noviembre 17, 2021 in Evangelios

Lecturas del día 17 de Noviembre de 2021

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Primera Lectura

2 Mc 7, 1. 20-31

En aquellos días, arrestaron a siete hermanos junto con su madre. El rey Antíoco Epífanes los hizo azotar para obligarlos a comer carne de puerco, prohibida por la ley.

Muy digna de admiración y de glorioso recuerdo fue aquella madre que, viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, lo soportó con entereza, porque tenían puesta su esperanza en el Señor. Llena de generosos sentimientos y uniendo un temple viril a la ternura femenina, animaba a cada uno de ellos en su lengua materna, diciéndoles:

“Yo no sé cómo han aparecido ustedes en mi seno; no he sido yo quien les ha dado el aliento y la vida, ni he unido yo los miembros que componen su cuerpo. Ha sido Dios, creador del mundo, el mismo que formó el género humano y creó cuanto existe. Por su misericordia, él les dará de nuevo el aliento y la vida, ya que por obedecer sus santas leyes, ustedes la sacrifican ahora”.

Antíoco pensó que la mujer lo estaba despreciando e insultando.

Aún quedaba con vida el más pequeño de los hermanos y Antíoco trataba de ganárselo, no sólo con palabras, sino hasta con juramentos le prometía hacerlo rico y feliz, con tal de que renegara de las tradiciones de sus padres; lo haría su amigo y le daría un cargo.

Pero como el muchacho no le hacía el menor caso, el rey mandó llamar a la madre y le pidió que convenciera a su hijo de que aceptara, por su propio bien. El rey se lo pidió varias veces, y la madre aceptó. Se acercó entonces a su hijo, y burlándose del cruel tirano, le dijo en su lengua materna: “Hijo mío, ten compasión de mí, que te llevé en mi seno nueve meses, te amamanté tres años y te he criado y educado hasta la edad que tienes. Te ruego, hijo mío, que mires el cielo y la tierra, y te fijes en todo lo que hay en ellos; así sabrás que Dios lo ha hecho todo de la nada y que en la misma forma ha hecho a los hombres. Así, pues, no le tengas miedo al verdugo, sigue el buen ejemplo de tus hermanos y acepta la muerte, para que, por la misericordia de Dios, te vuelva yo a encontrar con ellos”.

Cuando la madre terminó de hablar, el muchacho dijo a los verdugos: “¿Qué esperan? No voy a obedecer la orden del rey; yo obedezco los mandamientos de la ley dada a nuestros padres por medio de Moisés. Y tú, rey, que eres el causante de tantas desgracias para los hebreos, no escaparás de las manos de Dios”.

Salmo Responsorial

Salmo 16, 1. 5-6. 8b y 15

R. (15b) Escóndeme, Señor, bajo la sombra de tus alas.
Señor, hazme justicia
y a mi clamor atiende;
presta oído a mi súplica,
pues mis labios no mienten.
R. Escóndeme, Señor, bajo la sombra de tus alas.
Mis pies en tus caminos se mantuvieron firmes,
no tembló mi pisada.
A ti mi voz elevo, pues sé que me respondes.
Atiéndeme, Dios mío, y escucha mis palabras.
R. Escóndeme, Señor, bajo la sombra de tus alas.
Protégeme, Señor, como a las niñas de tus ojos,
bajo la sombra de tus alas escóndeme,
Pues yo, por serte fiel, contemplaré tu rostro
y al despertarme, espero saciarme de tu vista.
R. Escóndeme, Señor, bajo la sombra de tus alas.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Jn 15, 16

R. Aleluya, aleluya.
Yo los he elegido del mundo, dice el Señor,
para que vayan y den fruto y su fruto permanezca.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 19, 11-28

En aquel tiempo, como ya se acercaba Jesús a Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a manifestarse de un momento a otro, él les dijo esta parábola:

“Había un hombre de la nobleza que se fue a un país lejano para ser nombrado rey y volver como tal. Antes de irse, mandó llamar a diez empleados suyos, les entregó una moneda de mucho valor a cada uno y les dijo: ‘Inviertan este dinero mientras regreso’.

Pero sus compatriotas lo aborrecían y enviaron detrás de él a unos delegados que dijeran: ‘No queremos que éste sea nuestro rey’.

Pero fue nombrado rey, y cuando regresó a su país, mandó llamar a los empleados a quienes había entregado el dinero, para saber cuánto había ganado cada uno.

Se presentó el primero y le dijo: ‘Señor, tu moneda ha producido otras diez monedas’. Él le contestó: ‘Muy bien. Eres un buen empleado. Puesto que has sido fiel en una cosa pequeña, serás gobernador de diez ciudades’.

Se presentó el segundo y le dijo: ‘Señor, tu moneda ha producido otras cinco monedas’. Y el señor le respondió: ‘Tú serás gobernador de cinco ciudades’.

