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noviembre 16, 2021 in Evangelios

Lecturas del 16 de Noviembre de 2021

Primera Lectura

2 Mc 6, 18-31

Había un hombre llamado Eleazar, de edad avanzada y aspecto muy digno. Era uno de los principales maestros de la ley. Querían obligarlo a comer carne de puerco y para ello le abrían a la fuerza la boca. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente hacia el suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida.

Los que presidían aquel sacrificio pagano, en atención a la antigua amistad que los unía con Eleazar, lo llevaron aparte y le propusieron que mandara traer carne permitida y que la comiera, simulando que comía la carne del sacrificio ordenada por el rey. Así se podría librar de la muerte y encontrar benevolencia, por la antigua amistad que los unía.

Pero Eleazar, adoptando una actitud cortés, digna de sus años y de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la ley santa, dada por Dios, respondió enseguida:

“Envíenme al sepulcro, pues no es digno de mi edad ese engaño. Van a creer los jóvenes que Eleazar, a los noventa años, se ha pasado al paganismo. Y si por miedo a perder el poco tiempo de vida que me queda, finjo apartarme de la ley, se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso sería manchar y deshonrar mi vejez. Y aunque por el momento me librara del castigo de los hombres, ni vivo ni muerto me libraría de la mano del Omnipotente. En cambio, si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y dejaré a los jóvenes un gran ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble por amor a nuestra santa y venerable ley”.

Dicho esto, se fue enseguida hacia el suplicio. Los que lo conducían, considerando arrogantes las palabras que acababa de pronunciar, cambiaron en dureza su actitud benévola.

Cuando Eleazar estaba a punto de morir a causa de los golpes, dijo entre suspiros: “Tú, Señor, que todo lo conoces, bien sabes que pude librarme de la muerte; pero, por respeto a ti, sufro con paciencia y con gusto, crueles dolores en mi cuerpo y en mi alma”.

De esta manera, Eleazar terminó su vida y dejó no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de virtud y heroísmo.

Salmo Responsorial

Salmo 3, 2-3. 4-5. 6-7

R. (6b) El Señor es mi defensa. 

Mira, Señor, cuántos contrarios tengo,
y cuántos contra mí se han levantado;
cuántos dicen de mí:
“Ni Dios podrá salvarlo”.

R. El Señor es mi defensa. 

Mas tú, Señor, eres mi escudo,
mi gloria y mi victoria;
desde tu monte santo me respondes
cuando mi voz te invoca.

R. El Señor es mi defensa. 

En paz me acuesto, duermo y me despierto,
porque el Señor es mi defensa.
No temeré a la enorme muchedumbre
que se acerca y me acecha.

R. El Señor es mi defensa. 

Aclamación antes del Evangelio

Cfr 1 Jn 4, 10

R. Aleluya, aleluya.
Dios nos amó y nos envió a su Hijo,
como víctima de expiación por nuestros pecados.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 19, 1-10

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús, pero la gente se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”

Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.

Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

Palabra de Dios, te alabamos Señor.

Reflexión

Hermanas y hermanos

La historia del encuentro entre Jesús y Saqueo la hemos escuchado muchas veces. Y siempre que la escuchamos atentamente como Palabra de Dios nos deja nuevas enseñanzas. Jesús llega a Jericó y atraviesa la ciudad, y Zaqueo, jefe de publicanos y hombre rico, o sea, oficialmente pecador para los judíos, al ser de estatura baja, se sube a un sicomoro para poder ver pasar a aquel de quien tanto hablan.

Zaqueo nace, evangélicamente hablando, cuando siente deseos de ver a Jesús. No se considera digno, como Nicodemo, de hacerle una visita, de ir a encontrarse con Él, ¿quién es él para tanto don? Le basta con verle. Pero, es pequeño, como la mayoría de nosotros, y bajo de estatura, y la gente se lo impide. Pero, algo dentro de él le empuja a no darse por vencido, a hacer algo, porque Jesús iba a pasar por allí y si no aprovechaba la ocasión pudiera perder la oportunidad para siempre.  El deseo le empuja a hacer todo lo posible para ver a Jesús.

“Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: ‘Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. Zaqueo ha sentido el deseo de ver a Jesús; pero, en realidad, es Jesús quien ha visto antes a Zaqueo.  Y lo ha hecho con misericordia.  A Jesús no le importa que sea el jefe de los publicanos, ese grupo de personas despreciada y despreciable, considerados traidores a la patria, pues colaboraban con el poder de ocupación sirviéndole en la recaudación de impuestos; eran “impuros”, pues estaban en constante contacto con paganos para entregar lo que recaudaban; y frecuentemente eran corruptos, cobrando más de lo debido.  Zaqueo se había enriquecido defraudando.

Jesús sabe que será criticado por esto; pero le importa poco que murmuren de Él por comer con publicanos, pecadores y gente mal vista, o que pudiera incurrir en impureza ritual; lo que sí le importa es que los de dentro y los de fuera saboreen la misericordia de un Dios Padre de todos sin excepción; lo que desea es que aquella gente despreciada se sintiera amada por Dios, que experimentaran su cercanía y su misericordia.  De esta manera, Jesús, el rostro humano de Dios, realiza la tarea de salvar lo perdido, de recuperar lo despreciado y ensalzar lo que no cuenta a los ojos de la gente.

Es impresionante cómo el relato presenta el proceso de conversión de Zaqueo.  Aquel deseo de ver a Jesús le ha llevado a estar frente a Él.  Y Jesús, derrochando misericordia, se autoinvitó a casa del despreciado; se sentó a la mesa con él y con los amigos de Zaqueo. El gesto impresionó y dio lugar a las normales habladurías de la gente; quizás a dudas sobre la identidad profética de Jesús.  No menos llamativo resulta el hecho de que Jesús no hace a Zaqueo el más mínimo reproche. Esto debió de contrastar con las advertencias y los menosprecios que el adinerado recaudador había recibido de “la gente bien”, de “los cumplidores” de la ley.

La experiencia de Zaqueo resultó maravillosa: el “profeta” no le había evitado, sino que se había hecho su compañero de techo y de mesa, en aquella sociedad en la que compartir la comida significaba compartir la vida. Para Zaqueo fue una experiencia de gracia abrumadora, eficaz y transformante; su sensibilidad cambió radicalmente, no se reconocía a sí mismo,… y comenzó a replanificar la vida.

Jesús no le había pedido nada; pero su contacto había dado origen a una criatura nueva.  Sin ningún reproche ni condena, solamente con amor, Jesús transformó el corazón y la vida de Zaqueo.  Jesús quiere mostrarnos que al excluido se le recupera por el camino de la gracia y comprensión.  Y aquel hombre, “tocado” por la cercanía de Jesús, cae en la cuenta de que hay injusticias que remediar y pobres en que pensar: la nueva conducta de Zaqueo es la demostración de haber adquirido ese nuevo sentido, esa nueva sensibilidad.  Había encontrado la salvación.

¿Quieres que hoy se hospede Jesús en tu casa? ¿De qué árbol tienes que bajar? ¿Te detiene las dificultades? ¿Te sientes mirado por Jesús? ¿En tu corazón hay desprendimiento? Zaqueo bajó muy contento. Zaqueo recibió el mayor tesoro. Zaqueo encontró la felicidad.

Que Dios los bendiga y los proteja.




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