Lecturas del día 23 de Febrero de 2022
Primera Lectura
Hermanos míos: Consideremos ahora a los que dicen: “Hoy o mañana saldremos para tal ciudad, ahí viviremos unos años, pondremos un negocio y nos haremos ricos”. Ésos no tienen idea de lo que será el mañana. Pues ¿qué cosa es la vida de ustedes? Una nubecilla que se ve un rato y luego se desvanece.
Lo que ustedes deberían decir es esto: “Si el Señor nos presta vida, haremos esto y aquello”. En lugar de eso, presumen de ser autosuficientes; y toda esa clase de presunciones es mala.
En resumen, el que sabe cómo portarse bien y no lo hace, está en pecado.
Salmo Responsorial
R. (Mt 5, 3) Dichosos los pobres de espíritu
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Escuchen, pueblos todos de la tierra,
habitantes del mundo, estén atentos,
los ricos y los pobres,
lo mismo el hombre noble que el plebeyo. R.
R. Dichosos los pobres de espíritu
porque de ellos es el Reino de los cielos.
¿Por qué temer en días de desgracia,
cuando nos cerca la malicia
de aquellos que presumen de sus bienes
y en sus riquezas confían? R.
R. Dichosos los pobres de espíritu
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Nadie puede comprar su propia vida,
ni por ella pagarle a Dios rescate.
No hay dinero capaz de hacer que alguno
de la muerte se escape. R.
R. Dichosos los pobres de espíritu
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Lo mismo que los necios e ignorantes,
también los sabios mueren,
y a las manos de extraños
van a parar sus bienes. R.
R. Dichosos los pobres de espíritu
porque de ellos es el Reino de los cielos.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Yo soy el camino, la verdad y la vida;
nadie va al Padre si no es por mí, dice el Señor.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Juan le dijo a Jesús: “Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos”. Pero Jesús le respondió: “No se lo prohíban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre, que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
Monopolizar a Dios ha sido una tentación muy común y muy persistente entre los que se dicen creyentes. Y este pretender acaparar a Dios lleva a encerrarse en pequeños grupos, donde los que no son “de los nuestros” quedan excluidos. Cuando Juan acude, en el evangelio de hoy, a Jesús quejándose de aquel “intruso”, lo hace con tal normalidad que da pie para pensar que aquello era lo que opinaban sus compañeros, discípulos aventajados de Jesús.
Pero no era algo nuevo. En el Antiguo Testamento encontramos el mismo problema. Recordemos aquel pasaje del Libro de los Números donde Josué, todavía inexperto, acude a Moisés con pretensiones similares a las de Juan: que se prohíba a Eldad y Medad profetizar, porque, al no haber acudido a la reunión de los setenta ancianos, no habían podido recibir participación alguna en el profetismo de Moisés. La respuesta de Moisés es contundente: “¿Estás celoso por mí? Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta”. De nuevo, estrechez de miras, exclusivismo egoísta y deseo de monopolizar un carisma del Espíritu.
Hoy sucede lo mismo. Si se hiciera una encuesta entre los creyentes y practicantes sobre los criterios para discernir quiénes son del grupo de los auténticos seguidores de Jesús, con seguridad que nos encontraríamos con respuestas y actitudes parecidas a las de Juan. Pero también, si ponemos atención a las actitudes de muchas personas en la Iglesia, nos vamos a encontrar con lo mismo.
El papa Francisco ha indicado muchas veces que uno de los grandes pecados de la Iglesia es la autorreferencia: es decir, proclamarse a sí misma como elemento fundamental para la Salvación de los seres humanos, poseedora absoluta de la verdad y monopolizar a Dios; pero, en realidad su esencia y existencia solo tiene sentido en cuanto es comunidad que vive y transmite la fe en Cristo y el Evangelio.
Este es el mensaje que nos da el evangelio de hoy. El cristiano sólo tiene como referencia al Señor Jesús vivo y resucitado. “Los nuestros” son cada hombre y mujer, nuestros prójimos, nuestros auténticos hermanos y hermanas como hijos de un mismo Dios que quiere la Salvación de todos.
Durante demasiado tiempo, nosotros como Iglesia, hemos vivido encerrados en nuestras verdades de fe, pensando que teníamos la exclusiva de la Salvación frente a un mundo que no nos entendía. Y, sin embargo, si somos verdaderos cristianos, tenemos que hacer que en nuestra vida se trasparente la acogida y el amor de Jesús que nunca hacía acepción de personas, que privilegiaba a los descartados de la sociedad y de la religión, que llevó la cruz de los pecados de toda la humanidad y en ella entregó su Vida por un Amor sin condiciones.
A esto debemos agregar que vivimos en un mundo que tiende a dividir todo en grupos. Los míos y los otros, los buenos y los malos, los conservadores y los progresistas, los guapos y los feos… En los partidos políticos, se ve mucho. Es el síndrome del grupo cerrado. Nos hace falta aprender mucho de Jesús. Para Él no había ningún tipo de divisiones. A todos se acercaba, a todos proponía su mensaje de salvación. Algo de eso que nos recuerda el Papa Francisco y su Iglesia en salida.
La única división importante para Jesús es aceptar o no su mensaje. “El que no está contra nosotros, está con nosotros”. Lo primero, entonces, es decidir si aceptamos a Jesús como el guía de nuestra vida, para después compartirlo con otros. Como un equipo. Sin rivalidades, sin celos, sabiendo que todos estamos en lo mismo: hacer el bien y construir el Reino de Dios.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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