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marzo 25, 2024 in Evangelios

Evangelio del 26 de marzo del 2024

Martes de la semana santa

Lectionary: 258

Primera lectura

Is 49, 1-6
Escúchenme, islas;
pueblos lejanos, atiéndanme.
El Señor me llamó desde el vientre de mi madre;
cuando aún estaba yo en el seno materno,
él pronunció mi nombre.

Hizo de mi boca una espada filosa,
me escondió en la sombra de su mano,
me hizo flecha puntiaguda,
me guardó en su aljaba y me dijo:
“Tú eres mi siervo, Israel;
en ti manifestaré mi gloria”.
Entonces yo pensé: “En vano me he cansado,
inútilmente he gastado mis fuerzas;
en realidad mi causa estaba en manos del Señor,
mi recompensa la tenía mi Dios”.

Ahora habla el Señor,
el que me formó desde el seno materno,
para que fuera su servidor,
para hacer que Jacob volviera a él
y congregar a Israel en torno suyo
–tanto así me honró el Señor
y mi Dios fue mi fuerza–.
Ahora, pues, dice el Señor:
“Es poco que seas mi siervo
sólo para restablecer a las tribus de Jacob
y reunir a los sobrevivientes de Israel;
te voy a convertir en luz de las naciones,
para que mi salvación llegue
hasta los últimos rincones de la tierra”.

Salmo Responsorial

Salmo 70, 1-2. 3-4a. 5-6ab. 15 y 17

R. (cf 15) En ti, Señor, he puesto mi esperanza.
Señor, tú eres mi esperanza,
que no quede yo jamás defraudado.
Tú, que eres justo, ayúdame y defiéndeme;
escucha mi oración y ponme a salvo.
R. En ti, Señor, he puesto mi esperanza.
Sé para mí un refugio,
ciudad fortificada en que me salves.
Y pues eres mi auxilio y mi defensa,
líbrame, Señor, de los malvados.
R. En ti, Señor, he puesto mi esperanza.
Señor, tú eres mi esperanza;
desde mi juventud en ti confío.
Desde que estaba en el seno de mi madre,
y me apoyaba en ti y tú me sostenías.
R. En ti, Señor, he puesto mi esperanza.
Yo proclamaré siempre tu justicia
y a todas horas, tu misericordia.
Me enseñaste a alabarte desde niño
Y seguir alabándote es mi orgullo.
R. En ti, Señor, he puesto mi esperanza.

Aclamación antes del Evangelio

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor Jesús, rey nuestro,
para obedecer al Padre, quisiste ser llevado a la cruz
como manso cordero al sacrificio.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio

Jn 13, 21-33. 36-38
En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: “Yo les aseguro que uno de ustedes me va a entregar”. Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha. Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: “¿De quién lo dice?” Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?” Le contestó Jesús: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar”. Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote; y tras el bocado, entró en él Satanás.

Jesús le dijo entonces a Judas: “Lo que tienes que hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el bocado, salió inmediatamente. Era de noche.

Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.

Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Me buscarán, pero como les dije a los judíos, así se lo digo a ustedes ahora: ‘A donde yo voy, ustedes no pueden ir’ “. Simón Pedro le dijo: “Señor, ¿a dónde vas?” Jesús le respondió: “A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; me seguirás más tarde”. Pedro replicó: “Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti”. Jesús le contestó: “¿Conque darás tu vida por mí? Yo te aseguro que no cantará el gallo, antes de que me hayas negado tres veces”.

Reflexión

El pasaje de Juan 13, 21-33, 36-38 nos sumerge en uno de los momentos más críticos y emotivos de la última cena de Jesucristo junto a sus discípulos. Esta narrativa no solo revela la profundidad del amor y la entrega de Jesús hacia la humanidad sino que también expone la fragilidad humana a través de la figura de Judas Iscariote y Pedro, enfatizando la traición y la negación, respectivamente.

En este contexto, Jesús, plenamente consciente de su destino inminente, comparte con sus más cercanos la inquietante noticia de que uno de ellos le traicionará. Este anuncio desencadena una serie de reacciones entre los discípulos, marcadas por la confusión y el temor. Sin embargo, lo que sobresale es la respuesta de Jesús ante tal situación: una actitud de comprensión, amor incondicional y perdón. A través de sus acciones y palabras, Jesús no solo anticipa el sacrificio supremo en la cruz sino que también establece el paradigma del amor y la misericordia como fundamentos de la fe cristiana.

 Su previsión de la traición y la negación, junto con su reacción compasiva, nos muestra un Dios que, a pesar de conocer nuestras debilidades, elige amarnos y perdonarnos. Asimismo, la narración resalta la importancia de la humildad, la entrega y el servicio, simbolizados en el gesto de Jesús de lavar los pies de sus discípulos, una enseñanza que trasciende el tiempo y sigue siendo relevante en nuestro contexto actual.

El pasaje nos conecta con las raíces de las tradiciones cristianas y nos invita a reflexionar sobre la continuidad de nuestra fe, pese a los desafíos y las traiciones. La Iglesia, a lo largo de los siglos, ha encontrado en estos versículos una fuente de inspiración para vivir según los valores del Evangelio, enfocándose en el amor, la misericordia y el perdón como respuestas ante el error y la falla humana.

En nuestra época, la enseñanza de este fragmento del Evangelio se convierte en un llamado a la introspección y al cambio personal. Nos invita a reconocer nuestras propias debilidades y a buscar la redención a través de la empatía, el amor y el perdón hacia nosotros mismos y hacia los demás. Nos recuerda que, a pesar de nuestras imperfecciones, somos llamados a ser portadores de luz y esperanza, siguiendo el ejemplo de Jesús.

Este pasaje nos ofrece una valiosa lección sobre la condición humana y la esencia del cristianismo, enfatizando que, incluso en los momentos de mayor desolación, la gracia de Dios está presente, ofreciéndonos  una oportunidad de transformación y renovación. Nos anima a vivir de manera coherente con los principios del Evangelio, promoviendo un mundo más justo y compasivo.




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