febrero 20, 2023 in Evangelios

Lecturas del día 21 de Febrero de 2023

Primera lectura

Sir 2, 1-13
Hijo mío, si te propones servir al Señor,
prepárate para la prueba;
mantén firme el corazón y sé valiente;
no te asustes en el momento de la adversidad.
Pégate al Señor y nunca te desprendas de él,
para que seas recompensado al fin de tus días.
Acepta todo lo que te sobrevenga,
y en los infortunios ten paciencia,
pues el oro se purifica con el fuego
y el hombre a quien Dios ama, en el crisol del sufrimiento.

Confíate al Señor y él cuidará de ti;
espera en él y te allanará el camino.
Los que temen al Señor, esperen en su misericordia;
no se alejen de él y no caerán.
Los que temen al Señor, confíen en él,
porque no los dejará sin recompensa.
Los que temen al Señor, esperen sus beneficios,
su misericordia y la felicidad eterna.

Miren a sus antepasados y comprenderán.
¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado?
¿Quién perseveró en su santo temor y fue abandonado?
¿Quién lo invocó y fue desatendido?
El Señor es clemente y misericordioso;
él perdona los pecados y salva en el tiempo de la tribulación.

Salmo Responsorial

Salmo 36, 3-4. 18-19. 27-28. 39-40
R. (cf 5) Por tu vida en las manos del Señor.
Pon tu esperanza en Dios, practica el bien
y vivirás tranquilo en esta tierra.
Busca en él tu alegría
y te dará el Señor cuanto deseas.
R. Por tu vida en las manos del Señor.
Cuida el Señor la vida de los buenos
y su herencia perdura;
no se marchitarán en la sequía
y en tiempos de escasez tendrán hartura.
R. Por tu vida en las manos del Señor.
Apártate del mal, practica el bien
y tendrás una casa eternamente;
porque al Señor le agrada lo que es justo
y vela por sus fieles;
en cambio, a los injustos
los borrará de la tierra para siempre.
R. Por tu vida en las manos del Señor.
La salvación del justo es el Señor;
en la tribulación él es su amparo;
a quien en él confía, Dios la salva
de los hombres malvados.
R. Por tu vida en las manos del Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Gál 6, 14
R. Aleluya, aleluya.
No permita Dios que yo me gloríe en algo
que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo,
por el cual el mundo está crucificado para mí
y yo para el mundo.
R. Aleluya.

Evangelio

Mc 9, 30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hoy, el Evangelio nos trae dos enseñanzas de Jesús, que están estrechamente ligadas una a otra. Por un lado, el Señor les anuncia que «le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará» (Mc 9,31). Es la voluntad del Padre para Él: para esto ha venido al mundo; así quiere liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna; de esta manera Jesús nos hará hijos de Dios. La entrega del Señor hasta el extremo de dar su vida por nosotros muestra la infinidad del Amor de Dios: un Amor sin medida, un Amor al que no le importa abajarse hasta la locura y el escándalo de la Cruz.

Resulta aterrador escuchar la reacción de los Apóstoles, todavía demasiado ocupados en contemplarse a sí mismos y olvidándose de aprender del Maestro: «No entendían lo que les decía» (Mc 9,32), porque por el camino iban discutiendo quién de ellos sería el más grande, y, por si acaso les toca recibir, no se atreven a hacerle ninguna pregunta.

Con delicada paciencia, Jesús añade: hay que hacerse el último y servidor de todos. Hay que acoger al sencillo y pequeño, porque el Señor ha querido identificarse con él. Debemos acoger a Jesús en nuestra vida porque así estamos abriendo las puertas a Dios mismo. Es como un programa de vida para ir caminando.

Así lo explica con claridad el Santo Cura de Ars, Juan Bautista Mª Vianney: «Cada vez que podemos renunciar a nuestra voluntad para hacer la de los otros, siempre que ésta no vaya contra la ley de Dios, conseguimos grandes méritos, que sólo Dios conoce». Jesús enseña con sus palabras, pero sobre todo enseña con sus obras. Aquellos Apóstoles, en un principio duros para entender, después de la Cruz y de la Resurrección, seguirán las mismas huellas de su Señor y de su Dios. Y, acompañados de María Santísima, se harán cada vez más pequeños para que Jesús crezca en ellos y en el mundo.




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