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noviembre 7, 2021 in Evangelios

Lecturas del 7 de Noviembre de 2021

Primera Lectura

1 Rey 17, 10-16

En aquel tiempo, el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta. Al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí a una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo: “Tráeme, por favor, un poco de agua para beber”. Cuando ella se alejaba, el profeta le gritó: “Por favor, tráeme también un poco de pan”. Ella le respondió: “Te juro por el Señor, tu Dios, que no me queda ni un pedazo de pan; tan sólo me queda un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la vasija. Ya ves que estaba recogiendo unos cuantos leños. Voy a preparar un pan para mí y para mi hijo. Nos lo comeremos y luego moriremos”.

Elías le dijo: “No temas. Anda y prepáralo como has dicho; pero primero haz un panecillo para mí y tráemelo. Después lo harás para ti y para tu hijo, porque así dice el Señor de Israel: ‘La tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra’ ”.

Entonces ella se fue, hizo lo que el profeta le había dicho y comieron él, ella y el niño. Y tal como había dicho el Señor por medio de Elías, a partir de ese momento, ni la tinaja de harina se vació, ni la vasija de aceite se agotó.

Salmo Responsorial

Salmo 145, 7. 8-9a. 9bc-10

R. (1) El Señor siempre es fiel a su palabra.
El Señor siempre es fiel a su palabra,
y es quien hace justicia al oprimido;
él proporciona pan a los hambrientos
y libera al cautivo. R.
R. El Señor siempre es fiel a su palabra.
Abre el Señor los ojos de los ciegos
y alivia al agobiado.
Ama el Señor al hombre justo
y toma al forastero a su cuidado. R.
R. El Señor siempre es fiel a su palabra.
A la viuda y al huérfano sustenta
y trastorna los planes del inicuo.
Reina el Señor eternamente,
reina tu Dios, oh Sión, reina por siglos. R.
R. El Señor siempre es fiel a su palabra.

Segunda Lectura

Heb 9, 24-28

Hermanos: Cristo no entró en el santuario de la antigua alianza, construido por mano de hombres y que sólo era figura del verdadero, sino en el cielo mismo, para estar ahora en la presencia de Dios, intercediendo por nosotros.

En la antigua alianza, el sumo sacerdote entraba cada año en el santuario para ofrecer una sangre que no era la suya; pero Cristo no tuvo que ofrecerse una y otra vez a sí mismo en sacrificio, porque en tal caso habría tenido que padecer muchas veces desde la creación del mundo. De hecho, él se manifestó una sola vez, en el momento culminante de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo.

Y así como está determinado que los hombres mueran una sola vez y que después de la muerte venga el juicio, así también Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos. Al final se manifestará por segunda vez, pero ya no para quitar el pecado, sino para salvación de aquellos que lo aguardan y en él tienen puesta su esperanza.

Aclamación antes del Evangelio

Mt 5, 3

R. Aleluya, aleluya.
Dichosos los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos.
R. Aleluya.

Evangelio

Mc 12, 38-44

En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y le decía: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Éstos recibirán un castigo muy riguroso”.

En una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza ha echado todo lo que tenía para vivir”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

La Palabra de Dios que se proclama este domingo podríamos resumirla en una frase: el verdadero culto a Dios consiste en entregarle nuestra vida.  Y entregarle nuestra vida a Dios consiste en salir de nuestro egoísmo, ensimismamiento e intereses personales, para estar atentos a hacer su voluntad y poner al servicio de los demás todo lo que somos y tenemos.

En el tiempo que vivimos, donde, por una parte, socialmente prevalece el egoísmo, narcisismo y exhibicionismo, en el que hay un afán enfermizo por sobresalir, búsqueda de algos y aplausos; y, por otra parte, a nivel religioso muchas personas pretenden agradar a Dios con rezos, cultos pomposos y rituales rígidos, donde hay un afán por la apariencia y lo superficial; el evangelio que hemos escuchado nos da una gran lección, que ojalá aprendiéramos y pusiéramos en práctica.

Lo primero que debemos destacar del evangelio de hoy es el contraste entre la actitud de los escribas y la actitud de la viuda.  Jesús denuncia de los escribas que “les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos”.   Y alaba la actitud de la viuda diciendo que “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos.  Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.  Allí está lo fundamental y lo que Jesús quiere enseñarnos: la diferencia entre ambas actitudes.

Jesús, sentado frente a las alcancías del Templo observa la acción de esa mujer que se acerca a depositar su ofrenda. A continuación, nos dice el evangelista, convoca a sus discípulos y les relata el testimonio de aquella viuda sencilla y marginal para todos los grupos presentes, y de su desprendida generosidad: descubre en ella un gesto que revela su profundo amor y cómo toda su confianza está puesta en Dios.

De aspecto muy sencillo, sola e invisible en aquel contexto que poco repara en una mujer, y menos en su situación, no trata de decirle nada a nadie, pero la mirada atenta de Jesús la descubre, e inmediatamente ve en ella la forma que tiene de vivir la presencia de Dios en su vida. Es por lo que llama a sus discípulos y les advierte de ese testimonio, para que también ellos aprendan a saber mirar en lo sencillo, sin dejarse atrapar por las maravillosas formas del Templo, ni por el exhibicionismo de los donantes en las alcancías, ni tampoco por las excentricidades impositivas de algunos de sus funcionarios.

Jesús vio un testimonio en lo que hacía aquella mujer porque en esa acción descubrió su lealtad para con Dios y una forma de bondad, de libertad y de generosidad que solo podían provenir del amor al y del Padre. Ella, sin saberlo, fue una testigo para Jesús. El mismo Jesús, con su mirada, la hizo tal, al ver en ella la fidelidad al amor de Dios: “…amarás al señor tu Dios con todo tu corazón con toda tu alma y con todo tu ser… Y al prójimo como a ti mismo”, que nos decía el domingo pasado.

La convicción y la fe de esta mujer, ofrece un marcado contraste con los personajes que aparecen en la primera parte del relato y a los que hace referencia Jesús en su enseñanza a la gente. Estos, escribas, eran los intérpretes de la Ley, aquellos que “sabían” y tenían que decirle al pueblo cuál era la voluntad de Dios. Convencidos, por ello, de su superioridad, mantenían una posición distante, reduciendo al pueblo a la sumisión y haciendo de la dependencia de su magisterio la garantía de su sometimiento. Hacían ostentación de su piedad a Dios pronunciando en público largas oraciones, nos dice el texto, pero estas, según el relato de san Marcos, lejos de ser un testimonio de la presencia de Dios en sus vidas, constituían un medio para extraer de las personas más vulnerables (las viudas) sus escasos recursos.

Aquella mujer viuda (prototipo de pobreza y abandono en la sociedad judía: por ser mujer y por ser viuda), sin derechos, sin nombre, sigilosa y discreta es quien hace lo que le agrada a Dios: entrega todo.  Los demás han dado de lo que les sobraba; esta mujer ha dado todo lo que tenía para vivir.  Es decir, no se guarda nada para sí misma, sino que le entrega todo Dios. Su culto a Dios consiste en entregarle todo.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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