Publicaciones Diarias

enero 24, 2024 in Evangelios

Evangelio del 25 de enero del 2024 :: Fiesta de la Conversión de San Pablo, Apóstol

Fiesta de la Conversión de San Pablo, Apóstol

Lectionary: 519

Primera lectura

Hch 22, 3-16

En aquellos días, Pablo dijo al pueblo: “Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié aquí, en Jerusalén; fui alumno de Gamaliel y aprendí a observar en todo su rigor la ley de nuestros padres y estaba tan lleno de celo por las cosas de Dios, como lo están ustedes ahora.

Perseguí a muerte al camino cristiano, encadenando y metiendo en la cárcel a hombres y mujeres, como pueden atestiguarlo el sumo sacerdote y todo el consejo de los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco y me dirigí hacia allá en busca de creyentes para traerlos presos a Jerusalén y castigarlos.

Pero en el camino, cerca ya de Damasco, a eso del mediodía, de repente me envolvió una gran luz venida del cielo; caí por tierra y oí una voz que me decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ Yo le respondí: ‘Señor, ¿quién eres tú?’ Él me contestó: ‘Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues’. Los que me acompañaban vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. Entonces yo le dije: ‘¿Qué debo hacer, Señor?’ El Señor me respondió: ‘Levántate y vete a Damasco; allá te dirán todo lo que tienes que hacer’. Como yo no podía ver, cegado por el resplandor de aquella luz, mis compañeros me llevaron de la mano hasta Damasco.

Allí, un hombre llamado Ananías, varón piadoso y observante de la ley, muy respetado por todos los judíos que vivían en Damasco, fue a verme, se me acercó y me dijo: ‘Saulo, hermano, recobra la vista’. Inmediatamente recobré la vista y pude verlo. Él me dijo: ‘El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conocieras su voluntad, vieras al Justo y escucharas sus palabras, porque deberás atestiguar ante todos los hombres lo que has visto y oído. Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo, reconoce que Jesús es el Señor y queda limpio de tus pecados’ “.

O bien:

Hch 9, 1-22

En aquellos días, Saulo, amenazando todavía de muerte a los discípulos del Señor, fue a ver al sumo sacerdote y le pidió, para las sinagogas de Damasco, cartas que lo autorizaran para traer presos a Jerusalén a todos aquellos hombres y mujeres que seguían el nuevo camino.

Pero sucedió que, cuando se aproximaba a Damasco, una luz del cielo lo envolvió de repente con su resplandor. Cayó por tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Preguntó él: “¿Quién eres, Señor?” La respuesta fue: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate. Entra en la ciudad y allí se te dirá lo que tienes que hacer”.

Los hombres que lo acompañaban en el viaje se habían detenido, mudos de asombro, pues oyeron la voz, pero no vieron a nadie. Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía abiertos los ojos, no podía ver. Lo llevaron de la mano hasta Damasco y allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber.

Había en Damasco un discípulo que se llamaba Ananías, a quien se le apareció el Señor y le dijo: “Ananías”. Él respondió: “Aquí estoy, Señor”. El Señor le dijo: “Ve a la calle principal y busca en casa de Judas a un hombre de Tarso, llamado Saulo, que está orando”. Saulo tuvo también la visión de un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para que recobrara la vista.

Ananías contestó: “Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus fieles en Jerusalén. Además, trae autorización de los sumos sacerdotes para poner presos a todos los que invocan tu nombre”. Pero el Señor le dijo: “No importa. Tú ve allá, porque yo lo he escogido como instrumento, para que me dé a conocer a las naciones, a los reyes y a los hijos de Israel. Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi causa”.

Ananías fue allá, entró en la casa, le impuso las manos a Saulo y le dijo: “Saulo, hermano, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino, me envía para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo”. Al instante, algo como escamas se le desprendió de los ojos y recobró la vista. Se levantó y lo bautizaron. Luego comió y recuperó las fuerzas. Se quedó unos días con los discípulos en Damasco y se puso a predicar en las sinagogas, afirmando que Jesús era el Hijo de Dios.

