Lecturas del día 5 de Enero de 2022
Primera Lectura
Queridos hijos: Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. A Dios nadie lo ha visto nunca; pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor en nosotros es perfecto.
En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu. Nosotros hemos visto, y de ello damos testimonio, que el Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo. Quien confiesa que Jesús es Hijo de Dios, permanece en Dios y Dios en él.
Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en ese amor. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. En esto llega a la perfección el amor que Dios nos tiene: en que esperamos con tranquilidad el día del juicio, porque nosotros vivimos en este mundo en la misma forma que Jesucristo vivió.
En el amor no hay temor. Al contrario, el amor perfecto excluye el temor, porque el que teme, mira al castigo, y el que teme no ha alcanzado la perfección del amor.
Salmo Responsorial
R. (cf 11) Que te adoran, Señor, todos los pueblos.
Comunica, Señor, al rey tu juicio
y tu justicia, al que es hijo de reyes,
así tu siervo saldrá en defensa de tus pobres
y regirá a tu pueblo justamente. R.
R. Que te adoran, Señor, todos los pueblos.
Los reyes de occidente y de las islas
le ofrecerán sus dones.
Ante él se postrarán todos los reyes
y todas las naciones. R.
R. Que te adoran, Señor, todos los pueblos.
Al débil librará del poderoso
y ayudará al que se encuentra sin amparo;
se apiadará del desvalido y pobre
y salvará la vida al desdichado. R.
R. Que te adoran, Señor, todos los pueblos.
Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Gloria a ti, Cristo Jesús, que has sido proclamado a las naciones.
Gloria a ti, Cristo Jesús, que has sido anunciado al mundo.
R. Aleluya.
Evangelio
En aquel tiempo, después de la multiplicación de los panes, Jesús premió a sus discípulos a que subieran a la barca y se dirigieran a Betsaida, mientras él despedía a la gente. Después de despedirlos, se retiró al monte a orar.
Entrada la noche, la barca estaba en medio del lago y Jesús, solo, en tierra. Viendo los trabajos con que avanzaban, pues el viento les era contrario, se dirigió a ellos caminando sobre el agua, poco antes del amanecer, y parecía que iba a pasar de largo.
Al verlo andar sobre el agua, ellos creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían visto y estaban espantados. Pero él les habló enseguida y les dijo: “¡Ánimo! Soy yo; no teman”. Subió a la barca con ellos y se calmó el viento. Todos estaban llenos de espanto y es que no habían entendido el episodio de los panes, pues tenían la mente embotada.
Palabra de Dios, te alabamos Señor.
Reflexión
Hermanas y hermanos
El Evangelio de hoy tiene como antesala la multiplicación de los panes. Recordemos que la multitud ha sido curada de sus enfermedades y ha sido alimentada hasta la saciedad. En cierto sentido, Jesús y los discípulos, después del buen trabajo realizado, tendrían derecho a descansar y a recibir las muestras de agradecimiento de la multitud. Pero Jesús tiene otros planes. Sube a una montaña a orar en solitario, después de pedir a sus discípulos que subieran a la barca y se dirigieran a Betsaida. Probablemente Jesús envía a sus discípulos porque quiere evitar el triunfalismo apostólico, es decir, que los discípulos se sientan protagonistas.
Jesús también quiere evitar la tentación del triunfalismo y se retira a estar a solas con el Padre. En medio de todo el quehacer, saca el tiempo y el espacio para orar. Su misión y su vida entera consiste en hacer la voluntad del Padre y para ello debe mantener una comunión permanente con Él. Todo lo que ha vivido en el día, su contacto con la multitud de gente, el dolor y el sufrimiento que ha visto y tocado… todo debe ponerlo delante del Padre. El mismo prodigio de la multiplicación de los panes, debe dialogarlo con el Padre.
Por su parte, los discípulos quizás intentando comprender lo que había ocurrido suben a la barca y se marchan con la intención de hacer una travesía rutinaria. Estos discípulos son pescadores experimentados y, por lo tanto, remar de un lado a otro del lago no representa mayor dificultad. De pronto no bastan sus fuerzas y experiencia. La noche los cubre, el mar se agita y el miedo aparece. Gritan porque no ven con claridad. Gritan porque llenos de temor no pueden reconocer a su Maestro que se acerca caminando sobre el mar agitado. Imaginemos el alivio de los discípulos al escuchar una voz que dice: “Soy Yo. No teman”.
En medio de la oscuridad y del mar agitado creen ver un fantasma. Las situaciones oscuras y las agitaciones de la vida hace que aparezcan los fantasmas. Fantasmas son aquellos temores ocultos que hay en nuestro corazón; las inseguridades y ansiedades que nos dominan. Los fantasmas se nos imponen cuando hemos hecho a Dios a un lado.
Al igual que los discípulos, no basta nuestra experiencia y autosuficiencia. En ocasiones también nosotros atravesamos tempestades que nos revelan nuestra fragilidad, nuestra falta de fe. No debemos tener miedo a estas experiencias, porque es en ellas donde descubrimos que no estamos solos, sino que Dios nunca nos abandona. Aunque la oscuridad sea grande y la tempestad muy fuerte, sabemos y creemos que no estamos solos; hay Alguien que camina con nosotros. Jesús nos acompaña en nuestras tempestades, camina con nosotros y nos dice: “¡Ánimo! Soy yo; no teman”.
El evangelio nos invita a ser hombres y mujeres de mucha fe y a tener certeza de la presencia de Dios en nuestras vidas. Pidamos en nuestra oración de estos días: Señor, aumenta mi fe. Aumenta nuestra fe porque no podemos dejarnos vencer por el miedo. Aumenta nuestra fe para que podamos abandonar de una vez por todas nuestras inseguridades. ¡Señor, aumenta nuestra fe!
Que Dios los bendiga y los proteja.
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