“Se acerca el tiempo, dice el Señor,
en que haré con la casa de Israel
y la casa de Judá una alianza nueva.
No será como la alianza que hice con los padres de ustedes,
cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto.
Ellos rompieron mi alianza
y yo tuve que hacer un escarmiento con ellos.

Ésta será la alianza nueva
que voy a hacer con la casa de Israel:
Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente
y voy a grabarla en sus corazones.

Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
Ya nadie tendrá que instruir a su prójimo ni a su hermano,
diciéndole: ‘Conoce al Señor’,
porque todos me van a conocer,
desde el más pequeño hasta el mayor de todos,
cuando yo les perdone sus culpas
y olvide para siempre sus pecados”.

R. (12a) Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Por tu inmensa compasión y misericordia,
Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas.
Lávame bien de todos mis delitos,
y purifícame de mis pecados. R.
R. Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Crea en mí, Señor, un corazón puro,
un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos.
No me arrojes, Señor, lejos de ti,
ni retires de mí tu santo espíritu. R.
R. Crea en mí, Señor, un corazón puro.
Devuélveme tu salvación, que regocija
y mantén en mí un alma generosa.
Enseñaré a los descarriados tus caminos,
y volverán a ti los pecadores. R.
R. Crea en mí, Señor, un corazón puro.

Hermanos: Durante su vida mortal, Cristo ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen.

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
El que quiera servirme, que me siga,
para que donde yo esté,
también esté mi servidor.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”.

Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y él les respondió: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.

El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.

Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre”. Se oyó entonces una voz que decía: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.

De entre los que estaban ahí presentes y oyeron aquella voz, unos decían que había sido un trueno; otros, que le había hablado un ángel. Pero Jesús les dijo: “Esa voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir.

Reflexión

Este episodio subraya una interacción cultural significativa. La presencia de griegos entre la multitud indica la influencia y el interés intercultural en las enseñanzas de Jesús. Este encuentro no solo muestra la diversidad de seguidores potenciales de Jesús sino también cómo su mensaje resonaba más allá de las fronteras judías, anticipando el carácter global del cristianismo. Esta interacción sugiere una invitación a la inclusividad y al diálogo intercultural dentro de nuestras comunidades de fe, recordándonos que el mensaje de Jesús es universal, dirigido a todas las personas sin importar su origen cultural o étnico.

El momento en que Jesús habla sobre su alma turbada y la voz del Padre responde desde el cielo es profundamente simbólico. Este evento raramente se destaca pero es crucial para entender la relación entre Jesús y el Padre, así como la confirmación divina de su misión. La voz que dice “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo” es un testimonio poderoso de la divinidad de Jesús y la importancia de su sacrificio. Este intercambio puede inspirarnos a buscar y escuchar la dirección divina en nuestras propias vidas, recordándonos que, a pesar de las pruebas y el sufrimiento, Dios está con nosotros, guiando y apoyando nuestro camino.

Cuando Jesús habla del “juicio de este mundo” y de la expulsión del “príncipe de este mundo”, nos enfrenta a la realidad espiritual de la lucha contra el mal y la oscuridad. Este pasaje nos llama a reflexionar sobre nuestras propias batallas espirituales y la victoria sobre el mal que Jesús promete. Es un recordatorio de que, aunque el mal pueda parecer prevalecer en momentos de nuestra historia y vidas personales, la victoria final ya ha sido asegurada a través del sacrificio de Jesús. Este mensaje es fundamentalmente esperanzador y fortalecedor, alentándonos a permanecer fieles y confiados en medio de las pruebas.

El relato, con su riqueza de temas y simbolismo, nos invita a una reflexión personal y comunitaria sobre nuestra respuesta al llamado de Jesús. Nos desafía a considerar cómo estamos “muriendo a nosotros mismos” para llevar fruto en nuestra vida espiritual, nuestras relaciones y nuestras comunidades. A través de esta perspectiva, podemos encontrar maneras nuevas y creativas de vivir el mensaje del Evangelio, buscando siempre el bien común y extendiendo el amor y la misericordia de Dios a todos los que nos rodean.