Todos los que lo oían quedaban sorprendidos y decían: “¿No es este hombre el que andaba persiguiendo en Jerusalén a los que invocan el nombre de Jesús y que ha venido aquí para llevarlos presos y entregarlos a los sumos sacerdotes?” Pero Saulo, cada vez con más vigor, refutaba a los judíos que vivían en Damasco, demostrándoles que Jesús era el Mesías.

Salmo Responsorial

Salmo 116, 1bc. 2
R. (Mc 16, 15) Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.
Que alaben al Señor todas las naciones,
que lo aclamen todos los pueblos.
R. Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.
Porque grande es su amor hacia nosotros
y su fidelidad dura por siempre.
R. Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Jn 15, 16
R. Aleluya, aleluya.
Yo los he elegido del mundo, dice el Señor,
para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca.
R. Aleluya.

Evangelio

Mc 16, 15-18
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Éstos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: Arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos”.

Reflexión

La festividad de la Conversión del Apóstol Pablo nos presenta un momento propicio para meditar sobre el poder transformador de la fe y el llamado a la evangelización. Esta conmemoración, que celebra un cambio radical en la vida de uno de los seguidores más fervientes de Cristo, nos invita a considerar nuestra propia transformación espiritual y nuestra responsabilidad en la difusión del mensaje de amor y redención.

El Evangelio según San Marcos, en su capítulo 16, versículos del 15 al 18, nos ofrece un pasaje crucial para esta reflexión. En estos versículos, Jesús se dirige a sus discípulos con una comisión clara y contundente: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Este mandato no solo establece la misión de los discípulos, sino que también se extiende a todos nosotros, llamándonos a ser mensajeros de las Buenas Nuevas en cada rincón de nuestra existencia.

El mensaje de Jesús en este pasaje es doble: es un llamado a la acción y también una promesa de acompañamiento divino. Nos asegura que aquellos que creen serán acompañados por señales milagrosas: hablarán nuevas lenguas, se enfrentarán a serpientes sin daño, sanarán a los enfermos. Estas maravillas no son meramente actos sobrenaturales, sino manifestaciones tangibles de la presencia y el poder de Dios obrando a través de los creyentes.

La conversión de Pablo es un eco poderoso de este mensaje. De perseguidor a proclamador del Evangelio, su vida se transforma radicalmente al encontrarse con Cristo. Esta transformación es un testimonio vívido de cómo la gracia divina puede obrar cambios profundos en los corazones y las vidas de las personas.

En nuestra reflexión, podemos considerar cómo la historia de Pablo se relaciona con nuestra propia jornada espiritual. ¿Cómo hemos experimentado la conversión en nuestras vidas a través de nuestra fe? ¿De qué manera estamos respondiendo al llamado de llevar el evangelio a los demás? La conversión de Pablo nos recuerda que nadie está fuera del alcance de la gracia de Dios, y que los cambios más increíbles son posibles cuando abrimos nuestro corazón a la acción transformadora de Dios.

Además, este pasaje del Evangelio nos llama a reflexionar sobre la naturaleza de nuestra fe. La fe verdadera no es estática; es dinámica, activa y se manifiesta en nuestras acciones y palabras. Al igual que los discípulos y Pablo, estamos llamados a ser agentes activos en la difusión de la fe, llevando el mensaje de esperanza y salvación a todos los rincones de nuestra vida.

La festividad de la Conversión de San Pablo, nos lleva a abrirnos a la gracia transformadora de Dios y a llevar adelante el mandato de Cristo. Así, fortalecidos por la fe y guiados por el ejemplo de Pablo, podemos ser instrumentos de cambio y portadores de la luz divina en este mundo que necesita desesperadamente esperanza y amor.




Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

By browsing this website, you agree to our privacy policy.
I Agree