Evangelio del 16 de abril del 2024
Martes de la III semana de Pascua
Lectionary: 274
Primera lectura
En aquellos días, habló Esteban ante el sanedrín, diciendo: “Hombres de cabeza dura, cerrados de corazón y de oídos. Ustedes resisten siempre al Espíritu Santo; ustedes son iguales a sus padres. ¿A qué profeta no persiguieron sus padres? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del Justo, al que ahora ustedes han traicionado y dado muerte. Recibieron la ley por medio de los ángeles y no la han observado”.
Al oír estas cosas, los miembros del sanedrín se enfurecieron y rechinaban los dientes de rabia contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios, y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”.
Entonces los miembros del sanedrín gritaron con fuerza, se taparon los oídos y todos a una se precipitaron sobre él. Lo sacaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearlo. Los falsos testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven, llamado Saulo.
Mientras lo apedreaban, Esteban repetía esta oración: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Después se puso de rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Diciendo esto, se durmió en el Señor. Y Saulo estuvo de acuerdo en que mataran a Esteban.
Salmo Responsorial
R. (6a) En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya.
Sé tú, Señor, mi fortaleza y mi refugio,
la muralla que me salve.
Tú, que eres mi fortaleza y mi defensa,
por tu nombre, dirígeme y guíame.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya.
En tus manos encomiendo mi espíritu
y tú, mi Dios leal, me librarás.
En ti, Señor, deposito mi confianza
y tu misericordia me llenará de alegría.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya.
Vuelve, Señor, tus ojos a tu siervo
y sálvame, por tu misericordia;
cuídame, Señor, y escóndeme junto a ti,
lejos de las intrigas de los hombres.
R. En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu. Aleluya.
Aclamación antes del Evangelio
Yo soy el pan de la vida, dice el Señor;
el que viene a mí no tendrá hambre.
R. Aleluya.
Evangelio
Jesús les respondió: “Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo”.Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les contestó: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.
El pasaje del Evangelio según Juan, específicamente los versículos 30 al 35, aborda una interacción significativa entre Jesús y la multitud que lo seguía después de la multiplicación de los panes y los peces. En este segmento, la multitud pide a Jesús una señal para poder creer en él, aludiendo al maná que sus antepasados recibieron como milagro en el desierto. Este pedido demuestra una búsqueda constante de confirmación divina y un deseo de vincular las acciones de Jesús con las narrativas y milagros de la tradición judía.
Jesús responde a esta solicitud no solo destacando la diferencia entre el maná, que era un alimento perecedero, y el pan que él ofrece, que es eterno y sustenta de manera espiritual y eterna. Este “pan de vida”, como lo define, no se limita a satisfacer necesidades temporales o físicas, sino que promete una saciedad espiritual y una vida eterna. Esta declaración profundiza la comprensión del ministerio de Jesús, que no se limita a replicar los milagros del pasado sino a cumplir y trascender esas expectativas antiguas.
En esta interacción, también se destaca el desarrollo de la fe. La multitud se enfrenta al desafío de reconocer en Jesús no solo a un proveedor de milagros o necesidades físicas, sino como la encarnación del mensaje divino y la oferta de salvación. Este paso de una fe que busca signos a una fe que reconoce en Jesús la presencia misma de Dios constituye un punto crucial.
Este diálogo entre Jesús y la multitud no solo refleja las tensiones entre las expectativas judías mesiánicas y la revelación de Jesús sobre su naturaleza y misión divina, sino que también plantea cuestiones fundamentales sobre la naturaleza de la fe, la revelación y el reconocimiento de lo divino en medio de lo cotidiano. Jesús, al presentarse como el “pan que ha bajado del cielo”, no solo desafía las comprensiones previas sino que invita a una transformación profunda del entendimiento y la experiencia espiritual de sus seguidores.
En la sociedad actual, plagada de búsqueda constante de satisfacción inmediata y material, el mensaje de Jesús en Juan resuena con una llamada a la profundización espiritual y al sustento eterno que ofrece. Frente a las distracciones y el consumismo que a menudo llenan el vacío existencial, Jesús ofrece el “pan de vida”, que promete no solo llenar nuestros estómagos sino también nuestras almas. Este alimento espiritual desafía a las personas a mirar más allá de lo tangible y lo efímero, invitándolas a encontrar significado y propósito en lo divino. Así, este pasaje bíblico alienta a la sociedad moderna a reevaluar sus prioridades y buscar una plenitud que solo se puede encontrar en la espiritualidad y la conexión con lo eterno.
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