enero 28, 2024 in Evangelios

Lecturas del 29 de enero del 2024

Lunes de la IV semana del Tiempo ordinario

Lectionary: 323

Primera lectura

2 Sm 15, 13-14. 30; 16, 5-13
En aquellos días, llegó un hombre a avisar a David: “Todos los israelitas se han puesto de parte de Absalón”. Entonces David les dijo a sus servidores que estaban con él en Jerusalén: “Huyamos pronto, porque si llega Absalón no nos dejará escapar. Salgamos a toda prisa, pues si se nos adelanta y nos alcanza, nos matará y pasará a cuchillo a todos los habitantes de la ciudad”.

Al subir por el monte de los Olivos, David iba llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos. Todos sus acompañantes iban también con la cabeza cubierta y llorando.

Cuando llegaron a Bajurim, un hombre de la familia de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá, les salió al encuentro y se puso a seguirlos. Los iba maldiciendo y arrojaba piedras a David y a todos sus hombres. El pueblo y los soldados se agruparon en torno a David. Semeí le gritaba: “Fuera de aquí, asesino malvado. El Señor te está castigando por toda la sangre de la casa de Saúl, cuyo trono has usurpado. El Señor ha entregado el trono a tu hijo Absalón y tú has caído en desgracia, porque eres un asesino”.

Abisay, hijo de Sarvia, le dijo entonces a David: “¿Por qué se ha de poner a maldecir a mi señor ese perro muerto? Déjame ir a donde está y le corto la cabeza”. Pero el rey le contestó: “¿Qué le vamos a hacer? Déjalo; pues si el Señor le ha mandado que me maldiga, ¿quién se atreverá a pedirle cuentas?”

Enseguida, David dijo a Abisay y a todos sus servidores: “Si mi propio hijo quiere matarme, ¿con cuánta mayor razón este hombre de la familia de Saúl? Déjenlo que me maldiga, pues se lo ha ordenado el Señor. Tal vez el Señor se apiade de mi aflicción y las maldiciones de hoy me las convierta en bendiciones”. Y David y sus hombres prosiguieron su camino.

Salmo Responsorial

Salmo 3, 2-3. 4-5. 6-7
R. (7b) Levántate, Señor, y sálvame, Dios mío.
Mira, Señor, cuántos contrarios tengo,
y cuántos contra mí se han levantado;
cuántos dicen de mí:
“Ni Dios podrá salvarlo”.
R. Levántate, Señor, y sálvame, Dios mío.
Mas tú, Señor, eres mi escudo
mi gloria, y mi victoria;
desde tu monte santo me respondes
cuando mi voz te invoca.
R. Levántate, Señor, y sálvame, Dios mío.
En paz me acuesto, duermo y me despierto,
porque el Señor es mi defensa.
No temeré a la enorme muchedumbre
que me cerca y me acecha.
R. Levántate, Señor, y sálvame, Dios mío.

Aclamación antes del Evangelio

Lc 7, 16
R. Aleluya, aleluya.
Un gran profeta ha surgido entre nosotros.
Dios ha visitado a su pueblo.
R. Aleluya.

Evangelio

Mc 5, 1-20
En aquel tiempo, después de atravesar el lago de Genesaret, Jesús y sus discípulos llegaron a la otra orilla, a la región de los gerasenos. Apenas desembarcó Jesús, vino corriendo desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu inmundo, que vivía en los sepulcros. Ya ni con cadenas podían sujetarlo; a veces habían intentado sujetarlo con argollas y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba las argollas; nadie tenía fuerzas para dominarlo. Se pasaba días y noches en los sepulcros o en el monte, gritando y golpeándose con piedras.

Cuando aquel hombre vio de lejos a Jesús, se echó a correr, vino a postrarse ante él y gritó a voz en cuello: “¿Qué quieres tú conmigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo? Te ruego por Dios que no me atormentes”.

Dijo esto porque Jesús le había mandado al espíritu inmundo que saliera de aquel hombre. Entonces le preguntó Jesús: “¿Cómo te llamas?” Le respondió: “Me llamo Legión, porque somos muchos”. Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca.