Se presentó el tercero y le dijo: ‘Señor, aquí está tu moneda. La he tenido guardada en un pañuelo, pues te tuve miedo, porque eres un hombre exigente, que reclama lo que no ha invertido y cosecha lo que no ha sembrado’. El señor le contestó: ‘Eres un mal empleado. Por tu propia boca te condeno. Tú sabías que yo soy un hombre exigente, que reclamo lo que no he invertido y que cosecho lo que no he sembrado, ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que yo, al volver, lo hubiera recobrado con intereses?’

Después les dijo a los presentes: ‘Quítenle a éste la moneda y dénsela al que tiene diez’. Le respondieron: ‘Señor, ya tiene diez monedas’. Él les dijo: ‘Les aseguro que a todo el que tenga se le dará con abundancia, y al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará. En cuanto a mis enemigos, que no querían tenerme como rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia’ ”.

Dicho esto, Jesús prosiguió su camino hacia Jerusalén al frente de sus discípulos.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

En el evangelio de hoy se nos entrelazan dos parábolas: la del pretendiente al trono y la conocida parábola de los talentos. Son fácilmente separables; de hecho en san Mateo encontramos la parábola de los talentos sola. Por lo demás, los oyentes de Jesús pudieron percibir que se trataba de dos piezas muy diferente: una especie de alegoría pedagógica sobre deberes de la vida cotidiana y una historia muy real y dolorosa vivida por muchos de ellos: el reyezuelo coronado en el extranjero (Roma), luego inmisericorde degollador de sus opositores, había sido el rey Arquelao.

Pero, aunque son dos parábolas mezcladas, el centro de atención está en la parábola de los talentos. Para comprenderla mejor es importante poner atención a la introducción que hace el evangelista: “Como ya se acercaba Jesús a Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a manifestarse de un momento a otro, él les dijo esta parábola”. Jesús se dirige a Jerusalén y, para algunos, ese propósito indica que el Reino de Dios está cerca. Aquí está el motivo de la parábola. Jesús quiere enseñar a sus oyentes que más que preocuparse por la llegada del Reino, deben preocuparse por lo que están haciendo mientras esperan esta llegada.

La parábola de los talentos no tiene como centro “cómo es Dios” o “cómo los empleados hicieron para aumentar los bienes”. El centro está situado en la rendición de cuentas. Es decir, ¿qué hacemos con los dones que el Señor nos ha dado para la construcción del Reino de Dios aquí y ahora? ¿Qué estamos haciendo mientras esperamos la llegada definitiva del Reino y cómo estamos contribuyendo a que ese Reino esté más cerca?

Son varios los empleados que recibieron los talentos. Los dos primeros se presentan ante el amo con el rendimiento de los dones recibidos. No son negligentes ni perezosos, sino que inmediatamente se pusieron a trabajar con lo que habían recibido. El tercer empleado, sencillamente, guardó el don recibido; lo escondió por miedo. Esta persona ve a su amo como un patrón severo ante el cual siente miedo, y se esconde en el acto de guardar lo recibido para entregarlo tal cual lo recibió. La negligencia y la pereza fueron más fuertes que su deseo de agradar a su amo.

La lección de la parábola sirve para todos los tiempos, aunque los contemporáneos de Jesús estuvieran persuadidos de que el fin llegaría enseguida. Se trata de emplear inteligentemente y sin demora los bienes que se poseen, que son un don de Dios, y de hacerlos fructificar. El que así obra es digno de elogio y el Señor se mostrará generoso con él; mientras que al negligente se le retirará en lo sucesivo la confianza que se había depositado en él.

A nosotros se nos han dado gratuitamente múltiples bienes: vida, salud, trabajo, fe, hermanos, bienes materiales,… Todo lo que somos y tenemos es un don de Dios. Nadie, cualquiera que sea la edad y la condición en la que se encuentre, puede negar que tiene dones, talentos, recibidos de Dios. ¿Qué hemos hecho de todo ese caudal recibido? ¿Lo hemos agradecido de buena gana y lo hemos puesto al servicio de los demás? ¿O nos hemos preocupado ante todo de lo que Dios nos va a dar y de ser los primeros en disfrutar de sus beneficios, incluso ya en este mundo? ¿Somos tan egoístas que no reconocemos la riqueza que hemos recibido y más bien estamos pidiendo más? ¿Somos tan egoístas que hemos escondido los dones recibidos o los estamos utilizando sólo en beneficio propio?

Estamos invitados a no cerrarnos en nosotros mismos por miedo a perder lo poco o mucho que tenemos, sino a compartir lo que somos y tenemos y crecerá el ciento por uno. Quien arriesga puede percibir cómo crece, de forma silenciosa, lo que se comparte.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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