Evangelio del 8 de marzo del 2024
Viernes de la III semana de Cuaresma
Lectionary: 241
Primera lectura
“Israel, conviértete al Señor, Dios tuyo,
pues tu maldad te ha hecho sucumbir.
Arrepiéntanse y acérquense al Señor para decirle:
‘Perdona todas nuestras maldades,
acepta nuestro arrepentimiento sincero,
que solemnemente te prometemos.
Ya no nos salvará Asiria,
ya no confiaremos en nuestro ejército,
ni volveremos a llamar “dios nuestro”
a las obras de nuestras manos,
pues sólo en ti encuentra piedad el huérfano’.
Yo perdonaré sus infidelidades, dice el Señor;
los amaré aunque no lo merezcan,
porque mi cólera se ha apartado de ellos.
Seré para Israel como rocío;
mi pueblo florecerá como el lirio,
hundirá profundamente sus raíces, como el álamo,
y sus renuevos se propagarán;
su esplendor será como el del olivo
y tendrá la fragancia de los cedros del Líbano.
Volverán a vivir bajo mi sombra,
cultivarán los trigales y las viñas,
que serán tan famosas como las del Líbano.
Ya nada tendrá que ver Efraín con los ídolos.
Yo te he castigado, pero yo también te voy a restaurar,
pues soy como un ciprés, siempre verde,
y gracias a mí, tú das frutos.
Quien sea sabio, que comprenda estas cosas
y quien sea prudente, que las conozca.
Los mandamientos del Señor son rectos
y los justos los cumplen;
los pecadores, en cambio, tropiezan en ellos y caen”.
Salmo Responsorial
R. (cf 11 y 9a) Yo soy tu Dios, escúchame.
Oyó Israel palabras nunca oídas:
“He quitado la carga de tus hombros
y el pesado canasto de tus manos.
Clamaste en la aflicción y te libré.
R. Yo soy tu Dios, escúchame.
Te respondí, oculto entre los truenos,
y te probé en Meribá, junto a la fuente.
Escucha, pueblo mío, mi advertencia.
¡Israel, si quisieras escucharme!
R. Yo soy tu Dios, escúchame.
No tendrás otro Dios, fuera de mí.
ni adorarás a dioses extranjeros,
porque yo el Señor, soy el Dios tuyo,
que te sacó de Egipto, tu destierro.
R. Yo soy tu Dios, escúchame.
¡Ojalá que mi pueblo me escuchara
y cumpliera Israel mis mandamientos!
Comería de lo mejor de mi trigo
y yo lo saciaría con miel silvestre”.
R. Yo soy tu Dios, escúchame.
Aclamación antes del Evangelio
Conviértanse, dice el Señor,
porque ya está cerca el Reino de los cielos.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
El escriba replicó: “Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.
Jesús, viendo que había hablado muy sensatamente, le dijo: “No estás lejos del Reino de Dios”. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Reflexión
En el pasaje del Evangelio según Marcos, capítulo 12, 28 al 34, somos testigos de una enseñanza fundamental que Jesucristo ofrece no solo a sus contemporáneos sino a todos nosotros, trascendiendo los confines del tiempo y del espacio. Este fragmento de las Sagradas Escrituras nos invita a reflexionar sobre la esencia misma de nuestra fe y de nuestra relación con Dios y con el prójimo. En este diálogo, un escriba se acerca a Jesús con una pregunta que, más allá de su aparente simplicidad, encierra una profundidad insondable: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?
La respuesta de Jesús sintetiza toda la Ley y los Profetas en dos mandamientos que, en esencia, son inseparables: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Este precepto divino no solo constituye el fundamento de la moral cristiana, sino que también nos desafía a vivir de acuerdo con unos principios de amor incondicional y de entrega desinteresada hacia los demás, lo que resulta especialmente relevante en el contexto de la sociedad contemporánea, a menudo marcada por el individualismo y la fragmentación.
Al abordar este texto bíblico desde una perspectiva teológica, es fundamental reconocer que el amor al que Jesús nos llama no es un sentimiento superficial ni pasajero, sino un compromiso activo y constante que se manifiesta en acciones concretas de bondad, misericordia y justicia hacia los demás. Este amor se convierte en el criterio último de autenticidad de nuestra fe y en el motor que debe impulsar nuestras vidas hacia una mayor plenitud y santidad.
En este tiempo de Cuaresma, somos invitados a profundizar en nuestra conversión personal y comunitaria, más allá de las prácticas exteriores como el ayuno, la oración y la limosna. La Cuaresma nos llama a una renovación interior que nos permita vivir más plenamente el mandato del amor.
Así, el mensaje del evangelio de Marcos no solo es una invitación a reflexionar sobre la primacía del amor en nuestra vida espiritual y social, sino también un llamado a vivir de manera coherente con ese amor, transformando nuestras relaciones y nuestra sociedad de acuerdo con los valores del Reino de Dios. En este camino cuaresmal hacia la Pascua, que nuestro esfuerzo y nuestra oración nos lleven a una mayor cercanía con el Señor y con todos nuestros prójimos, testimoniando así la fuerza transformadora del amor divino.
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