Lectura del día 20 de Enero de 2022
Primera Lectura
Querido hermano: Haz lo posible por venir a verme cuanto antes, pues Dimas, prefiriendo las cosas de este mundo, me ha abandonado y ha partido a Tesalónica. Crescencio se fue a Galacia, y Tito, a Dalmacia. El único que me acompaña es Lucas. Trae a Marcos contigo, porque me será muy útil en mis tareas. A Tíquico lo envié a Éfeso.
Cuando vengas, tráeme el abrigo que dejé en Tróade, en la casa de Carpo. Tráeme también los libros y especialmente los pergaminos.
Alejandro, el herrero, me ha hecho mucho daño. El Señor le dará su merecido. Cuídate de él, pues se ha opuesto tenazmente a nuestra predicación.
La primera vez que me defendí ante el tribunal, nadie me ayudó. Todos me abandonaron. Que no se les tome en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos.
Salmo Responsorial
R. (12a) Señor, que todos tus fieles te bendigan.
Que te alaben, Señor, todas tus obras
y que todos tus fieles te bendigan.
Que proclamen la gloria de tu reino
y den a conocer tus maravillas.
R. Señor, que todos tus fieles te bendigan.
Que muestren a los hombres tus proezas,
el esplendor y la gloria de tu reino.
Tu reino, Señor, es para siempre
y tu imperio, por todas las generaciones.
R. Señor, que todos tus fieles te bendigan.
Siempre es justo el Señor en sus designios
y están llenas de amor todas sus obras.
No está lejos de aquellos que lo buscan;
muy cerca está el Señor, de quien lo invoca.
R. Señor, que todos tus fieles te bendigan.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Yo los he elegido del mundo, dice el Señor,
para que vayan y den fruto y su fruto permanezca.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero ni morral ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’ ”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
Poco a poco, Jesús con lo que hacía y decía, se fue ganando la fama de ser especial. Sus palabras eran especiales, su poder de curación era especial; sobre todo, su amor y sus entrañas de misericordia eran especiales… Algo había en Él que atraía. Pronto, empezó a acudir mucha gente, “una muchedumbre”, para estar con Él. Para verle, para oírle, para pedir que les curase de sus dolencias.
En efecto, las enseñanzas y actividad sanadora de Jesús provoca la afluencia incontenible de los que llegan de todos los puntos cardinales con el deseo escuchar sus enseñanzas y de ser curados de sus males. Él es como el médico de una humanidad enferma, como la fuente oculta de la salvación. Así lo reconocen los mismos espíritus maléficos cuando confiesan: “Tú eres el Hijo de Dios”.
Es curioso el contraste que hace el evangelista San Marcos: mientras las autoridades religiosas, civiles y militares se unen para matar a Jesús, la gente pobre, los humildes, los enfermos y marginados acuden a Él en masa. El rechazo de los escribas y fariseos, junto con los poderosos de la sociedad judía, contrasta con la popularidad y aceptación del pueblo pobre y sencillo.
Otro detalle interesante es que mientras los sabios y entendidos en la Ley y en las Escrituras son incapaces de reconocer la presencia de Dios en Jesús, hasta los espíritus inmundos reconocen la divinidad de Jesús y lo proclaman afirmando: “Tú eres el Hijo de Dios”. Sólo el corazón obstinado de los “expertos en las cosas de Dios” son incapaces de reconocer que en Jesús Dios está actuando y haciendo presente su Reino.
Pero Jesús no quiere aceptar la confesión espectacular y ambigua de estos seres misteriosos y malévolos, que parecen estar en el secreto de su identidad divina. Por eso les prohibía que lo manifestaran. Jesús desea ser reconocido a través de un itinerario de fe. Sólo el que lo siga hasta el final descubrirá su verdadera identidad. Ese es el secreto de Jesús: sólo el que participe de sus sentimientos, sólo el que se sume a su misión de mensajero del Reino y de enviado a los pobres, a los pecadores, a los que sufren, podrá comprender el motivo de su comportamiento y el origen de su persona.
El evangelista Marcos es el que más insiste en la conveniencia de no desvelar la personalidad de Jesús antes de tiempo. Su misión es demasiado nueva y desconcertante como para que la comprendan en seguida y sin ambigüedades los que le rodean. Sólo la culminación final de su vida (su pasión, muerte y resurrección) revelará su identidad trascendente, y eso sólo a la luz de la fe.
Nosotros también somos, igual que aquellas multitudes, seguidores y seguidoras de Jesús. Podríamos preguntarnos ¿Qué nos impulsa a buscar a Jesús? ¿Qué nos mueve a seguirlo? ¿Qué buscamos nosotros en Jesús? ¿Encontramos en Él lo que buscamos? Son preguntas que debemos responder con la mayor sinceridad, porque de la respuesta que demos dependerá cómo vivamos nuestra fe.
Al igual que los espíritus inmundos, también nosotros confesamos que Jesús es el Hijo de Dios. Y eso ¿qué significa? Si realmente reconocemos a Jesús como el Hijo de Dios, reconocemos que en Él Dios se nos ha dado a conocer totalmente y nos ha mostrado cuál es su voluntad para nuestra vida. Significa que aceptamos su proyecto del Reino y que estamos dispuestos a seguirle reproduciendo en nosotros sus actitudes y sus acciones.
Que Dios los bendiga y los proteja.
Deja una respuesta