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diciembre 20, 2021 in Evangelios

Lecturas del día 20 de Diciembre de 2021

Primera Lectura

Can 2, 8-14

Aquí viene mi amado saltando por los montes,
retozando por las colinas.
Mi amado es como una gacela, es como un venadito,
que se detiene detrás de nuestra tapia,
espía por las ventanas y mira a través del enrejado.

Mi amado me habla así:
“Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven.
Mira que el invierno ya pasó;
han terminado las lluvias y se han ido.

La flores brotan ya sobre la tierra;
ha llegado la estación de los cantos;
el arrullo de las tórtolas se escucha en el campo;
ya apuntan los frutos en la higuera
y las viñas en flor exhalan su fragancia.

Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven.
Paloma mía, que anidas en las hendiduras de las rocas,
en las grietas de las peñas escarpadas,
déjame ver tu rostro y hazme oír tu voz,
porque tu voz es dulce y tu rostro encantador”.

O bien:

Sof 3, 14-18

Canta, hija de Sión,
da gritos de júbilo, Israel,
gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén.

El Señor ha levantado su sentencia contra ti,
ha expulsado a todos tus enemigos.
El Señor será el rey de Israel en medio de ti
y ya no temerás ningún mal.

Aquel día dirán a Jerusalén:
“No temas, Sión,
que no desfallezcan tus manos.
El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador,
está en medio de ti.
Él se goza y se complace en ti;
él te ama y se llenará de júbilo por tu causa,
como en los días de fiesta”.

Salmo Responsorial

Salmo 32, 2-3. 11-12. 20-21

R. Demos gracias a Dios, al son del arpa.
Demos gracias a Dios, al son del arpa,
que la lira acompañe nuestros cantos;
cantemos en su honor nuevos cantares,
al compás de instrumentos alabémoslo.
R. Demos gracias a Dios, al son del arpa.
Los proyectos de Dios duran por siempre;
los planes de su amor, todos los siglos.
Feliz la nación cuyo Dios es el Señor;
dichoso el pueblo que escogió por suyo.
R. Demos gracias a Dios, al son del arpa.
En el Señor está nuestra esperanza,
pues él es nuestra ayuda y muestro amparo;
en el Señor se alegra el corazón
y en él hemos confiado.
R. Demos gracias a Dios, al son del arpa.

Aclamación antes del Evangelio

R. Aleluya, aleluya.
Emmanuel, rey y legislador nuestro,
ven, Señor, a salvarnos.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 1, 39-45

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”.

Palabra de Dios  te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

Se ha comentado con frecuencia que el tiempo litúrgico del Adviento es el tiempo fuerte que la Iglesia nos regala para vivir la ESPERANZA. Este año en que la pandemia nos da algún respiro es importante que los cristianos y cristianas vivamos esperanzados la venida de Jesús, el Hijo de Dios y de María. Estamos necesitados de esperanza y confiamos en su fuerza salvadora que nos traerá la sanación que el ser humano está necesitando en estas situaciones de crisis.

Al igual que en el evangelio de ayer, hoy María, la humilde muchacha de Nazaret, es la protagonista de la escena que contemplamos, aunque sabemos que el protagonista por excelencia es siempre Dios. María es la que mejor vivió la esperanza con gozo y fiándose de la Palabra de Dios. En ella se hizo realidad lo que tanto anunciaron los profetas y esperaron las generaciones anteriores del pueblo de Israel: la venida del Mesías, salido de un pueblo también humilde, Belén, tierra de David. Las profecías se hacen realidad en esa época de la historia de la salvación. Jesús, el Hijo de María, llega a nosotros y sigue dando esperanza al corazón humano porque en Él se cumplen las promesas de salvación hechas por Dios.

El cumplimiento de esas promesas es lo que contemplamos en la hermosa escena que nos presenta el evangelio de hoy. Este pasaje lo hemos escuchado y reflexionado muchas veces, pero contiene una riqueza inagotable que siempre nos comunica algo nuevo. Por eso, es importante contemplar esta escena con ojos nuevos, con apertura, para descubrir en ella el mensaje que Dios quiere comunicarnos hoy.

María atónita, recibe el saludo del ángel. Atónita por ser colmada de gracia, y porque aquel saludo le rompería toda su historia personal. Ella tenía sus ilusiones y proyectos personales. Y en la escena de hoy Dios le presenta su proyecto y ella tendría que hacer suyo el proyecto y la historia de Dios. ¿Cómo, desde la pequeñez y la fragilidad que una persona pueda sentir en su vida, albergará el proyecto y la historia de Dios? ¿Cómo comprender aquél “Alégrate, llena de gracia”?

En ese saludo María recibe una misión: ponerle nombre a la vida que nace en ella: “Le pondrás por nombre Jesús”. Pero no sólo es ponerle un nombre, sino confiarse en la misión de darle vida, de educarlo, de acompañarlo, de amarlo. Es ser instrumento para que Dios se haga presente de una manera definitiva y palpable en la historia de la humanidad.

No todo será color de rosas. El sacrificio, aunque esté llena de la gracia de Dios, será grande: le llevará a arriesgar su vida por quedar embarazada sin haberse casado con José, le llevará a conducir al Niño a Egipto como un emigrante para evitar la muerte, le llevará a buscarlo entre el gentío por ser considerado falto de cordura, le conducirá al pie de la cruz. Cada paso será un parto lleno de dolor, y el más desgarrador el de contemplar desde el llanto una muerte ignominiosa en la cruz.

María, una mujer que no evitó el dolor de su misión, todo por darle la vida a Dios. Transformó su vida para que Dios hiciera historia con su vida. María a pesar del dolor no perdió la esperanza: el proyecto de Dios y su promesa se cumple. Donde ella veía dolor e incomprensión Dios presenta amor, reconciliación y paz. Su dolor era el sacrificio que el amor supondría, su dolor era el sacrificio donde los pecados del pueblo eran perdonados, su dolor era el sacrificio donde la paz se daría como reino. A cambio la gracia de Dios, el amor de Dios, la Gloria de Dios.

María es la Virgen del Adviento, que se nos presenta como prototipo de la Iglesia y de cada uno de los cristianos y cristianas, que en función de nuestro bautismo, hemos de ser portadores de esta Buena Noticia para nuestros hermanos y hermanas. Si nosotros celebramos en Navidad al Dios que se hace presente en la naturaleza humana: “Dios con nosotros”, nos obliga “a toda prisa” a hacerlo presente también a los demás. Es la acción “misionera” de la Iglesia y de cualquier cristiano que se sienta responsable de hacer partícipe a los demás de su fe y de ser instrumento para que Dios siga actuando hoy.

Que Dios los bendiga y los proteja.

 




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