junio 9, 2024 in Evangelios

Evangelio del 9 de junio del 2024 según san Marcos 3, 20-35

X Domingo ordinario

Lectionary: 89

Primera lectura

Gen 3, 9-15
Después de que el hombre y la mujer comieron del fruto del árbol prohibido, el Señor Dios llamó al hombre y le preguntó: “¿Dónde estás?” Éste le respondió: “Oí tus pasos en el jardín; y tuve miedo, porque estoy desnudo, y me escondí”. Entonces le dijo Dios: “¿Y quién te ha dicho que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?”

Respondió Adán: “La mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto del árbol y comí”. El Señor Dios dijo a la mujer: “¿Por qué has hecho esto?” Repuso la mujer: “La serpiente me engañó y comí”.

Entonces dijo el Señor Dios a la serpiente:
“Porque has hecho esto,
serás maldita entre todos los animales
y entre todas las bestias salvajes.

Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo
todos los días de tu vida.
Pondré enemistad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y la suya;
y su descendencia te aplastará la cabeza,
mientras tú tratarás de morder su talón”.

Salmo Responsorial

Salmo 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6.7-8
R. (7) Perdónanos, Señor, y viviremos.
Desde el abismo de mis pecados clamo a ti;
Señor, escucha mi clamor;
que estén atentos tus oídos
a mi voz suplicante.
R. Perdónanos, Señor, y viviremos.
Si conservaras el recuerdo de las culpas,
¿quién habría, Señor, que se salvara?
Pero de ti procede el perdón,
por eso con amor te veneramos.
R. Perdónanos, Señor, y viviremos.
Confío en el Señor,
mi alma espera y confía en su palabra;
mi alma aguarda al Señor.
mucho más que a la aurora el centinela.
R. Perdónanos, Señor, y viviremos.
Como aguarda a la aurora el centinela,
aguarda Israel del Señor,
porque del Señor viene la misericordia,
y la abundancia de la redención,
y él redimirá a su pueblo
de todas sus iniquidades.
R. Perdónanos, Señor, y viviremos.

Segunda lectura

2 Cor 4, 13–5, 1
Hermanos: Como poseemos el mismo espíritu de fe que se expresa en aquel texto de la Escritura: Creo, por eso hablo, también nosotros creemos y por eso hablamos, sabiendo que aquel que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús y nos colocará a su lado con ustedes. Y todo esto es para bien de ustedes, de manera que, al extenderse la gracia a más y más personas, se multiplique la acción de gracias para gloria de Dios.

Por esta razón no nos acobardamos; pues aunque nuestro cuerpo se va desgastando, nuestro espíritu se renueva de día en día. Nuestros sufrimientos momentáneos y ligeros nos producen una riqueza eterna, una gloria que los sobrepasa con exceso.

Nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno. Sabemos que, aunque se desmorone esta morada terrena, que nos sirve de habitación, Dios nos tiene preparada en el cielo una morada eterna, no construida por manos humanas.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 12, 31-32
R. Aleluya, aleluya.
Ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo.
Cuando yo sea levantado de la tierra,
atraeré a todos hacia mí, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio

Mc 3, 20-35
En aquel tiempo, Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco.

Los escribas que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: “Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera”.

Jesús llamó entonces a los escribas y les dijo en parábolas: “¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Porque si un reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse sus cosas, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.

Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno”. Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo.

Llegaron entonces su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: “Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan”.

Él les respondió: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: “Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

Reflexión

En el Evangelio de Marcos 3:20-35, Jesús regresa a su hogar y se encuentra rodeado por una multitud tan grande que él y sus discípulos ni siquiera pueden comer. Los escribas, al ver sus obras, lo acusan de estar poseído por Belcebú, afirmando que expulsa a los demonios por el poder del príncipe de los demonios. Jesús responde con una parábola, explicando que un reino dividido contra sí mismo no puede mantenerse. Luego, su madre y sus hermanos vienen a buscarlo, preocupados por él. Jesús, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dice que su verdadera familia son aquellos que hacen la voluntad de Dios.

Lo podemos ver hoy a menudo cuando nos encontramos con situaciones en las que nuestras acciones o creencias son malinterpretadas o incluso criticadas. Jesús mismo enfrentó críticas y acusaciones injustas, incluso de personas religiosas que no comprendían su misión. Esto nos invita a meditar sobre cómo manejamos la incomprensión y el juicio de los demás. ¿Nos dejamos llevar por la frustración, o respondemos con paciencia y claridad, como lo hizo Jesús?

Además, la respuesta de Jesús sobre quiénes son su verdadera familia nos llama a redefinir nuestras relaciones y lealtades. Hoy en día  las conexiones familiares y las  sociales son tan importantes, Jesús nos desafía a ver más allá de los lazos de sangre y a reconocer a aquellos que comparten nuestros valores y nuestra fe como verdaderos hermanos y hermanas. Esto no significa abandonar a nuestra familia biológica, sino ampliar nuestro sentido de comunidad y pertenencia.

En nuestras actividades diarias, podemos aplicar esta enseñanza buscando construir relaciones basadas en el amor y la fe compartida. Podemos ser más abiertos y acogedores con aquellos que buscan vivir según la voluntad de Dios, creando una comunidad de apoyo y comprensión. En nuestro trabajo, o en nuestro estudio o en cualquier entorno, podemos buscar formas de unirnos a otros en una misión común de amor, justicia y servicio.

Hoy, mientras reflexionamos sobre este pasaje, pensemos en cómo podemos responder a las críticas con gracia y cómo podemos fortalecer nuestras relaciones basadas en la fe y los valores compartidos. Que nuestras acciones reflejen nuestra pertenencia a la familia de Dios, y que nuestras vidas sean un testimonio del amor y la verdad que Jesús nos enseñó.




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