Lecturas del 11 de enero del 2024 :: Jueves de la I semana del Tiempo ordinario
Jueves de la I semana del Tiempo ordinario
Lectionary: 308
Primera lectura
Sucedió en aquellos tiempos, que los filisteos se reunieron para hacer la guerra a Israel y los israelitas salieron a su encuentro. Acamparon cerca de Eben-Ezer y los filisteos en Afeq. Los filisteos se pusieron en orden de batalla contra Israel. Se trabó el combate y los israelitas fueron derrotados y sufrieron cuatro mil bajas. El ejército se retiró al campamento y los ancianos de Israel se preguntaban: “¿Por qué permitió el Señor que nos derrotaran hoy los filisteos? Traigamos de Siló el arca de la alianza del Señor, para que vaya en medio de nosotros y nos salve de nuestros enemigos”.
Mandaron traer de Siló el arca del Señor de los ejércitos, que se sienta sobre los querubines. Los dos hijos de Elí, Jofní y Pinjás, acompañaron el arca.
Al entrar el arca de la alianza en el campamento, todos los israelitas lanzaron tan grandes gritos de júbilo, que hicieron retumbar la tierra. Cuando los filisteos oyeron el griterío, se preguntaron: “¿Qué significará ese gran clamor en el campamento de los hebreos?” Y se enteraron de que el arca del Señor había llegado al campamento.
Entonces los filisteos se atemorizaron. Decían: “Sus dioses han venido al campamento. ¡Pobres de nosotros! Hasta ahora no nos había sucedido una desgracia semejante. ¿Quién nos librará de la mano de esos dioses poderosos? Éstos son los dioses que castigaron a Egipto con toda clase de plagas. Cobren ánimo, filisteos, y sean hombres. No sea que tengamos que servir a los israelitas, como ellos nos han servido a nosotros. Luchemos como los hombres”.
Los filisteos lucharon e Israel fue derrotado. Todos los israelitas huyeron a sus tiendas. Fue una derrota desastrosa en la que Israel perdió treinta mil soldados. El arca de Dios fue capturada y murieron Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí.
Salmo Responsorial
R. (26d) Redímenos, Señor, por tu misericordia.
Ahora nos rechazas y avergüenzas,
ya no sales, Señor, con nuestras tropas:
nos haces dar la espalda al enemigo
y nos saquean aquellos que nos odian. R.
R. Redímenos, Señor, por tu misericordia.
Nos has hecho el objeto del escarnio
y la burla de pueblos fronterizos.
Las naciones se mofan de nosotros
y los pueblos nos ponen en ridiculo. R.
R. Redímenos, Señor, por tu misericordia.
Despierta ya. ¿Por qué sigues durmiendo?
No nos rechaces más; Señor, despierta.
¿Por qué te nos escondes: ¿Por qué olvidas
Nuestras tribulaciones y miserias? R.
R. Redímenos, Señor, por tu misericordia.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Jesús predicaba el Evangelio del Reino
y curaba toda clase de enfermedades en el pueblo.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
Reflexión
El pasaje de Marcos 1:40-45 nos presenta una poderosa narrativa que abarca la curación de un leproso por Jesús, un evento lleno de significados.
La lepra en tiempos bíblicos, que probablemente se refería a una variedad de enfermedades de la piel y no solo a la lepra moderna, era vista no solo como una aflicción física, sino también como una causa de impureza ritual y exclusión social. Los leprosos eran marginados y obligados a vivir fuera de la comunidad. En este contexto, el acercamiento del leproso a Jesús y la disposición de Jesús a tocarlo son actos de significativa valentía y compasión. Este gesto sobrepasa las barreras culturales y religiosas, desafiando las normas y percepciones de la época.
La acción de Jesús de tocar al leproso no solo enfrenta a las normativas judías sobre la pureza, sino que también simboliza la naturaleza inclusiva y redentora de su ministerio. Al sanar al leproso, Jesús restaura su salud física, sino también su dignidad y lugar en la sociedad. Este acto de curación es un signo del Reino de Dios que Jesús proclama, un reino donde la misericordia y la restauración son accesibles a todos, independientemente de su estado físico o social.
El pasaje resuena con temas de fe, humildad y transformación. La petición del leproso, “Si quieres, puedes limpiarme”, refleja una profunda fe y reconocimiento de la autoridad de Jesús. La respuesta de Jesús, impulsada por la compasión, muestra su disposición a responder a quienes se acercan a él con fe. La curación del leproso es, por lo tanto, un testimonio del poder sanador y transformador de Jesús, tanto en el plano físico como en el espiritual y social.
El mandato de Jesús al hombre curado de no contar a nadie, pero de presentarse ante el sacerdote, es igualmente significativo. Por un lado, muestra el deseo de Jesús de evitar el sensacionalismo y mantener el enfoque en su mensaje más que en los milagros. Por otro lado, instruir al hombre para que se presente ante el sacerdote cumple con la ley mosaica (Levítico 14), lo cual es una afirmación de la continuidad y cumplimiento de la ley en su ministerio.
Este relato nos invita a reflexionar sobre nuestra propia necesidad de sanación y restauración. Nos desafía a reconocer nuestras propias ‘lepras’ – ya sean físicas, emocionales, sociales o espirituales – y a buscar la compasión y la curación que Jesús ofrece. También nos llama a ser agentes de esa compasión y restauración en nuestro mundo, trascendiendo prejuicios y barreras para tocar las vidas de aquellos que son marginados y excluidos.
Marcos no es solo un relato de un milagro, sino una poderosa manifestación del amor compasivo de Jesús, que desafía las normas sociales y religiosas y nos invita a un camino de fe, inclusión y transformación radical. Nos recuerda que en el corazón del mensaje de Jesús yace un llamado a la compasión y al servicio desinteresado, ofreciendo esperanza y sanación a todos los rincones de la sociedad.
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