Evangelio del 8 de abril del 2024
Segundo Domingo de Pascua
Domingo de la Divina Misericordia
Lectionary: 44
Primera lectura
Con grandes muestras de poder, los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y todos gozaban de gran estimación entre el pueblo. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían terrenos o casas, los vendían, llevaban el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles, y luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.
Salmo Responsorial
Diga la casa de Israel: “Su misericordia es eterna”.
Diga la casa de Aarón: “Su misericordia es eterna”.
Digan los que temen al Señor: “Su misericordia es eterna”.
R. La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es nuestro orgullo.
No moriré, continuaré viviendo
para contar lo que el Señor ha hecho.
Me castigó, me castigó el Señor,
pero no me abandonó a la muerte.
R. La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
La piedra que desecharon los constructores,
es ahora la piedra angular.
Esto es obra de la mano del Señor,
es un milagro patente.
Este es el día de triunfo del Señor:
día de júbilo y de gozo.
R. La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.
Segunda lectura
Jesucristo es el que vino por medio del agua y de la sangre; él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.
Secuencia– opcional
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado,
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la vida,
triunfante se levanta.
“¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?’’
“A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Vengan a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí verán los suyos
la gloria de la Pascua’’.
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Aclamación antes del Evangelio
Tomás, tú crees porque me has visto.
Dichosos los que creen sin haberme visto, dice el Señor.
R. Aleluya.
Evangelio
De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.
Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
El Evangelio según San Juan 20:19-31 nos lleva al corazón del tiempo pascual, presentándonos dos apariciones de Jesús resucitado a sus discípulos y el famoso episodio de la incredulidad y posterior creencia de Tomás. Este pasaje es especialmente significativo al reflexionar sobre la Divina Misericordia, pues nos muestra la inmensa compasión y paciencia de Jesús hacia sus seguidores, incluso en sus momentos de duda y miedo.
Después de su resurrección, Jesús aparece ante sus discípulos, quienes se encontraban escondidos por temor a los judíos. Su primer saludo es “Paz a vosotros”, una declaración poderosa que no solo busca calmar sus temores inmediatos sino que también simboliza la paz profunda y duradera que su resurrección trae a la humanidad. La paz que Jesús ofrece es el primer regalo de su misericordia divina, invitándonos a superar nuestros propios miedos y dudas para abrazar la nueva vida que nos ofrece.
Luego, Jesús muestra a Tomás sus heridas, permitiéndole tocarlas, en un gesto de inmensa ternura y paciencia. A través de este acto, Jesús no solo confirma su resurrección física sino que también sale al encuentro de las necesidades específicas de fe de Tomás. Este encuentro es un poderoso testimonio de cómo la Divina Misericordia se manifiesta de manera personalizada, reconociendo nuestras luchas individuales y acercándose a nosotros en los términos que más necesitamos para creer y confiar.
La celebración de la Divina Misericordia, el primer domingo después de Pascua, se vincula profundamente con este pasaje. Nos recuerda que, al igual que Jesús se reveló a sus discípulos en medio de sus dudas, Él está siempre dispuesto a revelarse a nosotros en nuestra incredulidad, invitándonos a una relación más profunda y confiada con Él. Nos llama a reconocer y aceptar su misericordia como el fundamento de nuestra fe y nuestra vida cristiana.
Este evangelio nos enseña que la misericordia de Dios, revelada plenamente en Jesucristo resucitado, es más fuerte que nuestras dudas, miedos, y pecados. Jesús nos invita a pasar de la incredulidad a la fe, de la desesperación a la esperanza, ofreciéndonos su paz como regalo supremo de su amor misericordioso. Así, la celebración de la Divina Misericordia es una invitación a renovar nuestra fe en el poder salvífico de Jesús resucitado, a abrir nuestros corazones a su paz, y a ser testigos de su misericordia en el mundo.
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