marzo 4, 2021 in Evangelios

Evangelio del 4 de marzo del 2021

Primera Lectura

Jer 17, 5-10

Esto dice el Señor:
“Maldito el hombre que confía en el hombre,
que en él pone su fuerza
y aparta del Señor su corazón.
Será como un cardo en la estepa,
que nunca disfrutará de la lluvia.
Vivirá en la aridez del desierto,
en una tierra salobre e inhabitable.

Bendito el hombre que confía en el Señor
y en él pone su esperanza.
Será como un árbol plantado junto al agua,
que hunde en la corriente sus raíces;
cuando llegue el calor, no lo sentirá
y sus hojas se conservarán siempre verdes;
en año de sequía no se marchitará
ni dejará de dar frutos.

El corazón del hombre
es la cosa más traicionera y difícil de curar.
¿Quién lo podrá entender?
Yo, el Señor, sondeo la mente
y penetro el corazón,
para dar a cada uno según sus acciones,
según el fruto de sus obras”.

Salmo Responsorial

Salmo 1, 1-2. 3. 4 y 6

R. (Sal 39, 5a) Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Dichoso aquel que no se guía
Por mundanos criterios,
que no anda en malos pasos
ni se burla del bueno,
que ama la ley de Dios
y se goza en cumplir sus mandamientos.
R. Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Es como un árbol plantado junto al río,
que da fruto a su tiempo
y nunca se marchita.
En todo tendrá éxito.
R. Dichoso el hombre que confía en el Señor.
En cambio los malvados
serán como la paja barrida por el viento.
Porque el Señor protege el camino del justo,
y al malo sus caminos acaban por perderlo.
R. Dichoso el hombre que confía en el Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Lc 8, 15

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Dichosos los que cumplen la palabra del Señor
con un corazón bueno y sincero,
y perseveran hasta dar fruto.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio

Lc 16, 19-31

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.

Entonces gritó: ‘Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas’. Pero Abraham le contestó: ‘Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá’.

El rico insistió: ‘Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos’. Abraham le dijo: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. Pero el rico replicó: ‘No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán’. Abraham repuso: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto’”.

 

Hermanas y hermanos

Nuestra sociedad, constantemente, nos recuerda que debemos vivir bien, con confort y bienestar, gozando y sin preocupaciones. Vivir para uno mismo, sin ocuparse de los demás, o preocupándonos justo lo necesario para que la conciencia quede tranquila, pero no por un sentido de justicia, amor o solidaridad. El individualismo y el egoísmo es lo que más nos refuerzan los medios de comunicación y, en general, la sociedad en que vivimos.

En estas circunstancias y escudándonos en un aparente respeto, en la práctica vivimos pensando como Caín: “acaso soy yo el guardián de mi hermano”. Poco a poco, nos vamos volviendo insensibles a las realidades que vemos a nuestro alrededor; nos vamos volviendo insensibles ante tanta necesidad, dolor y sufrimiento que nos rodea. Y cuando, como creyentes, hacemos nuestro examen de conciencia, sólo ponemos atención a aquellas cosas que hicimos mal; pero pocas veces ponemos atención al bien que pudimos hacer y no lo hicimos, a los pecados de omisión.

El evangelio de hoy nos lleva a examinar estas actitudes. Con esta parábola Jesús nos está diciendo que nuestra suerte eterna va a depender de nuestra conducta en este mundo; del estilo de vida que hayamos llevado. Efectivamente, el Evangelio de hoy es una dura crítica de Jesús a los que viven su vida de espalda a los demás; que se dedican a vivir egoístamente disfrutando de sus bienes, “banqueteando”, mientras que personas a su alrededor pasan necesidades y hambre. La parábola podríamos aplicarla al primer mundo opulento que vive de espaldas y explotando a un tercer y cuarto mundo que se alimentan de las migajas que tiran. Pero también debe ser aplicada al contexto en el que vivimos nosotros. A esta sociedad insensible al sufrimiento de los necesitados. Ante esta injusticia tan patente Jesús dice claramente de parte de quién está Dios.

El Papa Francisco comentando este Evangelio dice: “Excluyendo a Lázaro el rico no ha tenido en cuenta al Señor ni a su ley, pues ¡ignorar al pobre es despreciar a Dios! Lázaro representa bien el grito silencioso de los pobres de todos los tiempos y la contradicción de un mundo en el cual las inmensas riquezas y recursos están en las manos de pocos… El rico será condenado no por sus riquezas, sino por haber sido incapaz de sentir compasión por Lázaro y socorrerlo… La misericordia de Dios está vinculada a nuestra misericordia hacia el prójimo; cuando falta esta, también aquella no encuentra espacio en nuestro corazón cerrado, no puede entrar… Si yo no abro la puerta de mi corazón al pobre, aquella puerta permanece cerrada también para Dios y esto es terrible… Podemos cantar con María: derribó a los poderosos de su trono, elevó a los humildes; colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías”.

Con esta parábola Jesús nos enseña que es esencial la compasión para llegar al Reino de Dios y el peligro de las riquezas, del egoísmo y del materialismo, que cierran los ojos y el corazón hacia las necesidades del hermano. Los que vivimos estamos a tiempo de convertirnos y mirar a todos los Lázaros que nos esperan y reclaman ayuda. ¡Cuidado con la indiferencia que cierra el corazón a tanta situación de pobreza y marginalidad! ¡Cuidado con cerrar la puerta del corazón a tanto sufrimiento ajeno, pues las únicas credenciales ante Dios serán nuestras obras de misericordia con los pobres! Pues el mismo Jesús nos dijo: “sean misericordiosos como su Padre celestial es misericordioso”.




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