Lecturas del día 31 de Octubre de 2021
Primera Lectura
En aquellos días, habló Moisés al pueblo y le dijo: “Teme al Señor, tu Dios, y guarda todos sus preceptos y mandatos que yo te transmito hoy, a ti, a tus hijos y a los hijos de tus hijos. Cúmplelos y ponlos en práctica, para que seas feliz y te multipliques. Así serás feliz, como ha dicho el Señor, el Dios de tus padres, y te multiplicarás en una tierra que mana leche y miel.
Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Graba en tu corazón los mandamientos que hoy te he transmitido”.
Salmo Responsorial
R. (2) Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza.
Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza,
el Dios que me protege y me libera. R.
R. Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza.
Tú eres mi refugio,
mi salvación, mi escudo, mi castillo.
Cuando invoqué al Señor de mi esperanza,
al punto me libró de mi enemigo. R.
R. Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza.
Bendita seas, Señor, que me proteges;
que tú, mi salvador, seas bendecido.
Tú concediste al rey grandes victorias
y mostraste tu amor a tu elegido. R.
R. Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza.
Segunda Lectura
Hermanos: Durante la antigua alianza hubo muchos sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer en su oficio. En cambio, Jesucristo tiene un sacerdocio eterno, porque él permanece para siempre. De ahí que sea capaz de salvar, para siempre, a los que por su medio se acercan a Dios, ya que vive eternamente para interceder por nosotros.
Ciertamente que un sumo sacerdote como éste era el que nos convenía: santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores y elevado por encima de los cielos; que no necesita, como los demás sacerdotes, ofrecer diariamente víctimas, primero por sus pecados y después por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Porque los sacerdotes constituidos por la ley eran hombres llenos de fragilidades; pero el sacerdote constituido por las palabras del juramento posterior a la ley, es el Hijo eternamente perfecto.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará
y haremos en él nuestra morada, dice el Señor.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” Jesús le respondió: “El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”.
El escriba replicó: “Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.
Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
La Palabra de Dios que hemos escuchado nos lleva al corazón y a lo fundamental de nuestra fe.
Muchas veces nos enredamos con muchas prácticas religiosas y muchos preceptos que cumplir. Con la
intención de ser buenos cristianos y cristianas nos sentimos saturados de muchas cosas. Allí surge la
pregunta: ¿Qué es lo fundamental en mi vida de fe? ¿Qué es “lo más importante” entre tantas cosas?
La respuesta es sencilla, pero al mismo tiempo difícil de vivir con fidelidad.
En el evangelio de hoy Jesús mismo nos da la respuesta. Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
“¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”. La pregunta no versa sobre su conocimiento o
desconocimiento de la Ley, sino sobre la forma cómo enseña, interpreta y aplica la Ley. ¿Será que el
escriba se siente cuestionado por la autoridad y la libertad de Jesús frente a la Ley, a las tradiciones y a
las instituciones judías? ¿Cuál será fuente de la autoridad y de la libertad de Jesús?
Jesús no es un transgresor ni un evasor de la Ley. Lo revolucionario de la actitud de Jesús radica en que
en su observancia de la Ley se combinan su libertad, su fidelidad y su compromiso con el Padre, con el
Reino de Dios y con aquellos que el sistema social y religioso margina. La libertad, la fidelidad y el
compromiso de Jesús están potenciados por la misma Ley que invita a amar a Dios (cf. Dt 6,5) y al
prójimo (cf. Lv 19,18).
Efectivamente, Jesús responde citando el libro del Deuteronomio y el libro del Levítico. Su respuesta
revela el espíritu más profundo de la Ley: no hay santidad real sin un amor exclusivo, total y preferente
a Dios, y que, al mismo tiempo, se traduzca en un amor solidario y comprometido con prójimo. Sin un
amor real y concreto por el prójimo (que es imagen de Dios), todo intento de amor a Dios se reduce al
plano de las ideas, de las buenas intenciones y de los discursos.
Dios ha creado al ser humano a su imagen y semejanza para que toda búsqueda de Dios comience por
el rostro y el corazón del prójimo. En su misterio más profundo, cada persona puede revelar a Dios. En
este sentido, el prójimo tiene una función mediadora: es la forma concreta de visibilizar y concretizar el
amor a Dios. El prójimo es un punto de encuentro con Dios en la historia.
Sin abolir la Ley, ni los mandamientos, ni los preceptos, Jesús centraliza el espíritu de la Ley en un
único mandamiento con dos aspectos necesariamente complementarios; indisolubles. El amor al
prójimo siempre será el criterio de credibilidad del amor a Dios. En términos del autor de la primera
carta de San Juan: “El que dice: “Amo a Dios”, y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede
amar a Dios a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?”
La respuesta de Jesús transforma la mentalidad del escriba. Y es importante poner atención a este
detalle. Aquel hombre dejó de pensar como lo hacía antes y ahora ve las cosas como Jesús. Todo
encuentro con Jesús es transformante y conlleva una conversión de la inteligencia, de las actitudes y del
corazón. La respuesta del escriba denota el inicio de un cambio de lógica: el paso de la lógica legalista
y ritualista a una lógica evangélica de amor y servicio a los demás.
Una religiosidad sin solidaridad y una espiritualidad sin caridad son realidades autorreferenciales y
vacías, diría el Papa Francisco. Una verdadera religiosidad y una autentica espiritualidad hacen que la
experiencia de Dios se traduzca en gestos concretos de amor, cercanía, solidaridad y servicio a los
demás. Estos gestos hacen visible y posible el Reino de Dios. Por eso Jesús le dice al escriba: “No
estás lejos del Reino de Dios”.
La Ley tiene la función de orientar el corazón hacia Dios y hacia el prójimo. Pero también tiene la
función de iluminar la libertad para que el culto a Dios sea “en espíritu y en verdad”; y para que el
vínculo con el prójimo sea de una fraternidad en la caridad y la dignidad. Elegir amar a Dios es elegir
amar al prójimo, con un amor que se pone más en obras que en palabras y buenas intenciones. Sólo así,
el Reino de Dios se hace presente en la historia y en el corazón de las personas. El amor es la Ley del
Reino del Reino de Dios.
Que Dios los bendiga y los proteja.
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