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marzo 8, 2024 in Evangelios

Evangelio del 9 de marzo del 2024

Sábado de la III semana de Cuaresma

Lectionary: 242

Primera lectura

Os 6, 1-6
Esto dice el Señor:
“En su aflicción, mi pueblo me buscará
y se dirán unos a otros: ‘Vengan, volvámonos al Señor;
él nos ha desgarrado y él nos curará;
él nos ha herido y él nos vendará.
En dos días nos devolverá la vida,
y al tercero, nos levantará
y viviremos en su presencia.

Esforcémonos por conocer al Señor;
tan cierta como la aurora es su aparición
y su juicio surge como la luz;
bajará sobre nosotros como lluvia temprana,
como lluvia de primavera que empapa la tierra’.

¿Qué voy a hacer contigo, Efraín?
¿Qué voy a hacer contigo, Judá?
Su amor es nube mañanera,
es rocío matinal que se evapora.
Por eso los he azotado por medio de los profetas
y les he dado muerte con mis palabras.
Porque yo quiero misericordia y no sacrificios,
conocimiento de Dios, más que holocaustos”.

Salmo Responsorial

Salmo 50, 3-4. 18-19. 20-21ab

R. (cf Os 6,6) Misericordia quiero, no sacrificios, dice el Señor.
Por tu inmensa compasión y misericordia.
Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas.
Lávame bien de todos mis delitos,
y purifícame de mis pecados.
R. Misericordia quiero, no sacrificios, dice el Señor.
Tú, Señor, no te complaces en los sacrificios
y si te ofreciera un holocausto, no te agradaría.
Un corazón contrito te presento
Y un corazón contrito, tú nunca lo desprecias.
R. Misericordia quiero, no sacrificios, dice el Señor.
Señor, por tu bondad, apiádate de Sión,
edifica de nuevo sus murallas.
Te agradarán entonces los sacrificios justos,
ofrendas y holocaustos.
R. Misericordia quiero, no sacrificios, dice el Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Sal 94, 8
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice:
“No endurezcan su corazón”.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio

Lc 18, 9-14
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás:”Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’.El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Reflexión

En la parábola del fariseo y el publicano, Jesús nos presenta dos caminos divergentes en la vida espiritual: la arrogancia y la humildad. El fariseo, representante de la religiosidad legalista, se eleva en su oración, agradeciendo no ser como los demás, enumerando sus méritos y exigiendo reconocimiento. En cambio, el publicano, símbolo del pecador arrepentido, se mantiene a distancia, con el corazón contrito y suplicando la misericordia de Dios.

El fariseo, cegado por la soberbia, se convierte en juez de sí mismo y de los demás. Su oración es una máscara para su vanidad, un vano intento de exaltarse ante Dios. Ignora que la verdadera justicia no reside en el cumplimiento legalista, sino en la entrega humilde al amor divino.

El publicano, por su parte, reconoce su condición de pecador. Su actitud refleja un corazón contrito y una profunda confianza en la misericordia de Dios. Su oración es un acto de súplica sincera, un clamor que brota de lo más profundo de su ser. En su humildad, encuentra la puerta a la redención.

La parábola nos invita a un examen personal. ¿En qué camino nos encontramos? ¿Somos fariseos disfrazados, arrogantes en nuestro juicio hacia los demás? ¿O somos como el publicano, humildes y reconocidos de nuestras faltas, buscando la gracia de Dios?

Algunos consejos que podemos llevar a la práctica :   

  • Cultivar la humildad: Reconocer nuestras limitaciones y errores, sin compararnos con los demás.
  • Evitar la murmuración y el juicio: No caer en la trampa de juzgar a los demás, enfocándonos en nuestra propia conversión.
  • Practicar la compasión: Ser misericordiosos con los demás, imitando el amor de Dios.
  • Orar con un corazón sincero: Presentar nuestras necesidades a Dios con confianza y humildad, sin vanagloria.

La parábola del fariseo y el publicano es un llamado a la humildad, la puerta que nos abre a la gracia de Dios. En este tiempo de Cuaresma, es un momento oportuno para examinar nuestro interior, despojarnos de la soberbia y abrazar la misericordia divina.




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