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noviembre 13, 2021 in Evangelios

Lecturas del día 13 de Noviembre de 2021

Primera Lectura

Sab 18, 14-16; 19, 6-9

Cuando un profundo silencio envolvía todas las cosas
y la noche estaba a la mitad de su camino,
tu palabra todopoderosa, Señor, como implacable guerrero,
se lanzó desde tu trono real del cielo
hacia la región condenada al exterminio.
Blandiendo como espada tu decreto irrevocable,
sembró la muerte por dondequiera;
tocaba el cielo con la mano y al mismo tiempo pisaba la tierra.

La creación entera, obediente a tus órdenes,
actuó de manera diversa a su modo de proceder
para librar a tus hijos de todo daño.
Una nube protegió con su oscuridad el campamento israelita
y donde antes había agua, surgió la tierra firme;
en el mar Rojo apareció un camino despejado
y en las olas impetuosas, una verde llanura.
Por ahí, protegido por tu mano, pasó todo el pueblo,
mientras contemplaba tus prodigios admirables.
Corrían como potros y brincaban como corderos,
dándote gracias, Señor, por haberlos liberado.

Salmo Responsorial

Salmo 104, 2-3. 36-37. 42-43

R. (5a) Recordemos los prodigios del Señor.
Aclamen al Señor y denle gracias,
relaten sus prodigios a los pueblos.
Entonen en su honor himnos y cantos,
celebren sus portentos.
R. Recordemos los prodigios del Señor.
El Señor hirió de muerte a los primogénitos de los egipcios,
primicias de su virilidad.
Sacó a su pueblo cargado de oro y plata,
y entre sus tribus nadie tropezó.
R. Recordemos los prodigios del Señor.
Se acordó de la palabra sagrada
que había dado a su siervo Abraham,
y sacó a su pueblo con alegría,
a sus escogidos con gritos de triunfo.
R. Recordemos los prodigios del Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr 2 Tes 2, 14

R. Aleluya, aleluya.
Dios nos ha llamado, por medio del Evangelio,
a participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 18, 1-8

En aquel tiempo, para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta parábola:

“En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.

Por mucho tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy a hacerle justicia para que no me siga molestando’ ”.

Dicho esto, Jesús comentó: “Si así pensaba el juez injusto, ¿creen acaso que Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen que encontrará fe sobre la tierra?”

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

La actitud de vivir siempre vigilantes, que hablábamos ayer, trae consigo la oración permanente. Hoy Jesús en el evangelio pide a sus discípulos, y a nosotros, “orar siempre y sin desfallecer”. Nos podemos preguntar si a un hombre y una mujer que están enamorados ¿hace falta decirles, desde fuera, que tienen que verse y hablarse todos los días? Sabemos de sobra que no hace falta hacerles esta indicación. Llevados de su amor se ven, se buscan, se hablan… desean acrecentar su amor.

Pues de esta misma manera, nos tiene que sonar a nosotros la parábola del evangelio de hoy, que dirigió Jesús a sus discípulos para explicarles la “necesidad de orar siempre y sin desfallecer”. Sabemos bien que los cristianos somos los que queremos vivir una historia de amor con Dios, y desde ahí todo lo demás que nos ocurra en la vida. Desde la experiencia del amor infinito e incondicional que Dios nos tiene, con profunda emoción le confesamos nuestro amor hacia Él y le prometimos seguir a Jesús: “Te seguiré donde quiera que vayas”.

Como también sabemos que lo que no se cultiva se pierde, nuestra historia de amor con Él, con todo lo que ella implica, la tenemos que cultivar. Una de las mejores maneras de cultivarla es orando; es decir, escuchándole y hablándole todos los días, manteniendo un diálogo continuo con Él. Lo hacemos espontáneamente, porque nos brota de nuestro corazón cristianizado, no porque esté mandado, ni sea una obligación, sino, como dice el evangelio de hoy, porque es una necesidad. Escuchándole, entre otras cosas, le oiremos recordarnos el tesoro recibido, el tesoro de su buena noticia, que debemos vivir para encontrar el sentido, la alegría y la esperanza que todos deseamos.

La parábola que Jesús propone nos muestra la confianza con la que debemos orar. Esa confianza nace de la esperanza en el Dios de la misericordia, el Dios que es Padre y quiere el bien para todos sus hijos e hijas, especialmente los más vulnerables y desprotegidos, los que sufren la injusticia. En la parábola, la descripción del juez es tajante: “ni teme a Dios ni le importan los hombres”. Hay muchísima gente de bien en nuestro mundo, pero también es cierto que hay mucho mal e injusticia que se sustentan en sistemas políticos, sociales y económicos que se basan y alimentan el egoísmo, el interés individual, la codicia, minando desde la raíz las posibilidades del bien común.

Pero el bien y el amor de Dios siempre prevalecen. Creer en Dios y tener esperanza en que se cumplirá su voluntad, pasa por no excluir a Dios de ningún ámbito de la vida y confiar en el poder de su voluntad, que está guiada por su amor y querer el bien para todos y cada uno de sus hijos e hijas. La viuda del evangelio fue insistente y apelaba a un hombre injusto. ¿Cómo desistir nosotros si apelamos a un Dios justo y Padre? Para no desfallecer debemos profundizar en esta fe que confía y espera en Dios. Ello implica descubrir los signos de esa presencia de Dios en nuestro mundo, a nuestro alrededor, en nosotros mismos. Somos testigos de cómo Dios actúa en el mundo y la oración nos debe llevar a vivir con confianza, con una actitud de esperanza y comprometidos con ese bien común que implica también morir a mi egoísmo y querer el bien no para mí sólo sino para todos. Dios me ha dado el don de la fe para hacerse un poco más presente en nuestra historia.

Sin fe, imposible. Con fe, ningún problema. “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen que encontrará fe en la tierra?” Para orar con confianza se necesita mucha fe; fe que, precisamente, va aumentando con la oración. Creer para orar y encontrarnos con Dios; orar para creer y más fácilmente seguir viviendo en y según Dios. Dos matices de la fe: confiar y secundar los deseos de Dios.

La fe tiene más que ver con la persona, con la vida, que con la doctrina, los preceptos y los dogmas. Jesús no nos dejó ningún catecismo ni libro alguno de dogma y moral. Nos dejó su persona, su vida y su proyecto, el Reino de Dios. Y por medio de ejemplos múltiples nos pidió que nos fiáramos de Él y de su Padre. “El que cree en mí, el que confía en mí, el que se fía de mí, tiene vida eterna”.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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