Lecturas del día 31 de Diciembre de 2021
Primera Lectura
Hijos míos: Ésta es la última hora. Han oído ustedes que iba a venir el anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido ya, por lo cual nos damos cuenta de que es la última hora.
De entre ustedes salieron, pero no eran de los nuestros; pues si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para que se pusiera de manifiesto que ninguno de ellos es de los nuestros.
Por lo que a ustedes toca, han recibido la unción del Espíritu Santo y tienen así el verdadero conocimiento. Les he escrito, no porque ignoren la verdad, sino porque la conocen y porque ninguna mentira viene de la verdad.
Salmo Responsorial
R.(11a) Alégrense los cielos y la tierra.
Cantemos al Señor un nuevo canto,
que le cante al Señor toda la tierra;
cantemos al Señor y bendigámoslo,
proclamos su amor día tras día.
R. Alégrense los cielos y la tierra.
Alégrense los cielos y la tierra,
retumbe el mar y el mundo submarino.
Salten de gozo el campo y cuanto encierra,
manifiesten los bosques regocijo.
R. Alégrense los cielos y la tierra.
Regocíjese todo ante el Señor,
porque ya viene a gobernar el orbe.
Justicia y rectitud serán las normas
con las que rija a todas las naciones.
R. Alégrense los cielos y la tierra.
Aclamación antes del Evangelio
Aquel que es la Palabra se hizo hombre
y habitó entre nosotros.
A todos los que lo recibieron
les concedió poder llegar a ser hijos de Dios.
R. Aleluya.
Evangelio
En el principio ya existía aquel que es la Palabra,
y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios.
Ya en el principio él estaba con Dios.
Todas las cosas vinieron a la existencia por él
y sin él nada empezó de cuanto existe.
Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres.
La luz brilla en las tinieblas
y las tinieblas no la recibieron.
Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz,
para que todos creyeran por medio de él.
Él no era la luz, sino testigo de la luz.
Aquel que es la Palabra era la luz verdadera,
que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.
En el mundo estaba;
el mundo había sido hecho por él
y, sin embargo, el mundo no lo conoció.
Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron;
pero a todos los que lo recibieron
les concedió poder llegar a ser hijos de Dios,
a los que creen en su nombre,
los cuales no nacieron de la sangre,
ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre,
sino que nacieron de Dios.
Y aquel que es la Palabra se hizo hombre
y habitó entre nosotros.
Hemos visto su gloria,
gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad.
Juan el Bautista dio testimonio de él, clamando:
“A éste me refería cuando dije:
‘El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí,
porque ya existía antes que yo’ ”.
De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia.
Porque la ley fue dada por medio de Moisés,
mientras que la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás.
El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha revelado.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
Siete días después de Navidad, volvemos a escuchar hoy el Prólogo del evangelio de San Juan. Estamos celebrando la misma fiesta: “que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” y continuamos prolongando la alegría, la profundidad, la riqueza de este misterio, que no todos lo acogen porque la Palabra es luz y “las tinieblas no la recibieron”. Pero “a cuantos la recibieron les dio poder para ser hijos de Dios” y esta es la Buena Noticia que no tenemos que cansarnos agradecer, celebrar y anunciar a los demás.
El Prólogo del evangelio de San Juan lo escuchamos en varias ocasiones en este tiempo Navidad. De su hondura y densidad teológicas es bueno destacar algunos destellos de luz. Jesús de Nazaret personifica el proyecto creador de Dios que inaugura una nueva era en la historia de la humanidad. Jesús, la Palabra, se hizo carne, si bien el pueblo de Israel no lo reconoció como tal, hasta el punto de que lo llevó a la cruz; Jesús resucitado venció a la muerte como luz que no solo ahuyenta la oscuridad sino que da vida para siempre a toda la humanidad.
Efectivamente, Dios se encarna para comunicarnos Vida, y vida en abundancia. Para que las tinieblas de la humanidad, y las tinieblas personales de cada uno, desaparezcan y vivamos en la Luz, como creaturas nuevas. Con la encarnación de Dios y “todas las gracia tras gracia” que con ella hemos recibido, hemos nacido a una vida nueva.
“Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios”.
Esta afirmación de Juan en el Prólogo de su evangelio es de extraordinaria importancia porque nos sitúa en la experiencia original de la existencia cristiana. Va más allá de una visión moralizante, para hacernos ver que, sólo a partir de una generación nueva, un nacimiento radicalmente nuevo “han nacido de Dios”, se puede asumir un modo de ser que surge de esta acogida y se manifiesta con idénticas actitudes que Jesús, el Verbo eterno hecho humano.
No se trata de formas con las que nos revestimos y revestimos nuestras actuaciones, eso no sirve, porque no afecta a nuestro ser. Vienen de afuera y afuera se quedan. Se trataría de una religiosidad desencarnada, inútil en sí misma, que no ha llegado a percibir el alcance de la significación de lo ocurrido: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.”
Esta humanización del Verbo, el Hijo eterno del Padre, marca la radical renovación de la condición humana. No se puede entender la vida del bautizado si se olvida o margina esta realidad. Lo cristiano está marcado por el misterio del Verbo encarnado que hace de cada uno de los que le acogen, un signo de su presencia. No es que seamos “una encarnación diminutiva”, porque no preexistimos para poder decir con propiedad que somos encarnados, sino que unidos a Jesucristo vivimos como personas realmente nuevas, que actúan abriendo caminos nuevos.
No es una ideología religiosa, sino una experiencia sacramental de la obra de la salvación llevada a cabo por el Verbo, nacido verdaderamente humano de María Virgen, que nos une a sí mismo y no impulsa a ser y actuar como él. El misterio de la Natividad nos afecta en lo más íntimo del ser y afecta a todo nuestro mundo de relaciones y compromisos, siendo todos ellos un relato de la misma obra de la salvación.
Hoy es un día para contemplar las bendiciones que hemos recibido durante este año y pedir perdón por las oportunidades de gracia que hemos dejado pasar. Que este Prólogo nos ayude a contemplar al que tanto nos ama y nos haga mejores testigos suyos.
Gracias, Señor, por este año que termina.
Gracias porque, en medio de la vida de cada día,
Tú te has hecho presente…
Dame tu mirada para agradecer todo lo recibido…
Y sobre todo, gracias por ser Dios-con-nosotros,
de quien recibimos “gracia tras gracia”.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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