Lecturas del 12 de noviembre de 2021
Primera Lectura
Insensatos han sido todos los hombres
que no han conocido a Dios
y no han sido capaces de descubrir,
a través de las cosas buenas que se ven a “Aquel-que-es”
y que no han reconocido al artífice, fijándose en sus obras,
sino que han considerado como dioses
al fuego, al viento, al aire sutil,
al cielo estrellado, al agua impetuosa
o al sol y a la luna, que rigen el mundo.
Si fascinados por la belleza de las cosas,
pensaron que éstos eran dioses,
sepan cuánto las aventaja el Señor de todas ellas,
pues fue el autor mismo de la belleza quien las creó.
Y si fue su poder y actividad lo que los impresionó,
deduzcan de ahí cuánto más poderoso es aquel que las hizo;
pues reflexionando sobre la grandeza y hermosura de las creaturas
se puede llegar a contemplar a su creador.
Sin embargo, no son éstos tan dignos de reprensión,
pues tal vez andan desorientados,
buscando y queriendo encontrar a Dios.
Como viven entre sus obras, se esfuerzan por conocerlas
y se dejan fascinar por la belleza de las cosas que ven.
Pero no por eso tienen excusa,
pues si llegaron a ser tan sabios para investigar el universo,
¿cómo no llegaron a descubrir fácilmente a su creador?
Salmo Responsorial
R. (2a) Los cielos proclaman la gloria de Dios.
Los cielos proclaman la gloria de Dios
y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día comunica su mensaje al otro día
y una noche se lo transmite a la otra noche.
R. Los cielos proclaman la gloria de Dios.
Sin que pronuncien una palabra,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra llega su sonido
y su mensaje, hasta el fin del mundo.
R. Los cielos proclaman la gloria de Dios.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Estén atentos y levanten la cabeza,
porque se acerca la hora de su liberación, dice el Señor.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquellos días, Jesús dijo a sus discípulos: “Lo que sucedió en el tiempo de Noé también sucederá en el tiempo del Hijo del hombre: comían y bebían, se casaban hombres y mujeres, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces vino el diluvio y los hizo perecer a todos.
Lo mismo sucedió en el tiempo de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, sembraban y construían, pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Pues lo mismo sucederá el día en que el Hijo del hombre se manifieste.
Aquél día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, que no baje a recogerlas; y el que esté en el campo, que no mire hacia atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. Quien intente conservar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.
Yo les digo: aquella noche habrá dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro abandonado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra abandonada’’.
Entonces, los discípulos le dijeron: “¿Dónde sucederá eso, Señor?” Y él les respondió: “Donde hay un cadáver, se juntan los buitres”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
La inmensa mayoría de las personas viven su vida afanadas por las cosas y situaciones de este mundo. Su gran preocupación es el trabajo, el dinero, la tecnología, el consumismo y tantas otras cosas que la sociedad de hoy pone delante de nosotros. Y las personas, absortas en las cosas de este mundo, no piensan (o no quieren pensar) que todo esto es transitorio, todo se va a acabar, y que hay otra vida, la vida que Dios nos tiene reservada en el Cielo.
En el evangelio que hemos escuchado, Jesús reprocha a las personas de su tiempo que repiten la misma actitud insensata de los contemporáneos de Noé y de Lot: “comían, bebían, se casaban, compraban”, y se reían de Noé por sus previsiones y provisiones. También nosotros tenemos la tentación de entregarnos a la vida como si fuéramos eternos habitantes de este mundo. A este respecto san Pablo aconseja tomar conciencia de la provisionalidad del tiempo presente y dice: “Los que compran actúen como si no poseyesen, los que gozan del mundo como si no disfrutasen, porque este mundo que contemplamos está para acabar”.
No se trata de amargarnos la existencia pensando siempre en la muerte y no disfrutar de esta vida. Un rasgo del cristiano es la alegría. La vida es un regalo de Dios que debemos disfrutar, al igual que todas las bendiciones que Él nos da todos los días. Jesús nos da la razón suprema de esa alegría y esperanza: “voy a prepararles un lugar, para que yo esté estén también ustedes”. Esto pone alegría en la vida, porque despeja el interrogante: “¿qué será de mí después de la muerte?” que, por lo menos de forma inconsciente, atormenta al que no tiene esperanza.
Jesús reprocha la actitud de vivir adormecidos por las cosas de este mundo y nos invita a estar vigilantes. Esta vigilancia no nos debe sacar de nuestra vida ordinaria, al contrario, es un aviso para la vida ordinaria: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban y edificaban. No se trata de que tengamos que hacer cosas diferentes, se trata de que pongamos el alma en lo que hacemos y encontremos allí a Dios. Abramos los ojos para ver a Dios en lo cotidiano, en nuestra vida de cada día.
Esa vigilancia permanente nos hará capaces de recibir al Señor que viene a nuestra vida. Jesús está hablando a sus discípulos, y también hoy nos habla a nosotros, del día de la manifestación del Hijo del Hombre. Jesús no pretende asustarnos, sino que nos llama a conversión y a estar vigilantes. Nos anima a no dejarnos dominar por las cosas terrenas, sino a vivirlas con la mirada puesta en el Cielo, pues esta vida terrenal es provisional, nuestra meta y nuestra esperanza es el Cielo.
El Señor nos invita a despertar nuestras conciencias dormidas y acomodadas, y a que cambiemos nuestras actitudes ajustándolas a la voluntad de Dios. Se trata de que estemos despiertos para descubrir las manifestaciones de Cristo en las cosas cotidianas de nuestra vida, porque el Señor todos los días viene a nuestro encuentro. Pero, también tenemos que vivir como si cada día fuera el día del juicio, siempre dispuestos a dar cuentas de nuestra vida a Dios, pues no sabemos ni el día ni la hora en que llegará el Señor.
Además, somos privilegiados por saber el tema del examen final. Jesús señala que se nos preguntará: Estuve hambriento, desnudo, encarcelado, sin trabajo… ¿me tendiste la mano, saliste al paso de mi sufrimiento? “En el atardecer de la vida se nos examinará del amor”. Saber el tema del examen y no aprobar sería una negligencia imperdonable. En esto nos jugamos la vida eterna.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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