Lecturas del día 29 de Noviembre de 2021
Primera Lectura
Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y Jerusalén:
En días futuros, el monte de la casa del Señor
será elevado en la cima de los montes,
encumbrado sobre las montañas,
y hacia él confluirán todas las naciones.
Acudirán pueblos numerosos, que dirán:
“Vengan, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob,
para que él nos instruya en sus caminos
y podamos marchar por sus sendas.
Porque de Sión saldrá la ley,
de Jerusalén, la palabra del Señor”.
Él será el árbitro de las naciones
y el juez de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados
y de las lanzas, podaderas;
ya no alzará la espada pueblo contra pueblo,
ya no se adiestrarán para la guerra.
¡Casa de Jacob, en marcha!
Caminemos a la luz del Señor.
Salmo Responsorial
R. (cf. 1) Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
¡Qué alegría sentí, cuando me dijeron:
“Vayamos a la casa del Señor”!
Y hoy estamos aquí, Jerusalén,
jubilosos, delante de tus puertas.
R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
A ti, Jerusalén, suben las tribus,
las tribus del Señor,
según lo que a Israel se le ha ordenado,
para alabar el nombre del Señor.
R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
Digan de todo corazón: “Jerusalén,
que haya paz entre aquellos que te aman,
que haya paz dentro de tus murallas
y que reine la paz en cada casa”.
R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
Por el amor que tengo a mis hermanos,
voy a decir: “La paz esté contigo”.
Y por la casa del Señor, mi Dios,
pediré para ti todos los bienes.
R. Vayamos con alegría al encuentro del Señor.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Señor y Dios nuestro, ven a salvarnos;
míranos con bondad y estaremos a salvo.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un oficial romano y le dijo: “Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico, y sufre mucho”. Él le contestó: “Voy a curarlo”.
Pero el oficial le replicó: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: ‘¡Ve!’, él va; al otro: ‘¡Ven!’, y viene; a mi criado: ‘¡Haz esto!’, y lo hace”.
Al oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían: “Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande. Les aseguro que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos”.
Reflexión
Hermanas y hermanos
En el evangelio de hoy contemplamos una escena que nos deja muchas enseñanzas porque nos presenta a un oficial romano del cual podemos aprender muchísimo en cuanto al poder y alcance efectivo de la fe. Este oficial se acerca a Jesús para pedirle por la sanación para su criado. Imaginemos por un momento la escena: el que está enfermo es su criado, alguien que está para servir y que en la sociedad suelen contar poco. Él se preocupa y ocupa de la enfermedad de su criado y busca ayuda.
Un oficial romano, posiblemente de una clase socioeconómica alta, un pagano, que nos deja ver en él su compasión ante el dolor y debilidad de su criado; esta actitud es la que le empuja a acercarse a Jesús. No le frena el que sea de diferente pueblo y creencias. Sabe del rechazo de los judíos porque, además de ser pagano, representa al imperio romano, a los que tienen sometido al pueblo judío. Pero esto no lo detiene porque confía en Jesús.
Es interesante poner atención en la actitud de los dos actores principales. Por un lado: la escucha y misericordia de Jesús: ante la petición responde “Voy curarlo”; es decir, que la necesidad del que pide le hace actuar rápidamente y sin detenerse a pensar que esto le llevaría a entrar en la casa de un pagano. Por otro lado, esta respuesta de Jesús provoca un milagro mayor que es la confesión de fe de este oficial romano: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano”. Es una actitud tan humilde ante “su Señor” que nos puede llevar a sentir que es el Espíritu Santo el que habla por su boca. El oficial reconoce aquí no sólo el poder de sanación de Jesús sino también la autoridad y el poder sobre este universo.
Para Jesús esta confesión de fe no pasa desapercibida. Probablemente se quedaría impresionado por la actitud de este oficial romano, que no sólo pide el favor con humildad sino también con una absoluta confianza. Una actitud muy diferente a la de muchos de sus coterráneos, que no creían ni confiaban en Él. Por eso elogia la actitud de aquel hombre: “Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande”. Y proclama abiertas las puertas de la salvación para todos los pueblos.
Ayer, con el primer domingo de Adviento, hemos comenzado un nuevo Año litúrgico; ¿qué significa esto para nosotros? Cuando llega el 1º de enero o el día de nuestro cumpleaños, caemos en la cuenta del paso del tiempo: agradecemos, evaluamos, replanteamos sueños y tomamos decisiones, pero ¿y cuando empezamos un nuevo Año litúrgico? En realidad, es un regalo de Dios para sacudirnos de la rutina litúrgica en la que muchas veces caemos y emprender un nuevo camino de contemplación del misterio íntegro de Cristo y que con la fuerza de su Palabra nos vaya santificando cada vez más.
¿Cómo hacer esto? El evangelio de hoy nos da la clave: Jesús queda admirado de la fe “tan grande” de un oficial romano que le reconoce como Señor y se fía plenamente de su palabra. En contraste con esta actitud, Jesús lamenta la poca fe del Pueblo elegido; quizá, sus altas expectativas mesiánicas y sus muchos conocimientos teológicos se convirtieron en buenas excusas para no reconocer con sencillez a Jesús y no abrirse a la novedad del Evangelio. Jesús termina afirmando: “vendrán muchos de oriente y occidente a sentarse en el banquete del Reino de los cielos”.
El Adviento es tiempo para renovar nuestra fe. Un nuevo año litúrgico sólo podrá ser fecundo en nosotros si leemos la Palabra de Dios con una fe viva como la del oficial romano, que sea capaz de despertarnos para reconocer la presencia del Señor en lo sencillo de cada día y creer en la fuerza curativa y transformadora de su amor. A veces teorizamos tanto nuestra fe en Jesús, que diluimos la fuerza real que ella tiene en la vida del que se abre a ella. Estamos llamados a vivir una fe solidaria, como la del oficial romano, que nos saque del estrecho mundo de nuestras propias necesidades para comprometernos con los necesitados que tenemos cerca.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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