Lecturas del día 12 de Enero de 2022
Primera Lectura
En los tiempos en que el joven Samuel servía al Señor a las órdenes de Elí, la palabra de Dios se dejaba oír raras veces y no eran frecuentes las visiones.
Los ojos de Elí se habían debilitado y ya casi no podía ver. Una noche, cuando aún no se había apagado la lámpara del Señor, estando Elí acostado en su habitación y Samuel en la suya, dentro del santuario donde se encontraba el arca de Dios, el Señor llamó a Samuel y éste respondió: “Aquí estoy”. Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?” Respondió Elí: “Yo no te he llamado. Vuelve a acostarte”. Samuel se fue a acostar. Volvió el Señor a llamarlo y él se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?” Respondió Elí: “No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte”.
Aún no conocía Samuel al Señor, pues la palabra del Señor no le había sido revelada. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel; éste se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?”
Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al joven y dijo a Samuel: “Ve a acostarte, y si te llama alguien, responde: ‘Habla, Señor; tu siervo te escucha’ ”. Y Samuel se fue a acostar.
De nuevo el Señor se presentó y lo llamó como antes: “Samuel, Samuel”. Éste respondió: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”.
Samuel creció y el Señor estaba con él. Y todo lo que el Señor le decía, se cumplía. Todo Israel, desde la ciudad de Dan hasta la de Bersebá, supo que Samuel estaba acreditado como profeta del Señor.
Salmo Responsorial
R. (cf. 8a y 9a) Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Esperé en el Señor con gran confianza;
él se inclinó hacia mí y escuchó mis plegarias.
Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor,
y no acude a los idólatras,
que se extravían con engaños. R.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Sacrificios y ofrendas no quisiste,
abriste, en cambio, mis oídos a tu voz.
No exigiste holocaustos por la culpa,
así que dije: “Aquí estoy”. R.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
En tus libros se me ordena
hacer tu voluntad;
esto es, Señor, lo que deseo:
tu ley en medio de mi corazón. R.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
He anunciado tu justicia
en la gran asamblea;
no he cerrado mis labios:
tú lo sabes, Señor. R.
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Mis ovejas escuchan mi voz, dice el Señor;
yo las conozco y ellas me siguen.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús. Él se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles.
Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero no dejó que los demonios hablaran, porque sabían quién era él.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: “Todos te andan buscando”. Él les dijo: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”. Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
El evangelio de hoy nos presenta lo que podríamos llamar “un día en la vida de Jesús”. Si prestamos atención a los detalles de tiempo, vemos claramente cómo Jesús dividía la jornada. Por un lado, se dedicaba a la oración, y, por otro, a su misión de predicar con palabras y con obras. Contemplación y acción. Oración y trabajo. Estar con Dios y estar con las personas.
Al comienzo del relato lo encontramos todavía en la sinagoga, donde ayer lo veíamos enseñando con autoridad y liberando a un hombre poseído por un espíritu inmundo. Al salir de la sinagoga se dirige a la casa de Simón Pedro, acompañado por sus discípulos Santiago y Juan. Era sábado y por ser día de descanso probablemente lo que deseaba era descansar en un ambiente familiar acompañado por sus amigos y discípulos. Pero se encuentra con una situación de necesidad: la suegra de Pedro está en cama, con fiebre.
Tres gestos de Jesús van a ser transformadores para esta mujer, tres gestos de ternura: dice el texto que Él “se acercó” “la tomó de la mano” y “la levantó”: acercarse al otro, tocarle, ponerle en pie. Tres gestos que nos hablan de una manera de relacionarse afectiva, de una capacidad de encuentro real con las personas, de entrar en comunicación con ellas. Y los encuentros pueden ser salvadores si son experiencia de amor. A la mujer se le pasó la fiebre y “se puso a servirles”. El amor recibido provoca la respuesta amorosa, el servicio.
“Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios…” Aquí está la razón de la autoridad en su enseñanza: la coherencia de sus acciones. No sólo habla del Reino de Dios, del amor del Padre y de su compasión y ternura, sino que todo eso lo hace presente a través de sus acciones. Se dedica a acoger a los más necesitados, a consolar, sanar y liberar. Así como había ocurrido con la suegra de Pedro, el encuentro de estos enfermos con Jesús les devuelve la salud.
En Jesús descubrimos y aprendemos la sabiduría del encuentro; una sabiduría que Él mismo fue aprendiendo en el encuentro habitual con el Padre: nos dice el texto que Jesús iniciaba su día cultivando esta relación con su Padre. En medio del silencio, podía escuchar, sentir, dejarse afectar por aquellos que de una u otra forma esperaban un gesto, una palabra liberadora y acogerlo como una llamada: “todos te buscan”.
El lugar para hacerlo no es lo más importante, pero curiosamente él siempre escoge la montaña o un lugar retirado y tranquilo. Probablemente lo hacía por dos razones: para que nadie confundiera la oración con una exhibición, y porque las cosas íntimas hay que tratarlas en intimidad. Y nada hay más íntimo que hablar, en filiación y amistad, con Dios Padre. La soledad de la montaña invita al encuentro, a la apertura, a la confianza., al contacto con uno mismo y con Dios.
También hoy nosotros, en medio de nuestros pueblos y ciudades, podemos hacer silencio para escuchar la llamada de aquellos que, a través de las situaciones que viven, están buscando. Ojalá sepamos, como el Jesús, acercarnos, tocar la realidad de forma cariñosa, para que Él a través de nuestros gestos pueda poner en pie a quienes se sienten postrados. Para lograrlo también necesitamos cultivar una relación personal con el Padre, tener ratos de diálogo íntimo con Él.
Que Dios los bendiga y los proteja.
Deja una respuesta