mayo 1, 2024 in Evangelios

Evangelio del 2 de mayo del 2024

Memoria de San Atanasio, obispo y doctor de la Iglesia

Lectionary: 288

Primera lectura

Hch 15, 7-21

Por aquellos días, después de una larga discusión sobre el asunto de la circuncisión, Pedro se levantó y dijo a los apóstoles y a los presbíteros:

“Hermanos: Ustedes saben que, ya desde los primeros días, Dios me eligió entre ustedes para que los paganos oyeran, por mi medio, las palabras del Evangelio y creyeran. Dios, que conoce los corazones, mostró su aprobación dándoles el Espíritu Santo, igual que a nosotros. No hizo distinción alguna, ya que purificó sus corazones con la fe.

¿Por qué quieren irritar a Dios imponiendo sobre los discípulos ese yugo, que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido soportar? Nosotros creemos que nos salvaremos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos”.

Toda la asamblea guardó silencio y se pusieron a oír a Bernabé y a Pablo, que contaban las grandes señales y prodigios que Dios había hecho entre los paganos por medio suyo. Cuando terminaron de hablar, Santiago tomó la palabra y dijo:

“Hermanos, escúchenme. Pedro nos ha referido cómo, por primera vez, se dignó Dios escoger entre los paganos un pueblo que fuera suyo. Esto concuerda con las palabras de los profetas, porque está escrito: Después de estos sucesos volveré y reconstruiré de nuevo la casa de David, que se había derrumbado; repararé sus ruinas y la reedificaré, para que el resto de los hombres busque al Señor, lo mismo que todas las naciones que han sido consagradas a mi nombre. El Señor que hace estas cosas es quien lo dice. Él las conoce desde la eternidad.

Por lo cual, yo juzgo que no se debe molestar a los paganos que se convierten a Dios; basta prescribirles que se abstengan de la fornicación, de comer lo inmolado a los ídolos, la sangre y los animales estrangulados. Si alguien se extraña, Moisés tiene, desde antiguo, quienes lo predican en las ciudades, puesto que cada sábado se lee en las sinagogas”.

Salmo Responsorial

Salmo 95, 1-2a. 2b-3. 10
R. (cf 3) Cantemos la grandeza del Señor. Aleluya.
Cantemos al Señor un canto nuevo,
que le cante al Señor toda la tierra;
cantemos al Señor y bendigámoslo.
R. Cantemos la grandeza del Señor. Aleluya.
Proclamemos su amor día tras día,
su grandeza anunciemos a los pueblos,
de nación en nación, sus maravillas.
R. Cantemos la grandeza del Señor. Aleluya.
Caigamos en su templo de rodillas.
“Reina el Señor”, digamos a los pueblos,
gobierna a las naciones con justicia.
R. Cantemos la grandeza del Señor. Aleluya.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 10, 27
R. Aleluya, aleluya.
Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor;
yo las conozco y ellas me siguen.
R. Aleluya.

Evangelio

Jn 15, 9-11
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena”.

Reflexión

En el Evangelio según San Juan 15, 9-11, encontramos una exhortación profunda de Jesús sobre la naturaleza del amor verdadero. En este pasaje, Jesús invita a sus discípulos a permanecer en su amor, una invitación que resuena a través de los siglos hasta llegar a nosotros hoy.  “Como el Padre me ha amado, así los he amado yo; permanezcan en mi amor”, dice Jesús. Esta invitación no es meramente un consejo pasajero, sino un llamado a anclar nuestra vida en un amor que trasciende el tiempo y las circunstancias.

Este amor que Jesús describe es reflexivo de la relación íntima y perfecta entre Él y el Padre, un modelo sublime para nuestras interacciones y vínculos personales. En su mensaje, Jesús vincula la observancia de sus mandamientos con la permanencia en su amor, sugiriendo que el amor verdadero se manifiesta en la acción y en la elección constante de vivir según la voluntad divina.

Lo que Jesús promete como resultado de esta permanencia es nada menos que la plenitud de la alegría. “Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa”, afirma. Aquí, la alegría no es solo un estado emocional pasajero, sino una profundidad de ser, alcanzada y sostenida por la vivencia del amor auténtico.

Reflexionando sobre este pasaje, somos llamados a examinar la calidad y la profundidad de nuestro propio ‘permanecer’. ¿Es nuestro amor por los demás un reflejo del amor sacrificial y constante de Cristo? ¿Buscamos la guía divina para vivir de manera que nuestra alegría sea completa, no a medias sino desbordante?

Este fragmento del evangelio nos desafía a transformar cada interacción, cada decisión y cada día, con la intención de profundizar en el amor que Cristo nos ha mostrado. En nuestra vida familiar, en el trato con amigos y extraños, estamos llamados a ser portadores de este amor y arquitectos de una alegría que permea todas las barreras. En la cotidianidad y en los desafíos, la llamada de Jesús resuena, invitándonos a ser morada permanente de su amor inquebrantable.




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