Había allí una gran piara de cerdos, que andaban comiendo en la falda del monte. Los espíritus le rogaban a Jesús: “Déjanos salir de aquí para meternos en esos cerdos”. Y él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y todos los cerdos, unos dos mil, se precipitaron por el acantilado hacia el lago y se ahogaron.

Los que cuidaban los cerdos salieron huyendo y contaron lo sucedido, en el pueblo y en el campo. La gente fue a ver lo que había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al antes endemoniado, ahora en su sano juicio, sentado y vestido. Entonces tuvieron miedo. Y los que habían visto todo, les contaron lo que le había ocurrido al endemoniado y lo de los cerdos. Ellos comenzaron a rogarle a Jesús que se marchara de su comarca.

Mientras Jesús se embarcaba, el endemoniado le suplicaba que lo admitiera en su compañía, pero él no se lo permitió y le dijo: “Vete a tu casa a vivir con tu familia y cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo”. Y aquel hombre se alejó de ahí y se puso a proclamar por la región de Decápolis lo que Jesús había hecho por él. Y todos los que lo oían se admiraban.

Reflexión

En el Evangelio según San Marcos, capítulo 5, versículos del 1 al 20, se narra el encuentro de Jesús con un hombre poseído por demonios en la región de los gerasenos. Esta historia muestra el poder liberador de la fe y la transformación profunda que puede suceder cuando nos encontramos verdaderamente con Dios.

Al llegar a la orilla opuesta del lago, Jesús es confrontado por un individuo atormentado por espíritus malignos, cuya condición lo había relegado a vivir entre tumbas, alejado de la comunidad. La descripción de su sufrimiento y aislamiento refleja no solo una batalla espiritual, sino también el estigma y la marginación que a menudo enfrentan aquellos que padecen trastornos mentales o espirituales en muchas sociedades.

La interacción entre Jesús y este hombre subraya la autoridad incomparable de Jesús sobre las fuerzas del mal y su capacidad para restaurar la dignidad y la pertenencia a los más marginados. Al liberar al hombre de su aflicción, Jesús no solo lo sana, sino que también lo reintegra en la comunidad, devolviéndole su humanidad plena.

Este milagro va más allá de la mera expulsión de demonios; representa una restauración profunda de la identidad y el propósito de un individuo que había sido despojado de su conexión con los demás y consigo mismo. La petición de los demonios de entrar en una manada de cerdos, que posteriormente se precipita por un acantilado, simboliza la erradicación total del mal que atormentaba al hombre y, a su vez, la comunidad circundante.

La reacción de los aldeanos, que piden a Jesús que se aleje, refleja a menudo el temor y la incomprensión que pueden surgir frente a lo milagroso y lo desconocido. Sin embargo, la instrucción de Jesús al hombre liberado de regresar a su hogar y contar lo que Dios había hecho por él destaca la importancia de dar testimonio de las obras divinas y la transformación personal.

Este relato evoca numerosas reflexiones pertinentes a nuestro contexto actual, donde se vive la alienación y el aislamiento los cuales son prevalentes, la historia nos recuerda la necesidad de acoger y reintegrar a aquellos que han sido marginados, ya sea por enfermedad, estigma social o cualquier otra forma de alienación.

Asimismo, nos confronta con el poder de la presencia sanadora que puede cambiar vidas y restaurar relaciones rotas. Nos invita a reflexionar sobre cómo respondemos a la presencia de Dios en nuestras vidas y en nuestro entorno, y cómo podemos ser instrumentos de sanación y reconciliación en nuestras propias comunidades.

En última instancia, este pasaje nos llama a reconocer la profundidad del sufrimiento humano y la esperanza de restauración que viene al encontrarnos con lo sagrado. Nos alienta a mirar más allá de nuestras propias experiencias de temor e incomprensión, hacia una comprensión más profunda de la gracia y el poder transformador que se nos ofrece, invitándonos a participar activamente en la obra de sanación y restauración en el mundo.




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