Evangelio del 17 de junio del 2024
Lunes de la XI semana del Tiempo ordinario
Lectionary: 365
Primera lectura
Ajab se fue a su casa, triste y enfurecido, porque Nabot le había dicho: “No te daré la herencia de mis padres”. Se acostó en su cama, se volvió de cara a la pared y no quiso comer. Entonces se le acercó su esposa, Jezabel, y le dijo: “¿Por qué estás de mal humor y no quieres comer?” Él respondió: “Es que hablé con Nabot de Yezrael y le dije que me vendiera su viña o que, si prefería, yo se la cambiaría por otra mejor; pero él me respondió que no me daría su viña”.
Su esposa Jezabel, le dijo: “¿No que tú eres el rey poderoso que manda en Israel? Levántate, come y alégrate. Yo te daré la viña de Nabot”.
Entonces ella escribió unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el sello del rey y las envió a los ancianos y hombres principales de la ciudad en que vivía Nabot. Las cartas decían: “Promulguen un ayuno, convoquen una asamblea y sienten a Nabot en primera fila. Pongan frente a él a dos malvados que lo acusen, diciendo: ‘Ha maldecido a Dios y al rey’. Luego lo sacan fuera de la ciudad y lo apedrean hasta que muera”.
Los habitantes de la ciudad, los ancianos y los hombres principales que vivían cerca de Nabot, hicieron lo que Jezabel les había mandado, de acuerdo con lo escrito en las cartas que les había remitido. Promulgaron un ayuno y en la asamblea sentaron a Nabot en primera fila. Llegaron los dos malvados, se sentaron frente a él y lo acusaron delante del pueblo, diciendo: “Nabot ha maldecido a Dios y al rey”. Luego lo sacaron fuera de la ciudad y lo apedrearon hasta que murió. En seguida le mandaron avisar a Jezabel que Nabot había muerto apedreado.
Cuando Jezabel supo que Nabot había muerto apedreado, le dijo a Ajab: “Ve a tomar posesión de la viña de Nabot de Yezrael, que no quiso vendértela, pues Nabot ya no vive: ha muerto”. Apenas oyó Ajab que Nabot había muerto, fue a tomar posesión de la viña de Nabot de Yezrael.
Salmo Responsorial
Señor, oye mi voz,
atiende a mis gemidos,
haz caso de mis súplicas,
rey y Dios mío.
R. Señor, atiende a mis gemidos.
Pues tú no eres un Dios al que pudiera
la maldad agradarle,
ni el malvado es tu huésped
ni ante ti puede estar el arrogante.
R. Señor, atiende a mis gemidos.
Al malhechor detestas,
y destruyes, Señor, al embustero;
aborreces al hombre sanguinario
y a quien es traicionero.
R. Señor, atiende a mis gemidos.
Aclamación antes del Evangelio
Tus palabras, Señor, son una antorcha para mis pasos
y una luz en mi sendero.
R. Aleluya.
Evangelio
Reflexión
En la Palestina del primer siglo, la ley del talión (“ojo por ojo, diente por diente”) era un principio legal que buscaba limitar la venganza personal y promover la justicia proporcional. Sin embargo, Jesús propone un enfoque radicalmente diferente, desafiando a sus seguidores a responder al mal con el bien.
Jesús dice: “No resistan al que es malo. Antes bien, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.” Esta enseñanza va en contra de nuestra naturaleza humana que busca justicia inmediata y retribución. En lugar de promover la venganza, Jesús nos llama a la no resistencia y a responder con amor y paciencia.
En nuestra vida diaria, este principio puede parecer difícil de aplicar. Pen semos en una situación común en el trabajo, donde un colega nos trata injustamente o nos insulta. Nuestra reacción natural podría ser devolver la ofensa o buscar justicia. Pero Jesús nos invita a tomar un camino diferente, a mostrar paciencia y a no devolver mal por mal.
Jesús continúa: “Y al que quiera ponerte pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa.” Aquí, Jesús subraya la importancia de la generosidad y la disposición a ceder más de lo que se nos exige. Esto no significa permitir que nos maltraten, sino estar dispuestos a mostrar un amor que va más allá de lo esperado.
Si alguien nos pide ayuda con una tarea en el trabajo, incluso si no es nuestra responsabilidad directa. En lugar de responder con mínima ayuda, podríamos ofrecer un esfuerzo adicional, demostrando así el amor y la generosidad que Jesús nos enseña. Esta actitud no solo beneficia a los demás, sino que también transforma nuestro corazón y nuestras relaciones.
Jesús finaliza este pasaje diciendo: “A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.” Esto se refiere a una práctica común en la ocupación romana, donde los soldados podían exigir a los ciudadanos que llevaran su carga. Al ofrecer ir más allá de lo requerido, demostramos una actitud de servicio y humildad.
A menudo, en casa, nos piden colaborar con los quehaceres y nos limitamos a hacer solo lo que se nos indica. Si nos piden recoger la ropa o ordenar el dormitorio, rara vez ofrecemos hacer más, como limpiar la casa o sacudir el polvo. Lo mismo sucede en el trabajo: cuando nos asignan una tarea, nos ceñimos estrictamente a lo que se nos pidió y no ofrecemos nuestra ayuda adicional. Nos limitamos en lugar de ir más allá y mostrar una actitud proactiva y generosa.
Mateo nos desafía a vivir una vida de generosidad, paciencia y amor incondicional. Nos llama a responder al mal con bien, a superar las expectativas de los demás y a reflejar el carácter de Cristo en nuestras acciones diarias.
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