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abril 17, 2024 in Evangelios

Evangelio del 18 de abril del 2024

Jueves de la III semana de Pascua

Lectionary: 276

Primera lectura

Hch 8, 26-40
En aquellos días, un ángel del Señor le dijo a Felipe: “Levántate y toma el camino del sur, que va de Jerusalén a Gaza y que es poco transitado”. Felipe se puso en camino. Y sucedió que un etíope, alto funcionario de Candaces, reina de Etiopía, y administrador de sus tesoros, que había venido a Jerusalén para adorar a Dios, regresaba en su carro, leyendo al profeta Isaías.

Entonces el Espíritu le dijo a Felipe: “Acércate y camina junto a ese carro”. Corrió Felipe, y oyendo que el hombre leía al profeta Isaías, le preguntó: “¿Entiendes lo que estás leyendo?” Él le contestó: “¿Cómo voy a entenderlo, si nadie me lo explica?” Entonces invitó a Felipe a subir y a sentarse junto a él.

El pasaje de la Escritura que estaba leyendo, era éste: Como oveja fue llevado a la muerte; como cordero que no se queja frente al que lo trasquila, así él no abrió la boca. En su humillación no se le hizo justicia. ¿Quién podrá hablar de su descendencia, puesto que su vida ha sido arrancada de la tierra?

El etíope le preguntó a Felipe: “Dime, por favor: ¿De quién dice esto el profeta, de sí mismo o de otro?” Felipe comenzó a hablarle y partiendo de aquel pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús. Siguieron adelante, llegaron a un sitio donde había agua y dijo el etíope: “Aquí hay agua. ¿Hay alguna dificultad para que me bautices?” Felipe le contestó: “Ninguna, si crees de todo corazón”. Respondió el etíope: “Creo que Jesús es el Hijo de Dios”. Mandó parar el carro, bajaron los dos al agua y Felipe lo bautizó.

Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El etíope ya no lo vio más y prosiguió su viaje, lleno de alegría. En cuanto a Felipe, se encontró en la ciudad de Azoto y evangelizaba los poblados que encontraba a su paso, hasta que llegó a Cesarea.

Salmo Responsorial

Salmo 65, 8-9. 16-17. 20
R. (1) Tu salvación, Señor, es para todos. Aleluya.
Naciones, bendigan a nuestro Dios,
hagan resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies.
R. Tu salvación, Señor, es para todos. Aleluya.
Cuantos temen a Dios, vengan y escuchen,
y les diré lo que ha hecho por mí;
a él dirigí mis oraciones
y mi lengua le cantó alabanzas.
R. Tu salvación, Señor, es para todos. Aleluya.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su gracia.
R. Tu salvación, Señor, es para todos. Aleluya.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 6, 51
R. Aleluya, aleluya.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor;
el que coma de este pan vivirá para siempre.
R. Aleluya.

Evangelio

Jn 6, 44-51
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre.

Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”.

Reflexión

En Juan 6, 44-51, la afirmación de Jesús de que “nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me envió”, introduce una dimensión teológica sobre la elección y el llamado divino. Esto refleja la doctrina de la predestinación, que ha sido objeto de intenso debate a lo largo de la historia de la Iglesia. Este concepto sugiere que la iniciativa de la salvación proviene de Dios, no del hombre, lo que enfatiza la soberanía de Dios y su gracia omnipotente en el proceso de salvación.

Además, el pasaje se adentra en la naturaleza de Jesús como el “pan de vida”, una afirmación que no solo define su identidad divina sino que también adelanta el sacramento de la Eucaristía. Al decir “el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo”, Jesús anticipa su sacrificio en la cruz, que es conmemorado y actualizado en la celebración eucarística. Aquí, la encarnación y la redención se entrelazan profundamente, donde Jesús se ofrece a sí mismo como sustento espiritual que trae vida eterna.

Este aspecto eucarístico del discurso tiene un profundo impacto tanto teológica como históricamente. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, la comprensión de la presencia real de Cristo en la Eucaristía ha sido fundamental, fortaleciendo la dimensión comunitaria y sacramental del cristianismo. La manera en que diversas comunidades cristianas interpretan y celebran la Eucaristía varía, pero la centralidad del “pan de vida” como símbolo de la nueva alianza en Cristo es universal.

Es relevante considerar cómo este pasaje refleja el cumplimiento de las promesas y figuras del Antiguo Testamento. Jesús, al describirse como el “pan que desciende del cielo”, no solo establece una conexión directa con el maná que Dios proveyó a los israelitas durante su travesía en el desierto, sino que también se presenta a sí mismo como la culminación de una promesa divina de provisión y redención. Este paralelismo es fundamental para entender la forma en que el Nuevo Testamento se ve a sí mismo como un cumplimiento del Antiguo, vinculando así las esperanzas mesiánicas judías con la revelación cristiana de salvación.

La figura de Jesús como el pan de vida transforma la percepción de lo temporal a lo eterno, del alimento físico al espiritual, subrayando una dimensión transcendental de su misión. Además, al afirmar que el pan que ofrece llevará a la vida eterna, Jesús desafía las expectativas y comprensiones contemporáneas de sus seguidores y críticos, invitándolos a una comprensión más profunda de su identidad y propósito. Así, este pasaje no solo es central para la fe cristiana por su contenido doctrinal, sino también por cómo fomenta una reflexión continua sobre la naturaleza y el impacto de la revelación divina en la historia humana, mostrando un diseño divino que se extiende más allá de las circunstancias inmediatas hacia una realidad eterna y universal.




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