Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.
En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora.
Después intervinieron los judíos para preguntarle: “¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?” Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré”. Replicaron los judíos: “Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
Celebramos hoy la fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán. La iglesia de San Juan de Letrán fue la primera iglesia, como edificio, de los primeros cristianos de Roma. Hasta entonces, los cristianos se reunían en sus casas para orar y para celebrar la eucaristía. Y también lo hacían a escondidas, en las catacumbas, porque era la época de las persecuciones. Una vez que las persecuciones acabaron, se construyó esta iglesia en año 324. Y se declaró como la catedral del obispo de Roma, del Papa.
Esta fiesta quiere significar la unión que los cristianos de todo el mundo tenemos con el Papa, con el obispo de Roma, que es lo mismo que decir que todos estamos en comunión con Jesucristo, que es sobre quien nos apoyamos todos los cristianos. Por eso, a la Iglesia de San Juan de Letrán la llaman “la madre y cabeza de todas las iglesias”. Este el origen y el significado de esta fiesta.
A un templo, a un edificio religioso, se le puede contemplar de diversas maneras. Algunos, principalmente los turistas que lo visitan, lo miran sólo con mirada artística. Y lo contemplan como una obra de arte. De ahí no pasan. Pero nosotros los cristianos y cristianas nos acercamos a cualquier templo cristiano, también con mirada de fe, lo contemplamos como la Casa de Dios. Ante todo y sobre todo, venimos a él para relacionarnos con Dios. De manera personal y comunitaria nos acercamos a él para escuchar a Dios, para hablar con Dios, para adorar a Dios, para hacerle nuestras peticiones, para abrirle nuestro corazón y contarle nuestras dificultades, para pedirle ayuda, consuelo y fuerza para seguir a Cristo, su Hijo.
En tiempo de Jesús, el Templo de Jerusalén, se había desfigurado mucho. Para algunos se había convertido en un auténtico mercado y se había olvidado la relación con Dios. En el evangelio hemos escuchado hoy Jesús se enoja por ello, y, en un gesto sin precedentes en todo el evangelio, expulsa a esos vendedores y a sus animales: “Quiten todo esto de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre”.
Esta acción de Jesús y la reacción de los judíos da origen a que Jesús nos revele una gran verdad: su cuerpo y el cuerpo de todos sus seguidores es un templo. El evangelista afirma con contundencia: “él hablaba del templo de su cuerpo”. Efectivamente, Jesús nos habla en el evangelio del templo de su cuerpo porque con toda propiedad y con más intensidad que en ningún otro lugar, habita Dios, Él es Dios. Dios quiso acercarse al ser humano, venir a esta tierra en la persona de su Hijo, para que su presencia nos fuese más cercana, más humana. Y Jesús no se conformó con eso; para que su presencia fuese todavía más cercana y continua, se hizo pan y se hizo vino: “Esto es mi cuerpo y esta es mi sangre”, para ser nuestro alimento y presencia constante y sacramental entre nosotros.
San Pablo, en la primera lectura, nos recuerda esta verdad cristiana: “Ustedes son la casa que Dios edifica”. Por tanto, cada una y cada uno de nosotros somos templo de Dios. Realmente Dios se ha hecho nuestro huésped y habita en nuestro corazón. Ya nos lo anunció Jesús: “El que me ama guardará mis mandamientos y mi Padre y yo vendremos a él y haremos nuestra morada en él”. Nosotros lo afirmamos con frecuencia cuando decimos que somos templos del Espíritu Santo. Pero, tal vez, no tenemos consciencia de lo que eso significa. No dejemos que la rutina se apodere de nosotros. Vivamos esta sublime verdad. Dios, ni más ni menos que Dios, habita en nuestro corazón. Mantengamos un diálogo continuo con él. Escuchémosle y hablémosle.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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