El gozo y la alegría como frutos del Espíritu
El gozo y la alegría que brotan de un corazón habitado por el Espíritu Santo deberían ser rasgos distintivos en la vida de todo católico. No una euforia superficial y pasajera, sino una serena felicidad arraigada en la certeza de sabernos profundamente amados por Dios.
Desafortunadamente, con frecuencia la imagen proyectada por muchos creyentes dista de comunicar esta vibrante esperanza que se nos ha regalado. Rostros agrios, gestos adustos, rigidez farisea, condena hacia quienes no cumplen “normas”, selfies y posesiones ostentosas, poco tienen que ver con el gozo sobrio y solidario del Evangelio.
Debemos dejar que el Espíritu renueve nuestra mente y corazón, para irradiar con obras, palabras y todo nuestro ser la paz y alegría derivadas de conocer a Jesús y dejar que Él viva en nosotros. El papa Francisco nos invita a esta atractiva felicidad contagiosa, evitando caer en la tentación del cristiano agrio, ácido, severo.
¿Cómo cultivar entonces esa alegría espiritual genuina, tan necesaria en una sociedad repleta de rostros ensombrecidos por el estrés y la tristeza? Ante todo manteniendo viva una relación de amistad con Cristo en la oración diaria, dejando que su Palabra nos provoque, interpele y consuele cada día.
También conformando comunidades de fe que se apoyen fraternalmente, celebren juntas, se comprometan en proyectos solidarios. Grupos donde puedan compartirse problemas y anhelos, ayudándose unos a otros a cargar las cruces de cada jornada con esperanza.
Igualmente importante es custodiar momentos de quietud interior para saborear la presencia amorosa de Dios en medio de nuestras actividades. Aprender a no apegarnos desmedidamente a nadie ni a nada creado, desarrollando sobriedad y sencillez de vida.
De este modo, el Espíritu Santo —dinamismo de amor entre el Padre y el Hijo— pueda derramar sus frutos de “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Gálatas 5,22). ¡El mundo necesita creyentes rebosantes de esa serena felicidad contagiosa!
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