Evangelio del 22 de junio del 2024
Sábado de la XI semana del Tiempo ordinario
Lectionary: 370
Primera lectura
Entonces el espíritu de Dios inspiró a Zacarías, hijo del sacerdote Yehoyadá, para que se presentara ante el pueblo y le dijera: “Esto dice el Señor Dios: ‘¿Por qué quebrantan los preceptos de Dios? Van al fracaso. Han abandonado al Señor y él los abandonará a ustedes’ ”.
Pero el pueblo conspiró contra él y, por orden del rey, lo apedrearon en el atrio del templo. El rey Joás no tuvo en cuenta el bien que le había hecho Yehoyadá y mató a su hijo, Zacarías, quien exclamó al morir: “Que el Señor te juzgue y te pida cuentas”.
Al cabo de un año, el ejército sirio se dirigió contra Joás y penetró en Judá y en Jerusalén; mataron a todos los jefes del pueblo y enviaron todo el botín al rey de Damasco. Aunque no era muy numeroso el ejército sirio, el Señor le dio la victoria sobre el enorme ejército de los judíos, porque el pueblo había abandonado al Señor, Dios de sus padres. Así fue como se hizo justicia contra Joás. Al retirarse los sirios, lo dejaron gravemente herido y entonces sus cortesanos conspiraron contra él para vengar al hijo del sacerdote Yehoyadá, y lo asesinaron en su cama. Lo enterraron en la ciudad de David, pero no le dieron sepultura en las tumbas de los reyes.
Salmo Responsorial
“Un juramento hice a David, mi servidor, dice el Señor,
una alianza pacté con mi elegido:
‘Consolidaré tu dinastía para siempre
y afianzaré tu trono eternamente’.
R. Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Yo jamás le retiraré mi amor
ni violaré el juramento que le hice.
Nunca se extinguirá su descendencia
y su trono durará igual que el cielo.
R. Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Pero, si sus hijos abandonan mi ley
y no cumplen mis mandatos,
si violan mis preceptos
y no guardan mi alianza,
castigaré con la vara sus pecados
y con el látigo sus culpas,
pero no les retiraré mi favor.
R. Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
No desmentiré mi fidelidad,
no violaré mi alianza
ni cambiaré mis promesas”.
R. Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre,
para enriquecernos con su pobreza.
R. Aleluya.
Evangelio
Por eso les digo que no se preocupen por su vida, pensando qué comerán o con qué se vestirán. ¿Acaso no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo, que ni siembran, ni cosechan, ni guardan en graneros y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Acaso no valen ustedes más que ellas? ¿Quién de ustedes, a fuerza de preocuparse, puede prolongar su vida siquiera un momento?
¿Y por qué se preocupan del vestido? Miren cómo crecen los lirios del campo, que no trabajan ni hilan. Pues bien, yo les aseguro que ni Salomón, en todo el esplendor de su gloria, se vestía como uno de ellos. Y si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy florece y mañana es echada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de poca fe?
No se inquieten, pues, pensando: ¿Qué comeremos o qué beberemos o con qué nos vestiremos? Los que no conocen a Dios se desviven por todas estas cosas; pero el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad de ellas. Por consiguiente, busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el día de mañana, porque el día de mañana traerá ya sus propias preocupaciones. A cada día le bastan sus propios problemas”.
Este pasaje de Mt 6, 24-34 nos presenta una enseñanza fundamental de Jesús sobre las prioridades en la vida y la confianza en la providencia divina. Comienza con una afirmación contundente: “Nadie puede servir a dos amos”. Esta metáfora nos plantea la imposibilidad de dividir nuestra lealtad entre Dios y las riquezas materiales, simbolizadas por el dinero. Es una invitación a examinar nuestro corazón y determinar qué es lo que realmente gobierna nuestras decisiones y acciones.
Jesús luego aborda una preocupación universal: la ansiedad por las necesidades básicas de la vida. Con gran sabiduría, nos recuerda que la vida es más que alimento y el cuerpo más que vestido. Nos motiva a mirar la naturaleza —las aves del cielo y los lirios del campo— como ejemplos de la providencia divina. Esta analogía no es una excusa para la pereza, sino una lección sobre la confianza en Dios y la importancia de mantener una perspectiva adecuada sobre nuestras preocupaciones.
La comparación con Salomón, conocido por su riqueza y esplendor, subraya que la belleza natural supera incluso los mayores logros humanos. Este contraste nos recuerda que hay una belleza y un valor intrínsecos en la creación que van más allá de lo que podemos producir o adquirir.
Jesús aborda directamente la ansiedad, una emoción tan común en la experiencia humana. Nos desafía a considerar si nuestras preocupaciones pueden añadir algo a nuestra vida. Esta reflexión nos invita a reconocer los límites de nuestro control y la futilidad de la preocupación excesiva.
El mensaje central del pasaje se resume en la exhortación a “buscar primero el Reino de Dios y su justicia”. Jesús no niega la importancia de nuestras necesidades materiales, pero nos insta a ponerlas en su correcta perspectiva. Buscar el Reino de Dios implica alinear nuestras vidas con los valores divinos de amor, justicia y compasión. Es una invitación a vivir con un propósito más elevado que la mera satisfacción de necesidades materiales.
La promesa de que “todas estas cosas se les darán por añadidura” no es una garantía de prosperidad material, sino una afirmación de que al poner nuestra confianza en Dios y vivir según sus principios, nuestras verdaderas necesidades serán satisfechas.
Finalmente, Jesús nos aconseja no preocuparnos por el mañana, recordándonos que cada día tiene sus propios desafíos. Esta enseñanza nos invita a vivir en el presente, confiando en la gracia de Dios para cada momento.
Resumiendo , este pasaje nos desafía a reevaluar nuestras prioridades, a confiar en la providencia divina y a vivir con una perspectiva eterna y nos invita a liberarnos de la ansiedad excesiva y a enfocarnos en lo que realmente importa: nuestra relación con Dios y el impacto que podemos tener en el mundo que nos rodea. Es un llamado a una vida de fe activa, confianza y propósito, centrada en los valores del Reino de Dios.
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