocidos por su estricta adherencia a la Torá, buscan constantemente poner a prueba a Jesús, intentando enredarlo en sus propias palabras.

En este escenario, un legista, es decir, un experto en la Ley, se acerca con una pregunta que a simple vista podría parecer sencilla pero que en realidad es altamente compleja: “¿Cuál es el mandamiento más grande de la Ley?”. Aquí no sólo se está cuestionando a Jesús sobre cuál es el precepto más importante, sino que, en cierta medida, se le está pidiendo que delimite y, por ende, simplifique la vastedad de la Torá.

La respuesta de Jesús es reveladora. Primero, recurre al Shemá, una oración fundamental en la fe judía: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Este mandato, extraído del Deuteronomio 6:5, es una exhortación al amor total y absoluto hacia Dios. Pero Jesús no se detiene ahí. Añade un segundo mandamiento, tomado de Levítico 19:18: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Estos dos preceptos, según el Maestro de Nazaret, contienen toda la Ley y los Profetas.

Desde una óptica teológica, el pasaje abre puertas a múltiples reflexiones. Jesús, al situar estos dos mandatos al mismo nivel, está estableciendo una intrínseca conexión entre el amor a Dios y el amor al prójimo. Es como si estuviese diciendo que uno no puede amar genuinamente a Dios sin amar a su prójimo y viceversa. Esta perspectiva revolucionó la comprensión tradicional de la ley, dándole un giro radical hacia la centralidad del amor en la experiencia religiosa.

Este pasaje invita a una introspección profunda. ¿Cómo manifestamos nuestro amor a Dios en nuestra vida diaria? ¿Se refleja ese amor en la forma en que tratamos a los demás? La propuesta es clara: una fe auténtica no se mide por rituales o estricta adherencia a normas, sino por la capacidad de amar, de poner al otro en el centro, de ver en el prójimo la imagen y semejanza de Dios.

El uso de sinónimos en la respuesta de Jesús también merece ser señalado. Al describir el amor a Dios, se emplean palabras como “corazón”, “alma” y “mente”. Estos términos, aunque parecidos, tienen matices distintos. “Corazón” nos habla de la emoción y pasión, “alma” se refiere al ser íntimo y espiritual, y “mente” apunta a la razón y el entendimiento. Es un llamado a amar a Dios de manera integral, con todo nuestro ser.

En conclusión, este pasaje de Mateo nos desafía a mirar más allá de la letra de la ley y centrarnos en su espíritu. Es una invitación a vivir una fe auténtica, donde el amor a Dios y al prójimo se entrelazan en una danza eterna, guiando cada aspecto de nuestra existencia. Es, en esencia, un llamado a la autenticidad, a la coherencia y a la plenitud espiritual en la que el amor es el eje central.




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