noviembre 7, 2023 in Evangelios

Lecturas del día 10 de noviembre de 2023

Primera lectura

Rom 15, 14-21

Hermanos: En lo personal estoy convencido de que ustedes están llenos de bondad y conocimientos para poder aconsejarse los unos a los otros. Sin embargo, les he escrito con cierto atrevimiento algunos pasajes para recordarles ciertas cosas que ya sabían. Lo he hecho autorizado por el don que he recibido de Dios de ser ministro sagrado de Cristo Jesús entre los paganos. Mi actividad sacerdotal consiste en predicar el Evangelio de Dios, a fin de que los paganos lleguen a ser una ofrenda agradable al Señor, santificada por el Espíritu Santo.

Por lo tanto, en lo que se refiere al servicio de Dios, tengo de qué gloriarme en Cristo Jesús, pues no me atrevería a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por mi medio para la conversión de los paganos, valiéndose de mis palabras y acciones, con la fuerza de señales y prodigios y con el poder del Espíritu Santo. De esta manera he dado a conocer plenamente el Evangelio de Cristo por todas partes, desde Jerusalén hasta la región de Iliria. Pero he tenido mucho cuidado de no predicar en los lugares donde ya se conocía a Cristo, para no construir sobre cimientos ya puestos por otros, de acuerdo con lo que dice la Escritura: Los que no habían tenido noticias de él, lo verán; y los que no habían oído de él, lo conocerán.

Salmo Responsorial

Salmo 97, 1. 2-3ab. 3bc-4
R. (cf 2b) Que todos los pueblos aclamen al Señor.
Cantemos al Señor un canto nuevo,
pues ha hecho maravillas.
Su diestra y su santo brazo
le han dado la victoria.
R. Que todos los pueblos aclamen al Señor.
El Señor ha dado a conocer su victoria
y ha revelado a las naciones su justicia.
Una vez más ha demostrado Dios
su amor y su lealtad hacia Israel.
R. Que todos los pueblos aclamen al Señor.
La tierra entera ha contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Que todos los pueblos y naciones
aclamen con júbilo al Señor.
R. Que todos los pueblos aclamen al Señor.

Aclamación antes del Evangelio

1 Jn 2, 5
R. Aleluya, aleluya.
En aquel que cumple la palabra de Cristo,
el amor de Dios ha llegado a su plenitud.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 16, 1-8

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes. Lo llamó y le dijo: ‘¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador’. Entonces el administrador se puso a pensar: ‘¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan’.

Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: ‘¿Cuánto le debes a mi amo?’ El hombre respondió: ‘Cien barriles de aceite’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta’. Luego preguntó al siguiente: ‘Y tú, ¿cuánto debes?’ Este respondió: ‘Cien sacos de trigo’. El administrador le dijo: ‘Toma tu recibo y haz otro por ochenta’.

El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

En la liturgia de hoy, conmemoramos la memoria de uno de los grandes pilares de la Iglesia primitiva: san León Magno. Fue sumo pontífice y confesor de la fe, y su influencia trasciende las barreras del tiempo. Su pontificado se distinguió por la defensa de la ortodoxia cristiana frente a las herejías que acechaban la integridad de la doctrina de la Iglesia. En un periodo de turbulencias y conflictos, León Magno se erigió como una luz  de sabiduría y guía espiritual, enfrentando con fortaleza y clarividencia las vicisitudes que amenazaban la unidad de la fe. Doctor de la Iglesia, sus escritos y sermones continúan siendo un testimonio de su perspicacia teológica y su ardiente celo pastoral.

Hoy, el Evangelio según San Lucas nos presenta una parábola que, a primera vista, puede parecer desconcertante por el elogio que parece hacer de la astucia deshonesta. Jesús narra la historia de un administrador que, al ser acusado de dilapidar los bienes de su señor, se ve enfrentado con la inminencia de su despido. Ante esta situación crítica, el administrador actúa de manera sorprendentemente pragmática: reduce las deudas de los deudores de su señor para ganarse su favor y asegurar un refugio para el futuro después de su destitución.

Este pasaje, ubicado en el capítulo 16, versículos del 1 al 8, no es un aval a la conducta desleal, sino una exhortación a una astucia espiritual. Jesús señala la previsión del administrador, destacando que los hijos de este siglo son más sagaces en su trato con los de su misma condición que los hijos de la luz en el suyo. Esta comparación va más allá de la simple administración de bienes terrenales; es una invitación a que los seguidores de Cristo ejerzan una perspicacia comparable en las cosas que atañen a la eternidad.

La narrativa se sitúa en un contexto en el que la gestión de recursos y la reciprocidad social eran aspectos cruciales de la vida diaria. El administrador infiel, a pesar de sus faltas morales, entiende y manipula estas dinámicas a su favor. Esto lleva a la reflexión de que, si en las cuestiones mundanas se emplea tal ingenio para asegurar el bienestar temporal, con mayor razón deberíamos aplicar una inteligencia y diligencia espirituales para los bienes que son de valor eterno.

La parábola nos desafía a considerar el uso de nuestros recursos y talentos en la promoción del Reino de Dios. No es la mera acumulación de riquezas lo que se valora, sino la habilidad para utilizar lo que se nos ha confiado en función de los valores del Evangelio. Aquí, la enseñanza de Jesús se alinea con la esencia de la sabiduría cristiana: la inversión en la justicia, la misericordia y la fidelidad es lo que acumula un tesoro en el cielo.

La dimensión espiritual de este fragmento evangélico resalta la importancia de una evaluación personal sobre cómo estamos administrando los dones que Dios nos ha dado. No se trata de acumular para nosotros, sino de distribuir generosamente, de ser administradores eficaces de la gracia divina. De esta manera, nuestro quehacer diario debe ser un reflejo del amor y la generosidad del Creador, buscando siempre el bien mayor y el beneficio de los demás.

San León Magno, en su época, entendió profundamente la importancia de ser un buen custodio de la fe, aplicando su agudeza intelectual y espiritual en el servicio a la Iglesia. De manera similar, el Evangelio nos insta a una revisión personal y colectiva de cómo estamos invirtiendo nuestras vidas en lo que verdaderamente perdura. Se trata de una convocatoria a una sabiduría que, si bien es astuta en su proceder, es también pura en sus intenciones y orientada hacia el bien supremo.

El mensaje de Jesús es claro: seamos prudentes, pero nuestra prudencia debe estar siempre imbuida de integridad y dirigida hacia los bienes eternos. En este sentido, la historia del administrador infiel se convierte en un espejo en el que debemos mirarnos para calibrar nuestra propia administración de los bienes terrenales a la luz de la eternidad. El desafío evangélico es, entonces, actuar con la inteligencia que nos ha sido dada, pero siempre al servicio del amor y la verdad que nos han sido revelados en Cristo Jesús.




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