En aquel tiempo, levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que echaban sus donativos en las alcancías del templo. Vio también a una viuda pobre, que echaba allí dos moneditas, y dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha dado más que todos. Porque éstos dan a Dios de lo que les sobra; pero ella, en su pobreza, ha dado todo lo que tenía para vivir”.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
Una de nuestras afirmaciones más frecuentes es que Dios es bueno, que nos ama y nos bendice generosamente. Y es que, si ponemos atención y somos sinceros, Dios nos ha dado todo lo que somos y tenemos. Todos los días nos da vida, salud, un hogar… y todo aquello que necesitamos para vivir. Y esto, sólo viendo cosas materiales. Y si vemos los dones espirituales que nos da, la bondad y generosidad de Dios no tiene límites. Ahora bien, ¿cuánto reconocemos y agradecemos esto? Y esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿cómo correspondemos a Dios tanta generosidad?
Desde esta perspectiva debemos acercarnos al evangelio de hoy con la siguiente pregunta: ¿Qué le doy yo a Dios? No es que Dios necesite algo; no es que Dios necesite que de mí. Se trata de ver cómo correspondemos a Dios tanta bondad. Si Él es infinitamente generoso conmigo ¿por qué yo soy tan mezquino y tacaño con Él? Jesús, en el evangelio, nos invita a considerar lo que damos y cómo lo damos, a Dios y a los demás.
La escena se desarrolla en el Templo. Allí se acercan las personas a dar sus donativos para el sostenimiento del Templo. Seguramente nosotros nos habríamos fijado en la “gente importante”, en los ricachones, que se acercaban a echar, ostentosamente, su aportación. La pobre viuda habría pasado desapercibida, como alguien sin importancia que huye de los focos de atención. Y, sin embargo, a Jesús no le pasa desapercibida y saca una observación que comparte con el público. Esa pobre viuda ha dado todo lo que tenía. Ante los ricos que daban lo que les sobraba, la viuda entrega lo que necesita. He ahí su grandeza. Esa donación es un signo de amor.
¿Qué valora Jesús en esa escena? La generosidad de la viuda pobre y su desprendimiento. Jesús la presenta como modelo. Lo que los otros echan no tiene valor porque dan de lo que les sobra. En cambio, ella da lo que necesita para vivir. San Agustín nos recuerda que “ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca”. Lo importante pues, no es la cantidad, sino el amor con que lo damos. Algunas veces, esa ofrenda llamativa de los ricos, no es otra cosa que el resultado del sometimiento de otros, de los cuales ellos se lucran; ganancias obtenidas a través de injusticias. Por eso, tiene tan poco valor.
Es importante hacer énfasis en el detalle de que lo que impresiona a Jesús y pone de modelo para nosotros no son palabras, gestos externos de grandeza, riqueza o poderío, sino lo interior, el corazón de la persona. El corazón de aquella pobre viuda es generoso en extremo. Ella obraba con la prudencia del espíritu, fiándose enteramente del buen Dios, y eso es lo que conmovió a Jesús y nos conmueve a nosotros. Porque, como los ricos del evangelio, nosotros también estamos acostumbrados a dar las sobras o de lo que nos sobra, pero la viuda elogiada hoy por Jesús, lo da todo y en la total discreción y anonimato.
Contemplando la generosidad de esta viuda y escuchando las palabras de Jesús, podemos volver a preguntarnos: ¿Qué damos a Dios y a los demás? ¿Hasta qué punto el amor nos lleva a sobrepasar lo que nuestros intereses reclaman? ¿Cómo lo damos?
Alguien dijo: Háganlo todo por Amor. Así no hay cosas pequeñas: todo es grande. Dios valora la disposición interior de la persona, no lo que da. Y cuando hay disposición, lo damos todo. Eso es lo que aprecia Dios; algo bien diferente de lo que habitualmente apreciamos los seres humanos. Pidamos al Señor la gracia de tener un corazón generoso, de no ser tacaños, y así corresponder con gratitud y amor a tanto bien recibido de su parte.
- Que Dios los bendiga y los proteja.
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