junio 4, 2024 in Evangelios

Evangelio del 4 de junio del 2024

Martes de la IX semana del Tiempo ordinario

Lectionary: 354

Primera lectura

2 Pedro 3, 12-15. 17-18

Hermanos: Piensen con cuánta santidad y entrega deben vivir ustedes esperando y apresurando el advenimiento del día del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos.

Pero nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Por lo tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con él, sin mancha ni reproche, y consideren que la magnanimidad de Dios es nuestra salvación.

Así pues, queridos hermanos, ya están ustedes avisados; vivan en guardia para que no los arrastre el error de los malvados y pierdan su seguridad. Crezcan en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. A él la gloria, ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.

Salmo Responsorial

Salmo 89, 2. 3-4. 12-13. 14 y 16

R. (1) Tu eres, Señor, nuestro refugio.
Desde antes que surgieran las montañas,
y la tierra y el mundo apareciesen,
existes tú, Dios mío.
desde siempre por siempre. R.
R. Tu eres, Señor, nuestro refugio.
Tú haces volver a polvo a los humanos,
diciendo a los mortales que retornen.
Mil años son para ti como un día,
que ya pasó; como una breve noche. R.
R. Tu eres, Señor, nuestro refugio.
Setenta son los años que vivimos;
llegar a los ochenta es más bien raro;
pena y trabajo son los más de ellos,
como suspiro pasan y pasamos. R.
R. Tu eres, Señor, nuestro refugio.
Llénanos de tu amor por la mañana
y júbilo será la vida toda.
Haz, Señor, que tus siervos y sus hijos
puedan mirar tus obras y tu gloria. R.
R. Tu eres, Señor, nuestro refugio.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Ef 1, 17-18

R. Aleluya, aleluya.
Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo
ilumine nuestras mentes,
para que podamos comprender cuál es la esperanza
que nos da su llamamiento.
R. Aleluya.

Evangelio

Mc 12, 13-17

En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes, para hacerle una pregunta capciosa. Se acercaron, pues, a él y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad el camino de Dios. ¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos?”

Jesús, notando su hipocresía, les dijo: “¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea”. Se la trajeron y él les preguntó: “¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?” Le contestaron: “Del César”. Entonces les respondió Jesús: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y los dejó admirados.

Reflexión

En el pasaje de Marcos 12, 13-17, nos pone a pensar en nuestras vidas, a menudo nos enfrentamos a dilemas donde las respuestas no siempre son claras. Uno de esos dilemas es cómo equilibrar nuestras responsabilidades cívicas y espirituales. Jesús, en su respuesta sobre dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, nos ofrece una lección poderosa sobre prioridades y valores.

En nuestro día a día, esto puede reflejarse en cómo manejamos nuestras obligaciones en el trabajo, en el colegio, en la familia, en nuestra comunidad. Por ejemplo, pagar impuestos o cumplir con las normas sociales son aspectos de nuestras responsabilidades cívicas. A veces, podemos sentirnos frustrados por estas obligaciones, pero Jesús nos recuerda que cumplir con estos compromisos es parte de vivir en comunidad y en armonía con los demás.

Sin embargo, también nos llama a reflexionar sobre lo que pertenece a Dios. Esto va más allá de lo material y se refiere a nuestros valores, nuestro tiempo y nuestra lealtad. ¿Estamos dedicando suficiente tiempo a nutrir nuestra fe y a cuidar de nuestra relación con Dios? ¿Cómo estamos usando nuestros talentos y recursos para servir a los demás y hacer el bien?

En la práctica, esto podría significar encontrar un equilibrio entre nuestras responsabilidades cotidianas y nuestro crecimiento espiritual. Podríamos dedicar tiempo a la oración, a la meditación o a actividades que fortalezcan nuestra fe y nos permitan contribuir positivamente a nuestra comunidad.

Hoy, pensemos en cómo podemos vivir esta enseñanza en nuestras actividades diarias. Mientras cumplimos con nuestras obligaciones cívicas, recordemos también nutrir nuestra relación con Dios y mantener nuestros valores espirituales en el centro de nuestras vidas. Al hacerlo, no solo seremos ciudadanos responsables, sino también personas que viven con propósito y en armonía con su fe.




Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Al navegar por este sitio web, aceptas nuestras políticas de privacidad.
Acepto