Evangelio del 11 de marzo del 2024
Lunes de la IV semana de Cuaresma
Lectionary: 244
Primera lectura
“Voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva;
ya no recordaré lo pasado,
lo olvidaré de corazón.
Se llenarán ustedes de gozo y de perpetua alegría
por lo que voy a crear:
Convertiré a Jerusalén en júbilo
y a mi pueblo en alegría.
Me alegraré por Jerusalén y me gozaré por mi pueblo.
Ya no se oirán en ella gemidos ni llantos.
Ya no habrá niños que vivan pocos días,
ni viejos que no colmen sus años
y al que no los alcance se le tendrá por maldito.
Construirán casas y vivirán en ellas,
plantarán viñas y comerán sus frutos”.
Salmo Responsorial
Te alabaré, Señor, pues no dejaste
que se rieran de mí mis enemigos.
Tú, Señor, me salvaste de la muerte
y a punto de morir, me reviviste.
R. Te alabaré, Señor, eternamente.
Alaben al Señor quienes lo aman,
den gracias a su nombre,
porque su ira dura un solo instante
y su bondad, toda la vida.
El llanto nos visita por la tarde;
por la mañana, el júbilo.
R. Te alabaré, Señor, eternamente.
Escúchame, Señor, y compadécete;
Señor, ven en mi ayuda.
Convertiste mi duelo en alegría,
te alabaré por eso eternamente.
R. Te alabaré, Señor, eternamente.
Aclamación antes del Evangelio
Busquen el bien y no el mal, para que vivan,
y el Señor estará con ustedes.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
Volvió entonces a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había allí un funcionario real, que tenía un hijo enfermo en Cafarnaúm. Al oír éste que Jesús había venido de Judea a Galilea, fue a verlo y le rogó que fuera a curar a su hijo, que se estaba muriendo. Jesús le dijo: “Si no ven ustedes signos y prodigios, no creen”. Pero el funcionario del rey insistió: “Señor, ven antes de que mi muchachito muera”. Jesús le contestó: “Vete, tu hijo ya está sano”.
Aquel hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Cuando iba llegando, sus criados le salieron al encuentro para decirle que su hijo ya estaba sano. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Le contestaron: “Ayer, a la una de la tarde, se le quitó la fiebre”. El padre reconoció que a esa misma hora Jesús le había dicho: ‘Tu hijo ya está sano’, y creyó con todos los de su casa.
Éste fue el segundo señal milagrosa que hizo Jesús al volver de Judea a Galilea.
Reflexión
En el pasaje bíblico de Juan 4:43-54, somos testigos de un momento conmovedor y revelador, donde Jesús sana al hijo de un oficial real. Este relato no solo destaca por su milagro sino también por las múltiples capas de enseñanza que encierra.
La historia comienza cuando Jesús regresa a Galilea, donde, a pesar de la afirmación de que “un profeta no tiene honor en su propia tierra”, es recibido con expectación. La gente había presenciado sus obras durante la Pascua en Jerusalén y esperaban presenciar más. Aquí, Jesús confronta y supera las expectativas locales, demostrando su poder y autoridad divinos no solo en suelo extranjero sino también entre su propio pueblo.
La solicitud del oficial real, que busca desesperadamente la sanación de su hijo, sirve de escenario para una lección profunda sobre la fe. Jesús, inicialmente, parece rechazar la petición con una observación crítica: la gente solo cree al ver signos y prodigios. No obstante, el oficial insiste, mostrando una fe que no busca ver para creer, sino que cree para ver. La fe auténtica, Jesús nos enseña a través de esta interacción, no depende de la evidencia tangible, sino de la confianza en la palabra y la promesa de Dios.
Este episodio también nos invita a reflexionar sobre la universalidad del mensaje de Jesús. Al sanar al hijo de un oficial del rey, una figura de autoridad y poder posiblemente no judía, Jesús manifiesta que su misericordia y salvación están disponibles para todos, sin distinción de origen, estatus o nacionalidad.
Este milagro es un signo anticipado del gran milagro de la resurrección, demostrando que Jesús tiene autoridad sobre la vida y la muerte. Resalta la importancia de la palabra de Dios como fuente de fe y salvación; la palabra pronunciada por Jesús es suficiente para obrar el milagro.
En nuestra época, este relato nos llama a desarrollar una fe que trascienda la necesidad de ver para creer. Nos invita a confiar en la palabra de Dios y en sus promesas, incluso cuando no tenemos todas las respuestas o cuando los milagros que esperamos no se manifiestan de la manera que anticipamos. Además, nos recuerda que el amor y la misericordia de Dios no conocen fronteras, invitándonos a ser instrumentos de su amor inclusivo en un mundo marcado por divisiones y desigualdades.
Reflexionar sobre este pasaje es redescubrir la centralidad de la fe en la palabra divina y la universalidad del mensaje de salvación, un recordatorio oportuno de que el reino de Dios está abierto para todos, sin excepción.
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