Juan Pablo II visitó Costa Rica hace 40 años, pero un tico lo recuerda como si fuera ayer
Rafael Bustamante, quien fue guardaespaldas del Sumo Pontífice en suelo costarricense, aún tiene los recuerdos muy frescos. “Tuve una energía increíble al ir corriendo adelante del Papamóvil”, relató.
El 2 de marzo de 1983, hace 40 años, el papa Juan Pablo II visitó Costa Rica: lo primero que hizo fue arrodillarse y darle un beso al suelo costarricense.
Llegó en el avión llamado Dante Alighieri, a las 3:20 p. m., y fue recibido por el presidente del momento, Luis Alberto Monge. En los alrededores del aeropuerto, cientos de personas fueron a saludarlo también.
El Sumo Pontífice visitó el país como parte de su gira por Latinoamérica, que tenía como fin divulgar un mensaje de paz en tiempos convulsos. También viajó a Nicaragua, El Salvador, Honduras, Belice, Guatemala y Haití.
Karol Wojtyla (nombre de pila) ha sido el primer y único Papa que ha estado en territorio nacional: fue un hecho histórico. Más de 4.000 policías velaban por su seguridad y unos 600 periodistas cubrieron el evento.
Uno de los guardaespaldas del anillo de seguridad de Juan Pablo II fue el costarricense Rafael Ángel Bustamante, quien actualmente tiene 85 años y recuerda como si fuera ayer la visita de la máxima autoridad de la Iglesia Católica.
En una entrevista con Teletica.com, Bustamante explicó que él fue llamado para servir ad honorem al Papa, ya que, anteriormente, en 1963, había hecho un excelente trabajo como guardaespaldas del expresidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, en su visita a Costa Rica.
“La misión mía era recibir al Santo Padre en el Seminario Mayor, en Paso Ancho. Yo tenía que estar detrás de una puerta, que era de la capilla donde él llegaba a comer y descansar porque había tenido un viaje muy largo. Cuando me dijo Lesmes Chaves (su jefe): ‘Bustamante, abra la puerta, ya viene el Santo Padre’. A él lo traían muchos periodistas empujado y, cuando yo abro la puerta, él pegó conmigo brazo con brazo. Cuando yo lo vi, me escalofrié todo. Fue una cosa increíble. Después, él entró a la capilla”, comentó el también historiador.
Eso fue una pincelada del primer día que vivió Juan Pablo II en Costa Rica: del aeropuerto al Seminario Mayor.
El 3 de marzo, la agenda estaba más ajustada. Salió a las 7:45 a. m. para la Nunciatura, luego visitó el Hospital de Niños, a las 10 a. m. estuvo en Casa Presidencial y a la 1 p.m. se dirigió a La Sabana.
En La Sabana lo esperaban más de 300.000 costarricenses, pero solo 120 fueron afortunados de recibir la comunión de manos de Juan Pablo II.
Luego de dicha actividad, el Pontífice fue a la Catedral Metropolitana para reunirse con los religiosos. Finalmente, en la noche, tuvo un encuentro con jóvenes en el antiguo Estadio Nacional.
Ya para el 4 de marzo de 1983, Juan Pablo II abandonó el país y siguió su gira rumbo a Nicaragua.
“No tienen la menor idea lo que fue pasar por la Avenida Central en carrera, detrás de un Papamóvil. La había pasado corriendo con Kennedy, pero no con el Papa. Con el Papa fue diferente. En una foto que tengo ahí (ver imagen adjunta), se ve donde yo voy delante del Papamóvil, corriendo. Yo veo que no tengo ni la boca abierta. Lo que me impresionó es que yo no sentí nada, no estaba cansado, era como si nada. Tuve una energía increíble al ir corriendo adelante del Papamóvil”, destacó el vecino de Moravia.
La experiencia de proteger al Santo Padre y tenerlo tan cerca cambió la vida de este tico. Además, hizo tan buena amistad con el equipo de seguridad italiano que, un mes después de de la visita del Papa, recibió una gran noticia.
“Un mes después (de la llegada del Papa) yo tuve una llamada de la Nunciatura. Estaba yo en la oficina y me habló una voz muy linda: ‘Señor Bustamante, le hablan de la Nunciatura, acá le tenemos un sobre que acaba de llegar de Roma’ y yo me escalofrié todo”, recordó.
En ese sobre, venía una colección de monedas chapadas en oro del Papa y una imagen del Santo Padre, firmada por él.Este regalo lo atesora desde hace 40 años y carga consigo una medallita con el rostro de San Juan Pablo II, una experiencia que recordará hasta sus últimos días.
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