mayo 15, 2024 in Evangelios

Evangelio del 16 de mayo del 2024

Jueves de la VII semana de Pascua

Lectionary: 300

Primera lectura

Hch 22, 30; 23, 6-11

En aquellos días, el comandante, queriendo saber con exactitud de qué acusaban a Pablo los judíos, mandó que le quitaran las cadenas, convocó a los sumos sacerdotes y a todo el sanedrín, y llevando consigo a Pablo, lo hizo comparecer ante ellos.

Como Pablo sabía que una parte del sanedrín era de saduceos y otra de fariseos, exclamó: “Hermanos: Yo soy fariseo, hijo de fariseos, y me quieren juzgar porque espero la resurrección de los muertos”.

Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, que ocasionó la división de la asamblea. (Porque los saduceos niegan la otra vida, sea de ángeles o de espíritus resucitados; mientras que los fariseos admiten ambas cosas). Estalló luego una terrible gritería y algunos escribas del partido de los fariseos, se pusieron de pie y declararon enérgicamente: “Nosotros no encontramos ningún delito en este hombre. ¿Quién puede decirnos que no le ha hablado un espíritu o un ángel?”

El alboroto llegó a tal grado, que el comandante, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó traer a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel.

En la noche siguiente se le apareció el Señor a Pablo y le dijo: “Ten ánimo, Pablo; porque así como en Jerusalén has dado testimonio de mí, así también tendrás que darlo en Roma”.

Salmo Responsorial

Salmo 15, 1-2a y 5. 7-8. 9-10. 11
R. (1) Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.
Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio.
Yo siempre he dicho que tú eres mi Señor.
El Señor es la parte que me ha tocado en herencia;
mi vida está en sus manos.
R. Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.
Bendeciré al Señor, que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
y con él a mi lado, jamás tropezaré.
R. Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.
Por eso se me alegran el corazón y el alma,
y mi cuerpo vivirá tranquilo,
porque tú no me abandonarás a la muerte,
ni dejarás que sufra yo la corrupción.
R. Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.
Enséñame el camino de la vida,
sáciame de gozo en tu presencia
y de alegría perpetua junto a ti.
R. Enséñanos, Señor, el camino de la vida. Aleluya.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 17, 21
R. Aleluya, aleluya.
Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, somos uno,
a fin de que el mundo crea que tú me has enviado, dice el Señor.
R. Aleluya.

Evangelio

Jn 17, 20-26

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre, no sólo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado.

Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí.

Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado desde antes de la creación del mundo.

Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y éstos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos”.

Reflexión

En el evangelio de hoy, Jesús ora al Padre, no solo por sus discípulos presentes, sino también por todos aquellos que creerán en Él a través de su palabra. Esto nos incluye a todos nosotros. Jesús pide que seamos uno, como Él y el Padre son uno. Esta oración refleja el deseo profundo de Cristo de que vivamos en unidad, una unidad basada en el amor y en la verdad.

Jesús señala que esta unidad será un testimonio poderoso para el mundo. Cuando las personas ven a una comunidad unida en amor, reflejando el amor trinitario, sienten la presencia de Dios. La unidad no significa uniformidad; no se trata de ser idénticos, sino de estar unidos en corazón y propósito, respetando nuestras diferencias.

El amor es el pegamento que une a la comunidad cristiana. Este amor no es meramente un sentimiento, sino una decisión diaria de buscar el bien del otro, de perdonar, de servir y de caminar juntos hacia el mismo objetivo: vivir el Evangelio. Jesús nos muestra que este amor proviene de su relación con el Padre y se extiende a nosotros a través del Espíritu Santo.

Imaginemos una gran familia reunida en torno a una mesa. Cada miembro es diferente, con sus propias historias, talentos y desafíos, pero lo que los mantiene unidos es el amor compartido. Así es la Iglesia: una familia diversa pero unida en Cristo. Nuestra vocación es vivir esta realidad en nuestras parroquias, en nuestros hogares y en nuestras relaciones diarias.

Jesús también ora para que seamos uno con Él y el Padre, de manera que podamos compartir la gloria que Él ha recibido. Esta gloria no es un honor mundano, sino la manifestación de la presencia de Dios en nosotros. Al vivir en unidad y amor, reflejamos la luz de Cristo al mundo, mostrando que el Reino de Dios está entre nosotros.

Hoy, podemos preguntarnos: ¿Cómo puedo contribuir a la unidad en mi comunidad? ¿Qué acciones concretas puedo tomar para promover el amor y la comprensión? Tal vez sea escuchando más, perdonando, o tendiendo una mano a alguien en necesidad. Cada pequeño gesto cuenta y construye el Cuerpo de Cristo.

Que la oración de Jesús en este evangelio sea también nuestra oración. Que busquemos ser uno en amor, reflejando la unidad trinitaria en nuestras vidas diarias. Al hacerlo, no solo obedecemos el mandato de Cristo, sino que también llevamos su luz al mundo, testimoniando la verdad de su amor y su gloria.




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