La excelencia en el compartir: Una reflexión Ignaciana
Alcanza la excelencia y compártela. Para San Ignacio dar lo mejor de uno mismo y compartirlo con los demás era fundamental. Crecer por medio de la cooperación es un aprendizaje tanto para la vida profesional como para lo personal.
La teología ignaciana, fundada por San Ignacio de Loyola, enfatiza en su ethos la búsqueda de la excelencia y la generosidad en el compartir. Estos principios, que constituyen la base de la espiritualidad jesuita, tienen mucho que enseñarnos en nuestros tiempos modernos.
Comenzando con la excelencia, el pensamiento ignaciano nos insta a “buscar y encontrar a Dios en todas las cosas”. En otras palabras, nos desafía a buscar el amor divino en nuestras vidas diarias, a esforzarnos por alcanzar nuestras capacidades máximas, a pulir nuestras habilidades y talentos hasta alcanzar la excelencia. Esta idea nos llama a tomar conciencia de que cada tarea, por trivial que parezca, tiene una dimensión trascendental y puede ser un medio para glorificar a Dios.
San Ignacio alentaba a la gente a esforzarse “en todo para amar y servir”. Este llamado, esencialmente, nos desafía a cultivar un compromiso profundo con nuestras vocaciones, a ser diligentes en nuestros esfuerzos y a cultivar la excelencia en todas nuestras acciones. No se trata simplemente de ser buenos en lo que hacemos, sino de usar nuestras habilidades y talentos para servir a los demás y, en última instancia, a Dios.
La segunda parte de esta filosofía ignaciana es igualmente crucial: compartir nuestras habilidades y talentos con los demás. San Ignacio entendía que el logro individual, aunque valioso, alcanza su mayor potencial cuando se utiliza para el bien común. Este compartir no se limita a lo material, sino que incluye nuestro tiempo, conocimientos, experiencias y dones espirituales. Al compartir, no sólo nos beneficiamos individualmente, sino que también enriquecemos a nuestra comunidad y fortalecemos los lazos que nos unen.
Esta actitud cooperativa y generosa es un contrapeso a la tendencia individualista de la sociedad moderna. En un mundo donde el éxito a menudo se mide por la acumulación de bienes materiales y logros personales, la perspectiva ignaciana nos recuerda que nuestra verdadera riqueza se encuentra en nuestra relación con Dios y con los demás. Nos recuerda que todos somos parte de una comunidad más grande y que cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en la construcción del Reino de Dios en la Tierra.
En este sentido, la perspectiva ignaciana tiene profundas implicaciones tanto para la vida profesional como personal. En el ámbito profesional, nos desafía a esforzarnos por alcanzar la excelencia en nuestro trabajo, no sólo por satisfacción personal o reconocimiento, sino también para contribuir al bienestar de nuestra comunidad. En el ámbito personal, nos llama a compartir nuestras vidas y experiencias con los demás, a construir relaciones significativas y a enriquecer nuestras vidas con la riqueza de la comunidad.
En conclusión, la excelencia y la generosidad son dos principios fundamentales de la teología ignaciana que tienen mucho que enseñarnos hoy en día. Al esforzarnos por alcanzar la excelencia en todo lo que hacemos y al compartir generosamente nuestros dones con los demás, podemos vivir una vida más plena y enriquecedora, y hacer del mundo un lugar mejor. Este es, en última instancia, el mensaje de San Ignacio: buscar y encontrar a Dios en todas las cosas, y vivir de una manera que refleje el amor divino en todas nuestras acciones.
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