mayo 19, 2024 in Evangelios, Uncategorized

Evangelio del 20 de mayo del 2024

Memoria de la Bienaventurada Virgen María
Madre de la Iglesia

Lectionary: 572A

Primera Lectura

Gén 3, 9-15. 20

Después de que el hombre y la mujer comieron del fruto del árbol prohibido, el Señor Dios llamó al hombre y le preguntó, “¿Dónde estás?” Éste le respondió, “Oí tus pasos en el jardín; y tuve miedo, porque estoy desnudo, y me escondí”. Entonces le dijo Dios, “¿Y quién te ha dicho que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?”

Respondió Adán: “La mujer que me diste por compañera me ofreció del fruto del árbol y comí”. El Señor Dios dijo a la mujer: “¿Por qué has hecho esto?” Repuso la mujer: “La serpiente me engañó y comí.” Entonces dijo el Señor Dios a la serpiente:
“Porque has hecho esto,
serás maldita entre todos los animales
y entre todas las bestias salvajes.
Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás polvo
todos los días de tu vida.
Pondré enemistad entre ti y la mujer,
entre tu descendencia y la suya;
y su descendencia te aplastará la cabeza,
mientras tú tratarás de morder su talón”.

El hombre le puso a su mujer el nombre de “Eva”, porque ella fue la madre de todos los vivientes.

O bien:

Hch 1, 12-14

Después de la ascensión de Jesús a los cielos, los apóstoles regresaron a Jerusalén desde el monte de los Olivos, que dista de la ciudad lo que se permite caminar en sábado. Cuando llegaron a la ciudad, subieron al piso alto de la casa donde se alojaban, Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago (el hijo de Alfeo), Simón el Cananeo y Judas, el hijo de Santiago. Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con María, la madre de Jesús, con los parientes de Jesús y algunas mujeres.

Salmo Responsorial

Salmo 87 (86), 1-2. 3 y 5. 6-7

R. (3) ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!
Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.
R. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!
¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios!
Se dirá de Sión: “Uno por uno,
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado”.
R. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!
El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
“Éste ha nacido allí”.
Y cantarán mientras danzan:
“Todas mis fuentes están en ti”.
R. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

Aclamación antes del Evangelio

R.  Aleluya, aleluya.
¡Oh, dichosa Virgen, que diste a luz al Señor,
oh, dichosa Madre de la Iglesia,
que avivas en nosotros
el Espíritu de tu Hijo Jesucristo!
R.  Aleluya.

Evangelio

Jn 19, 25-34

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre,  la hermana de su madre, María la de Cleofás,  y María Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería,  Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”. Y desde entonces el discípulo se la llevó a vivir con él. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término,  para que se cumpliera la Escritura, dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo  y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo:  “Todo está cumplido”,  e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Entonces, los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua,  para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado,  porque aquel sábado era un día muy solemne,  pidieron a Pilato que les quebraran las piernas  y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno  y luego al otro de los que habían sido crucificados con Jesús. Pero al llegar a él, viendo que ya había muerto,  no le quebraron las piernas,  sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza  e inmediatamente salió sangre y agua.

Reflexión

Hoy celebramos la memoria de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, resaltando el papel fundamental de María en la comunidad cristiana. Al pie de la cruz, Jesús encomienda a su madre el cuidado del discípulo amado, estableciendo así a María como madre espiritual de todos los creyentes. Esta relación especial simboliza su maternidad extendida a toda la Iglesia, protegiendo y guiando a los fieles con su amor maternal y su intercesión constante.

María, como Madre de la Iglesia, representa el modelo perfecto de discipulado y fidelidad a Dios. Su “sí” incondicional a la voluntad divina la convierte en un ejemplo a seguir para todos los cristianos. Su presencia materna y su intercesión continua ofrecen consuelo y esperanza a la comunidad eclesial, invitándonos a confiar en su protección y a imitar su obediencia y entrega total al plan de salvación de Dios. Celebrar esta memoria es reconocer la importancia de su papel y renovar nuestra devoción a ella, buscando su guía en nuestro caminar de fe.

 

En el evangelio de Juan 19, 25-34, se nos presenta uno de los momentos más conmovedores y significativos de la pasión de Jesús. Al pie de la cruz, se encuentran María, su madre, y el discípulo amado, junto con otras mujeres. Este cuadro revela la profundidad del sufrimiento de Jesús y su amor inquebrantable hacia la humanidad.

La presencia de María al pie de la cruz nos muestra su fortaleza y su fe inquebrantable. Ella comparte el sufrimiento de su hijo, convirtiéndose en un modelo de compasión y entrega total a la voluntad de Dios. Al dirigirse a su madre y al discípulo amado, Jesús  expresa su cuidado por ellos en esos momentos finales,  también establece un nuevo vínculo entre ellos, simbolizando la formación de una nueva comunidad de fe basada en el amor y el cuidado mutuo.

Cuando Jesús pronuncia “Tengo sed”, no solo manifiesta su sufrimiento físico, sino también su profundo deseo de cumplir la voluntad del Padre hasta el final. La oferta de vinagre, seguida de sus palabras “Todo está cumplido”, subraya la culminación de su misión redentora. Su sacrificio es completo y definitivo, revelando la plenitud de su amor por la humanidad.

La lanza que atraviesa el costado de Jesús, de donde brotan sangre y agua, tiene un profundo simbolismo teológico. La sangre representa la Eucaristía, el sacrificio de Cristo que alimenta a los fieles, mientras que el agua simboliza el bautismo, que purifica y da nueva vida. Estos signos nos recuerdan que, a través de los sacramentos, participamos en la vida nueva que Jesús nos ofrece.

Este pasaje del evangelio nos invita a contemplar el inmenso amor de Jesús y su entrega total por nuestra salvación. Nos llama a vivir en una comunidad de fe, siguiendo el ejemplo de María y del discípulo amado, y a participar plenamente en los sacramentos, que nos fortalecen y nos unen más profundamente a Cristo.




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