Evangelio del 10 de marzo del 2024 según san Juan 3, 14-21
IV Domingo de Cuaresma
Año B
Lectionary: 32
Primera Lectura
En aquellos días, todos los sumos sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, practicando todas las abominables costumbres de los paganos, y mancharon la casa del Señor, que él se había consagrado en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, los exhortó continuamente por medio de sus mensajeros, porque sentía compasión de su pueblo y quería preservar su santuario. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus advertencias y se mofaron de sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo llegó a tal grado, que ya no hubo remedio.
Envió entonces contra ellos al rey de los caldeos. Incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén, pegaron fuego a todos los palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. A los que escaparon de la espada, los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos, hasta que el reino pasó al dominio de los persas, para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: Hasta que el país haya pagado sus sábados perdidos, descansará de la desolación, hasta que se cumplan setenta años.
En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de las palabras que habló el Señor por boca de Jeremías, el Señor inspiró a Ciro, rey de los persas, el cual mandó proclamar de palabra y por escrito en todo su reino, lo siguiente: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha mandado que le edifique una casa en Jerusalén de Judá. En consecuencia, todo aquel que pertenezca a este pueblo, que parta hacia allá, y que su Dios lo acompañe”.
Salmo Responsorial
R. (6a) Te recuerdo, Señor, es mi alegría.
Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos
a llorar de nostalgia;
de los sauces que esteban en la orilla
colgamos nuestras arpas. R.
R. Te recuerdo, Señor, es mi alegría.
Aquello que cautivos nos tenían
pidieron que cantáramos.
Decían los opresores:
“Algún cantar de Sión, alegres, cántennos”. R.
R. Te recuerdo, Señor, es mi alegría.
Pero, ¿cómo podríamos cantar
un himno al Señor en tierra extraña?
¡Que la mano derecha se me seque,
si de ti, Jerusalén, yo me olvidara! R.
R. Te recuerdo, Señor, es mi alegría.
¡Que se me pegue al paladar la lengua,
Jerusalén, si no te recordara,
o si, fuera de ti,
alguna otra alegría yo buscara! R.
R. Te recuerdo, Señor, es mi alegría.
Segunda Lectura
Hermanos: La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo. Por pura generosidad suya, hemos sido salvados. Con Cristo y en Cristo nos ha resucitado y con él nos ha reservado un sitio en el cielo. Así, en todos los tiempos, Dios muestra, por medio de Jesús, la incomparable riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros.
En efecto, ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe; y esto no se debe a ustedes mismos, sino que es un don de Dios. Tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir, porque somos hechura de Dios, creados por medio de Cristo Jesús, para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos.
Aclamación antes del Evangelio
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único,
para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.
La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios’’.
Reflexión
La palabra “Laetare” significa “regocíjate” en latín y proviene del introito (entrada) de la misa de ese día, que inicia con la frase “Laetare Jerusalem” (Regocíjate, Jerusalén).
El Domingo Laetare es un día de alivio dentro del período de penitencia y reflexión de la Cuaresma, ofreciendo a los fieles un momento de alegría y esperanza en la preparación para la Pascua. En este día, la Iglesia permite un cierto relajamiento de las rigurosas prácticas cuaresmales como señal de anticipación a la alegría de la Resurrección de Jesucristo.
Adentrándonos en el evangelio de hoy de Juan 3, 14-21 hablaremos como en el desierto, la serpiente de bronce no solo curaba a los israelitas del veneno mortal, sino que también simbolizaba la transformación. Mirar a la serpiente significaba reconocer su error, arrepentirse y buscar la intervención divina. De la misma manera, al contemplar a Jesús crucificado, reconocemos nuestra necesidad de redención y nos abrimos a la transformación que solo su amor puede obrar en nosotros.
En una sociedad marcada por la incertidumbre, la violencia y la desesperanza, la fe en Jesús se convierte en una luz que brilla en la oscuridad. Su mensaje de amor, perdón y reconciliación nos ofrece una alternativa a la cultura del descarte y la indiferencia. La fe nos invita a ser portadores de esa luz, iluminando los rincones más sombríos de nuestro mundo con la esperanza de la resurrección.
La fe no se limita a un sentimiento o una creencia individual. El verdadero amor de Dios se traduce en acciones concretas de compasión, justicia y solidaridad. Al igual que Nicodemo, que se encontró con Jesús en la noche, estamos llamados a salir de la oscuridad de la indiferencia y convertirnos en instrumentos de luz y transformación en nuestro entorno.
El amor de Dios no es una licencia para la pasividad. Al contrario, nos impulsa a asumir la responsabilidad de construir un mundo más justo y fraterno. La fe nos invita a ser agentes de cambio, trabajando por la paz, la defensa de los más vulnerables y la protección del medio ambiente.
La fe no es una teoría abstracta, sino un encuentro personal con Jesús. Al igual que Nicodemo, necesitamos tener un encuentro personal con el Resucitado, que nos abra los ojos a la profundidad del amor de Dios y nos impulse a una vida transformada por su gracia.
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