marzo 21, 2024 in Evangelios

Evangelio del 22 de marzo del 2024

Viernes de la V semana de Cuaresma

Lectionary: 255

Primera lectura

Jer 20, 10-13

En aquel tiempo, dijo Jeremías:
“Yo oía el cuchicheo de la gente que decía:
‘Denunciemos a Jeremías,
Denunciemos al profeta del terror’.
Todos los que eran mis amigos espiaban mis pasos,
esperaban que tropezara y me cayera, diciendo:
‘Si se tropieza y se cae, lo venceremos
y podremos vengarnos de él’.

Pero el Señor, guerrero poderoso, está a mi lado;
por eso mis perseguidores caerán por tierra
y no podrán conmigo;
quedarán avergonzados de su fracaso
y su ignominia será eterna e inolvidable.

Señor de los ejércitos, que pones a prueba al justo
y conoces lo más profundo de los corazones,
haz que yo vea tu venganza contra ellos,
porque a ti he encomendado mi causa.

Canten y alaben al Señor,
porque él ha salvado la vida de su pobre
de la mano de los malvados’’.

Salmo Responsorial

Salmo 17, 2-3a. 3bc-4. 5-6. 7

R. (cf 7) Sálvame, Señor, en el peligro.
Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
el Dios que me protege y me libera.
R. Sálvame, Señor, en el peligro.
Tu eres mi refugio,
mi salvación, mi escudo, mi castillo.
Cuando invoqué al Señor de mi esperanza
al punto me libró de mi enemigo.
R. Sálvame, Señor, en el peligro.
Olas mortales me cercaban,
torrentes destructores me envolvían;
me alcanzaban las redes del abismo
y me ataban los lazos de la muerte.
R. Sálvame, Señor, en el peligro.
En el peligro invoqué al Señor,
en mi angustia le grité a mi Dios;
desde su templo, él escuchó mi voz,
y mi grito llegó a sus oídos.
R. Sálvame, Señor, en el peligro.

 

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Jn 6, 63. 68

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida.
Tú tienes palabras de vida eterna.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

 

Evangelio

Jn 10, 31-42

En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos cogieron piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: “He realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me quieren apedrear?”

Le contestaron los judíos: “No te queremos apedrear por ninguna obra buena, sino por blasfemo, porque tú, no siendo más que un hombre, pretendes ser Dios”. Jesús les replicó: “¿No está escrito en su ley: Yo les he dicho: Ustedes son dioses? Ahora bien, si ahí se llama dioses a quienes fue dirigida la palabra de Dios (y la Escritura no puede equivocarse), ¿cómo es que a mí, a quien el Padre consagró y envió al mundo, me llaman blasfemo porque he dicho: ‘Soy Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y yo en el Padre”. Trataron entonces de apoderarse de él, pero se les escapó de las manos.

Luego regresó Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado en un principio y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: “Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan decía de éste, era verdad”. Y muchos creyeron en él allí.

Reflexión

En el pasaje de Juan 10:31-42, nos encontramos en un momento crucial donde Jesús se enfrenta directamente a la incomprensión y hostilidad de sus contemporáneos. Los judíos recogen piedras para apedrearlo, no por una falta común, sino por una acusación de blasfemia: Jesús, siendo hombre, se ha hecho a sí mismo Dios. Este diálogo no solo subraya la tensión entre Jesús y las autoridades religiosas, sino que también nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la divinidad y nuestra propia receptividad hacia lo sagrado.

Jesús responde a sus acusadores con una pregunta que desafía las bases mismas de su juicio, recordándoles la ley de Dios: “¿No está escrito en vuestra ley: ‘Yo dije: sois dioses’?” Con esta cita del Salmo 82:6, Jesús no solo defiende su posición sino que también amplía nuestra comprensión de la relación entre lo divino y lo humano. La divinidad a la que él se refiere trasciende las categorías humanas, invitándonos a contemplar la posibilidad de lo divino presente en y a través de la humanidad.

El corazón de este pasaje radica en el testimonio de Jesús sobre su unidad con el Padre. Él invita a los judíos a creer en él no solo por sus palabras, sino también por sus obras, que evidencian esta profunda conexión con lo divino. Aquí, Jesús nos enseña que la verdadera fe no se basa meramente en la aceptación intelectual de ciertas verdades, sino en el reconocimiento de la presencia activa de Dios en el mundo.

La relevancia de este diálogo para nosotros hoy es innegable. Vivimos en una era marcada por la división y el escepticismo, donde la noción de lo sagrado a menudo se encuentra marginada o malinterpretada. Este pasaje nos llama a reconsiderar nuestra relación con lo divino, a ver más allá de las limitaciones impuestas por nuestras interpretaciones y prejuicios. Nos desafía a reconocer la presencia de Dios en las acciones de amor, justicia y compasión que surgen en medio de nuestra sociedad.

Además, este texto nos anima a reflexionar sobre nuestra propia identidad y misión en el mundo. Al igual que Jesús, estamos llamados a vivir en una relación íntima con lo divino, manifestando a través de nuestras vidas la luz y la verdad que provienen de esa conexión. Esto implica un compromiso activo con el bienestar de nuestra comunidad, buscando no solo nuestro propio beneficio, sino el florecimiento de todos.

Juan nos ofrece una visión transformadora de la fe y la divinidad, una que no solo reta nuestras concepciones sino que también nos invita a vivir de manera más auténtica y comprometida. En esta sociedad frecuentemente dividida por diferencias y conflictos, el mensaje de unidad y amor de Jesús resuena como un llamado a la acción, a ser instrumentos de paz y portadores de la luz divina en el mundo.




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