Lecturas del día 28 de Noviembre de 2021
Primera Lectura
Yo, Daniel, me sentía angustiado y perturbado por las visiones que había tenido. Me acerqué a uno de los presentes y le pedí que me explicara todo aquello, y él me explicó el sentido de las visiones: “Esas cuatro bestias gigantescas significan cuatro reyes que surgirán en el mundo. Pero los elegidos del Altísimo recibirán el reino y lo poseerán por los siglos de los siglos”.
Quise saber lo que significaba la cuarta bestia, diferente de las demás, la bestia terrible, con dientes de hierro y garras de bronce, que devoraba y trituraba, y pisoteaba lo sobrante con las patas; lo que significaban los diez cuernos de su cabeza y el otro cuerno que, al salir, eliminaba a otros tres, que tenía ojos y una boca que profería blasfemias y era más grande que las otras.
Mientras yo seguía mirando, aquel cuerno luchó contra los elegidos y los derrotó, hasta que llegó el anciano para hacer justicia a los elegidos del Altísimo, para que éstos poseyeran el reino.
Después me dijo: “La cuarta bestia es un cuarto rey que habrá en la tierra, mayor que todos los reyes, que devorará, trillará y triturará toda la tierra. Sus diez cuernos son diez reyes que habrá en aquel reino, y después vendrá otro, más poderoso que ellos, el cual destronará a tres reyes; blasfemará contra el Altísimo e intentará aniquilar a los elegidos y cambiar las fiestas y la ley. Los elegidos estarán bajo su poder durante tres años y medio. Pero al celebrarse el juicio, se le quitará el poder y será destruido y aniquilado totalmente. El poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo serán entregados al pueblo de los elegidos del Altísimo. Será un reino eterno, al que temerán y se someterán todos los soberanos”.
Salmo Responsorial
R. (59b) Bendito seas para siempre, Señor.
Hombres todos, bendigan al Señor.
Pueblo de Israel, bendice al Señor.
R. Bendito seas para siempre, Señor.
Sacerdotes del Señor, bendigan al Señor.
Siervos del Señor, bendigan al Señor.
R. Bendito seas para siempre, Señor.
Almas y espíritus justos, bendigan al Señor.
Santos y humildes de corazón, bendigan al Señor.
R. Bendito seas para siempre, Señor.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Velen y oren,
para que puedan presentarse sin temor
ante el Hijo del hombre.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Estén alerta, para que los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra.
Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre’’.
Reflexión
Hermanas y hermanos
Comenzamos hoy un nuevo año litúrgico. Y lo hacemos no con celebraciones solemnes y pomposas, como las que caracterizan el comienzo del año civil; ni siquiera con grandes celebraciones litúrgicas. Se comienza el año anunciando esas celebraciones y preparándonos para ellas. En efecto, lo empezamos con un período que llamamos Adviento, que es la preparación para una gran fiesta, la Navidad. Para los cristianos la celebración de la Navidad requiere una preparación porque para celebrar de verdad y cristianamente la Navidad es necesario “estar en lo que se celebra”. Eso exige una preparación, un tiempo de reflexión sobre: quién es el que esperamos; quién realmente va a nacer; para qué nace y se hace presente entre nosotros.
Para ello, el Adviento tiene una pedagogía que nos ayuda en esta preparación. Y ésta comienza con las lecturas de la Palabra de Dios que se nos proponen para hoy. Todas ellas pretenden infundirnos esperanza y nos invitan a estar “en espera”, atentos y vigilantes. El pasaje del evangelio que hemos escuchado nos puede resultar agobiante pues nos sigue hablando de crisis y de catástrofes cósmicas. Pero este lenguaje apocalíptico, lo hemos dicho muchas veces, es un lenguaje simbólico que pretende infundir ánimo y esperanza. Por tanto, las imágenes y el lenguaje tienen un significado esperanzador.
Las palabras de Jesús ofrecen un mensaje lleno de fuerza, una llamada a la esperanza, que es lo propio del Adviento: “Levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación”. Esa es la clave del pasaje del evangelio de hoy. No son los signos apocalípticos los que nos deben impresionar, sino el mensaje de lo que se nos propone como oferta de parte de Dios. Los signos apocalípticos, en este mundo, siempre han ocurrido y siempre estarán ocurriendo. Lo realmente importante y en lo que debemos centrar nuestra atención es en lo que Dios nos ofrece.
El evangelio nos habla del final de los tiempos como el acontecimiento de transformación de nuestra realidad, en el que el Reino de Dios llegará a su plenitud. Y este ocurrirá con la segunda venida del Señor. De ahí que el evangelio nos lleva a hablar de la esperanza en la venida del Señor al final de los tiempos. Por eso, lo importante no son estos signos ni esta literatura, sino el mensaje que quiere transmitir el evangelista a propósito del final de los tiempos. Y el mensaje es de esperanza: este mundo es limitado, lo sabemos, la ciencia nos lo confirma, pero como el final está muy lejos no pensamos en él.
Para cada uno, el final de nuestro tiempo es la hora de nuestra muerte, el momento de la salida de este mundo. Pues bien, tenemos que esperar ese momento con paz y serenidad, porque precisamente entonces Dios se nos hará más presente que nunca. Dios nos acogerá con un amor como no hay otro, nos abrazará para no soltarnos nunca de sus manos.
Quizás deberíamos pensar que para cada uno de nosotros el final no está tan lejos, puede acontecer en cualquier momento. Pues bien, lo que nos transmite el evangelio es que, sea cual sea el momento y las modalidades del final, a pesar de las apariencias no será un momento caótico ni de desconcierto, pues allí nos estará esperando el Hijo del hombre con gran poder y gloria. Un poder salvífico y liberador. De modo que la venida del Hijo del hombre no provoca miedo, sino que transmite esperanza y seguridad; la seguridad de que bajo el señorío de Cristo reinará la justicia, la paz y el amor.
Y mientras tanto, ¿qué hacemos? Este “mientras tanto” es el momento de nuestra vida actual, es nuestro presente aquí y ahora. ¿Cómo vivimos ahora? “Tengan cuidado” dice el evangelio para que “los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente”. ¿Cuál debe ser nuestra preocupación entonces? Lo ha dicho claramente la segunda lectura: “que el Señor les haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, para que cuando vuelva acompañado de sus santos, se presenten irreprensibles ante Dios, nuestro Padre”. Mientras esperamos la vuelta del Señor, debemos explotar al máximo el don del amor.
Escucharemos en el prefacio, de la misa de hoy, que el Señor glorioso que vendrá al final de los tiempos, “viene ahora a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino”. Viene a nuestro encuentro en cada persona: en el enfermo desvalido, en el emigrante vulnerable, en el vecino solitario. Para que al encontrarlo demos testimonio de nuestra esperanza: un reino en el que todos seremos felices.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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