Lecturas del día 10 de noviembre de 2021
Primera Lectura
Escuchen, reyes, y entiendan;
aprendan, soberanos de todas las naciones de la tierra;
estén atentos, los que gobiernan a los pueblos
y están orgullosos del gran número de sus súbditos:
El Señor les ha dado a ustedes el poder;
el Altísimo, la soberanía;
él va a examinar las obras de ustedes
y a escudriñar sus intenciones.
Ustedes son ministros de su reino
y no han gobernado rectamente,
ni han cumplido la ley,
ni han vivido de acuerdo con la voluntad de Dios.
El caerá sobre ustedes en forma terrible y repentina,
porque un juicio implacable espera a los que mandan.
Al pequeño, por compasión se le perdona,
pero a los poderosos se les castigará severamente.
El Señor de todos ante nadie retrocede
y no hay grandeza que lo asuste;
él hizo al grande y al pequeño
y cuida de todos con igual solicitud;
pero un examen muy severo les espera a los poderosos.
A ustedes, pues, soberanos, se dirigen mis palabras,
para que aprendan a ser sabios y no pequen;
porque los que cumplen fielmente la voluntad del Señor
serán reconocidos como justos,
y los que aprenden a cumplir su voluntad encontrarán defensa.
Pongan, pues, atención a mis palabras,
búsquenlas con interés y ellas los instruirán.
Salmo Responsorial
R. (8a) Ven, Señor, y haz justicia.
Protejan al pobre y al huérfano,
hagan justicia al humilde y al necesitado,
defiendan al desvalido y al pobre
y líbrenlos de las manos del malvado.
R. Ven, Señor, y haz justicia.
Yo declaro: “Aunque todos ustedes sean dioses
e hijos del Altísimo,
morirán como cualquier hombre,
caerán como cualquier príncipe”.
R. Ven, Señor, y haz justicia.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Den gracias siempre, unidos a Cristo Jesús,
pues esto es lo que Dios quiere que ustedes hagan.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!”
Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.
Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
En el evangelio de hoy Jesús va de camino a Jerusalén. Por donde va pasando hace el bien. Los que se encuentran con Él experimentan la misericordia. Diez leprosos salen a su encuentro clamando: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.” Todos son conscientes de su problema: afecta a su salud, pero también a su condición de excluidos de la comunidad. Han tenido que gritar ¡impuros! Para que se aparten de ellos. Ahora se acercan a Jesús con la confianza de encontrar compasión en Él.
La respuesta de Jesús es enviarles con los sacerdotes para ser reintegrados a la comunidad. Todos han entendido lo que eso significa. Ser curados y recibir el certificado de su curación para reintegrarse en la comunidad. Y en el camino ocurre el milagro; pero aquí viene la enseñanza que nos deja este relato. De los diez, solamente uno regresa a dar gracias. Los demás van a cumplir, literalmente, lo mandado. Y las preguntas de Jesús “¿No han quedado limpios los diez?” “¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”, revela que hay algo que aquéllos olvidan: dar gracias. Dar gloria a Dios.
La referencia a la condición de extranjero del que ha vuelto, pone de manifiesto que aquel hombre es quien ha comprendido la acción de Jesús. Su condición de extranjero y, además, leproso le hacían doblemente marginado. No tenía ningún derecho y sin embargo, en el encuentro con Jesús, ha experimentado su compasión. Por eso no puede marcharse, como los otros, sin expresar su gratitud. Los diez han sido curados por la palabra de Jesús que obra mientras van de camino, pero solamente este escucha de Jesús: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado.”
La actitud de este hombre que regresa nos deja una gran enseñanza a nosotros. Con frecuencia decimos que debemos amar a Dios y a nuestros hermanos y hermanas; que perdonar, curar, sanar, concentra lo más importante de la actitud del cristiano. Pero, ¿de dónde sacamos la fuerza para actuar así? ¿Para vivirlo y sentirlo desde lo más profundo del corazón y no como una actitud impuesta o una norma externa? El leproso sanado que regresa nos da la respuesta. No es más que una palabra: agradecimiento.
El cristiano y la cristiana, el discípulo de Jesús, es una persona agradecida. Ese es el verdadero motor y gasolina de la vida cristiana, la energía que la mueve y hace posible. ¿De dónde viene ese agradecimiento? Pues precisamente de la experiencia de sabernos amados, perdonados, curados, sanados, salvados. En el encuentro con Jesús hemos experimentado todo eso, lo hemos vivido. No es una lección aprendida en el catecismo. No es algo que le hayamos oído a un predicador o a un misionero. Es algo que lo hemos sentido en el corazón y hemos comprendido vitalmente. Dios nos ama y su amor nos crea y recrea continuamente. Nos levanta de la postración, nos llama a la vida, nos invita a ser libres y a comprometernos por el Reino, a luchar por la justicia para todos, a trabajar por un mundo mejor, a amar sin exclusiones.
Por eso, por puro agradecimiento, somos capaces de amar y perdonar, de curar y acoger, de construir el Reino de Dios. Hemos reconocido lo generoso que ha sido Dios con nosotros y por eso somos también generosos; hemos experimentado su amor y por eso somos capaces de amar. Hemos entendido que el Reino es nuestra casa y que esa casa no tiene sentido sin la presencia del Padre y de los hermanos y hermanas.
El extranjero que fue a dar gracias y alabar a Dios fue el único que se salvó de los diez leprosos. Los otros se curaron pero no llegaron a conocer lo que era el amor de Dios. Por alguna razón que se nos escapa no llegaron a entenderlo, a vivirlo, a experimentarlo. Sólo uno lo conoció en su corazón.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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