Lecturas del día 4 de Febrero de 2022
Primera Lectura
Como se aparta la grasa para los sacrificios,
así fue escogido David entre los hijos de Israel.
Él jugaba con leones, como si fueran cabritos
y con osos, como si fueran corderos.
Joven aún, mató al gigante
y lavó la deshonra de su pueblo:
hizo girar su honda
y de una pedrada derribó la soberbia de Goliat.
Porque invocó al Dios altísimo,
él le dio fuerza a su brazo
para aniquilar a aquel poderoso guerrero
y restaurar el honor de su pueblo.
Por eso celebraban con canciones
su victoria sobre diez mil enemigos,
y lo bendecían en nombre del Señor.
Ya cuando era rey,
peleó con todos sus enemigos y los derrotó.
Aniquiló a los filisteos
y quebrantó su poder para siempre.
Por todos sus éxitos daba gracias al Dios altísimo
y lo glorificaba.
Amaba con toda el alma a su creador
y le entonaba canciones de alabanza.
Instituyó salmistas para el servicio del altar,
que con sus voces hicieron armoniosos los cantos.
Celebró con esplendor las fiestas
y organizó el ciclo de las solemnidades.
El santuario resonaba desde el alba
con alabanzas al nombre del Señor.
El Señor le perdonó sus pecados
y consolidó su poder para siempre.
Le prometió una dinastía perpetua
y le dio un trono glorioso en Israel.
Por sus méritos le sucedió
un hijo sabio, que vivió en paz:
Salomón fue rey en tiempos tranquilos,
porque Dios pacificó sus fronteras;
le construyó un templo al Señor
y le dedicó un santuario eterno.
Salmo Responsorial
R. (cf. 47b) Bendito sea Dios, mi salvador.
Perfecto es el camino de Dios,
y firmes sus promesas.
Quien al Señor se acoge
en él halla defensa. R.
R. Bendito sea Dios, mi salvador.
Bendito seas, Señor, que me proteges;
que tú, mi salvador seas bendecido.
Te alabaré, Señor, ante los pueblos
y elevaré mi voz, agradecido. R.
R. Bendito sea Dios, mi salvador.
Tú concediste al rey grandes victorias
y con David, tu ungido, y con tu estirpe
siempre has mostrado, Señor, misericordia. R.
R. Bendito sea Dios, mi salvador.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Dichosos los que cumplen la palabra del Señor
con un corazón bueno y sincero,
y perseveran hasta dar fruto.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, como la fama de Jesús se había extendido tanto, llegó a oídos del rey Herodes el rumor de que Juan el Bautista había resucitado y sus poderes actuaban en Jesús. Otros decían que era Elías; y otros, que era un profeta, comparable a los antiguos. Pero Herodes insistía: “Es Juan, a quien yo le corté la cabeza, y que ha resucitado”.
Herodes había mandado apresar a Juan y lo había metido y encadenado en la cárcel. Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: “No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano”. Por eso Herodes lo mandó encarcelar.
Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida; pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.
La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños. La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados. El rey le dijo entonces a la joven: “Pídeme lo que quieras y yo te lo daré”. Y le juró varias veces: “Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino”.
Ella fue a preguntarle a su madre: “¿Qué le pido?” Su madre le contestó: “La cabeza de Juan el Bautista”. Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: “Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista”.
El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan. El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.
Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
Palabra de Dios, te alabamos Señor
Reflexión
Hermanas y hermanos
¿Quién es Jesús de Nazaret? La pregunta puede parecernos fuera de lugar y hasta necia, pues todos sabemos quién es. Sin embargo, es la pregunta de debemos hacernos con frecuencia y con seriedad. Porque la mayoría de las veces damos respuestas aprendidas, respuestas teóricas, doctrinales. La mayoría de las veces son respuestas que no dicen mayor cosa; respuestas vacías, aunque suenen muy bonitas y hasta piadosas.
¿Quién es Jesús de Nazaret? es la pregunta que se hace Herodes en el evangelio de hoy. Pero no sólo Herodes se hacía esta pregunta, sino también mucha gente. El evangelio señala que “como la fama de Jesús se había extendido”, la gente comenzó a especular acerca de quién era: unos decían que era Juan el Bautista, que había resucitado, otros que algunos de los antiguos profetas. Esta inquietud y especulación de la gente, todo lo que decía acerca de Jesús, tiene inquieto a Herodes.
Esta inquietud y pregunta es utilizada por el evangelista para contarnos la historia del martirio de Juan el Bautista. Pareciera que nada tiene que ver una cosa con la otra. Pero están íntimamente relacionadas. Por una parte, Juan el Bautista es testigo, mártir, del Reino de Dios. Ha sido el precursor del Mesías y con su vida da testimonio del mensaje de Jesús. Por otra parte, el martirio de Juan nos muestra hasta dónde el mal en el mundo causa muerte y cómo ese mal se encarna en estructuras sociales y en personas concretas.
Efectivamente, la escena que contemplamos en el evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre “el poder”. Herodes comete un claro abuso de poder. Empieza abusando de su poder al encarcelar a Juan el Bautista porque le recrimina que esté viviendo con la mujer de su hermano Filipo. Sigue abusando de su poder, porque Herodías, su ahora mujer, a través del baile de su hija, pide la cabeza de Juan el Bautista y Herodes se la concede. Es lógico que nuestra primera reacción sea la de escandalizarnos por la malvada conducta de Herodes.
Pero el mal no está presente sólo en Herodes, sino también en Herodías y en la hija de ésta. Está presente en todos los presentes en la fiesta. Es en un contexto de abuso de poder, de la presencia del mal, de perversión, que Juan es asesinado. Herodes sabía que no debía hacerlo. Además, sentía respeto y veneración por Juan, pero, mezclado con cierto odio por la actitud valiente y decidida de Juan, que le decía: “No te está permitido”. Venció la debilidad, cumpliendo la palabra que nunca debía hacer jurado cumplir, y secundando los deseos de una mujer depravada y sin escrúpulos.
Juan es la otra cara de la moneda. Si Herodes representa la el mal y la perversión de aquella sociedad, juan encarna la fortaleza, la coherencia y la sinceridad. No se equivocaba Herodes al respetar y venerar a Juan, de quien el mismo Jesús había dicho: “En verdad les digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista”.
El martirio de Juan nos remite a la identidad, persona y mensaje de Jesús. Él es más que cualquier profeta: es el Profeta por excelencia, porque es la Palabra de Dios encarnada. Lo que Dios quiere comunicar a la humanidad. Jesús encarna el Bien, la Vida, la Salvación. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Terminemos volviendo a la pregunta inicial. ¿Qué experiencia tenemos nosotros de Jesús? ¿Cuánto le conocemos? ¿Cuánto queremos conocerle y participar de su proyecto del Reino de Dios?
Que Dios los bendiga y los proteja.
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