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diciembre 21, 2021 in Evangelios

Lecturas del día 21 de Diciembre de 2021

Primera Lectura

Can 2, 8-14

Aquí viene mi amado saltando por los montes,
retozando por las colinas.
Mi amado es como una gacela, es como un venadito,
que se detiene detrás de nuestra tapia,
espía por las ventanas y mira a través del enrejado.

Mi amado me habla así:
“Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven.
Mira que el invierno ya pasó;
han terminado las lluvias y se han ido.

La flores brotan ya sobre la tierra;
ha llegado la estación de los cantos;
el arrullo de las tórtolas se escucha en el campo;
ya apuntan los frutos en la higuera
y las viñas en flor exhalan su fragancia.

Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven.
Paloma mía, que anidas en las hendiduras de las rocas,
en las grietas de las peñas escarpadas,
déjame ver tu rostro y hazme oír tu voz,
porque tu voz es dulce y tu rostro encantador”.

O bien:

Sof 3, 14-18

Canta, hija de Sión,
da gritos de júbilo, Israel,
gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén.

El Señor ha levantado su sentencia contra ti,
ha expulsado a todos tus enemigos.
El Señor será el rey de Israel en medio de ti
y ya no temerás ningún mal.

Aquel día dirán a Jerusalén:
“No temas, Sión,
que no desfallezcan tus manos.
El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador,
está en medio de ti.
Él se goza y se complace en ti;
él te ama y se llenará de júbilo por tu causa,
como en los días de fiesta”.

Salmo Responsorial

Salmo 32, 2-3. 11-12. 20-21

R. Demos gracias a Dios, al son del arpa.
Demos gracias a Dios, al son del arpa,
que la lira acompañe nuestros cantos;
cantemos en su honor nuevos cantares,
al compás de instrumentos alabémoslo.
R. Demos gracias a Dios, al son del arpa.
Los proyectos de Dios duran por siempre;
los planes de su amor, todos los siglos.
Feliz la nación cuyo Dios es el Señor;
dichoso el pueblo que escogió por suyo.
R. Demos gracias a Dios, al son del arpa.
En el Señor está nuestra esperanza,
pues él es nuestra ayuda y muestro amparo;
en el Señor se alegra el corazón
y en él hemos confiado.
R. Demos gracias a Dios, al son del arpa.

Aclamación antes del Evangelio

R. Aleluya, aleluya.
Emmanuel, rey y legislador nuestro,
ven, Señor, a salvarnos.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 1, 39-45

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

El evangelio que acabamos de escuchar es el mismo del domingo anterior; pero no nos cansamos de contemplar esa hermosa y tierna escena que nos presenta a dos mujeres embarazadas que se encuentran y, en su sencillez, ambas desbordan de alegría por lo que Dios ha realizado en ellas. La escena está impregnada de alegría y si nos quedamos contemplándola, también nosotros somos contagiados de esa alegría. Dos mujeres creyentes, como tantas otras mujeres de fe, se encuentran y comparten el gozo de haber sido agraciadas por Dios con el don de la vida.

María, la mujer feliz porque ha creído en lo que le ha dicho el Señor, feliz porque se cumplirá la promesa de Dios. Y con María surgen varias preguntas claves, de esas que ofrecen luz, aunque muchas veces no sepamos la respuesta. ¿Qué significa creer en una promesa? Y cuando lo que vivimos nos confunde, no existe sentido ni coherencia ¿cómo es posible seguir creyendo? María creyó en Dios y continuó creyendo en medio de las diversas situaciones en las que se fue encontrando, entre luces y sombras, haciendo camino, y en camino se puso a servicio de Isabel, su prima.

Isabel, la mujer que reconoció y percibió cómo el hijo que llevaba en sus entrañas reconocía al Mesías. La mujer que exultó de alegría con todo su ser. La mujer de edad avanzada que conoció la acción de Dios en María y también la fe de esta joven mujer. Dos generaciones que se encuentran y reconocen mutuamente como agraciadas y bendecidas para que los “proyectos del corazón de Dios” se realizasen.

María es “la llena de gracia”, y los que están llenos de gracia no pueden guardársela para sí mismos. Deben repartirla, transmitirla por donde quiera que vayan. Isabel se llena del Espíritu y su hijo, en su vientre, también. La cadena no se detiene. Sabemos que Juan el Bautista no paró de hablar del Mesías, llevado de ese mismo Espíritu que su madre sintió. La gracia no se puede esconder. La luz no se oculta, brilla en la oscuridad, y se ve de lejos. Nosotros también somos “llenos de gracia”. Me pregunto si somos capaces de difundir esa gracia recibida como María. Si, después del contacto con Jesús, brillamos en la oscuridad, difundimos ese calor que nosotros sentimos.

“Bienaventurada la que ha creído”. De María se puede decir, porque de verdad ha creído en todo lo que el Señor, a través de su ángel, le ha dicho. En nuestra vida, en muchas ocasiones, Dios nos habla, porque se preocupa por todos y cada uno de nosotros. Nos toca creer en ello, y aplicarlo en nuestra vida. Eso supone, por supuesto, actitud de escucha, oración y disponibilidad. Revisemos cómo andamos en esas actitudes, justo cuando se va acabando el Adviento. Creer que Dios nos busca, nos habla, y nos presenta un plan de vida que nos puede hacer felices. A pesar de las dificultades. Ponernos en camino, y confiar. Es muy dulce su voz, y fascinante su figura.

A las puertas ya de la Navidad, dejémonos en este día visitar por aquella que nos trae al esperado de los tiempos. Que la alegría de la madre, nos ayude a reconocer la presencia del Hijo en nuestra realidad y que esta presencia nos haga saltar de alegría para ponernos en marcha hacia el encuentro de quienes esperan también nuestra visita y nuestra cercanía solidaria. Dejemos tiempo hoy al encuentro, a los encuentros; alegrémonos de la vida de quienes nos rodean y de la nuestra. Demos tiempo a lo importante que está casi siempre en las cosas pequeñas que con frecuencia no valoramos. Y mantengamos una esperanza activa, que intenta recorrer los caminos de la justicia, la paz y la misericordia; porque tenemos la fe de que “lo que nos ha dicho el Señor, se cumplirá.”

Que Dios los bendiga y los proteja.




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