abril 16, 2024 in Evangelios

Evangelio del 17 de abril del 2024

Miércoles de la III semana de Pascua

Lectionary: 275

Primera lectura

Hch 8, 1-8
El mismo día de la muerte de Esteban, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén, y todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y por Samaria.

Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Entre tanto, Saulo hacía estragos en la Iglesia: entraba en las casas para llevarse a hombres y mujeres y meterlos en la cárcel.

Los que se habían dispersado, al pasar de un lugar a otro, iban difundiendo el Evangelio. Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba ahí a Cristo. La multitud escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los milagros que hacía y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos, lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados quedaban curados. Esto despertó gran alegría en aquella ciudad.

Salmo Responsorial

Salmo 65, 1-3a. 4-5. 6-7a

R. (1) Los obras del Señor son admirables. Aleluya.
Que aclame al Señor toda la tierra.
Celebremos su gloria y su poder,
cantemos un himno de alabanza,
digamos al Señor: “Tu obra es admirable”.
R. Los obras del Señor son admirables. Aleluya.
Que se postre ante ti la tierra entera,
y celebre con cánticos tu nombre.
Admiremos las obras del Señor,
los prodigios que ha hecho por los hombres.
R. Los obras del Señor son admirables. Aleluya.
El transformó el mar Rojo en tierra firme
y los hizo cruzar el Jordán a pie enjuto.
Llenémonos por eso de gozo y gratitud:
el Señor es eterno y poderoso.
R. Los obras del Señor son admirables. Aleluya.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr Jn 6, 40
R. Aleluya, aleluya.
El que cree en mí tiene vida eterna, dice el Señor,
y yo lo resucitaré en el último día.
R. Aleluya.

Evangelio

Jn 6, 35-40
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. Pero como ya les he dicho: me han visto y no creen. Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día”.

Reflexión

Reflexionar sobre Juan 6:35-40 nos lleva a profundizar en uno de los mensajes más consoladores y esperanzadores que Jesús ofreció a sus seguidores. En este pasaje, Jesús se presenta como “el pan de vida”, afirmando que quien acuda a él nunca padecerá hambre, y quien crea en él nunca sufrirá de sed. Este simbolismo del pan no solo nos remite a la necesidad física básica de alimentarnos, sino que también señala el alimento espiritual que Jesús ofrece para saciar la búsqueda interna de significado y propósito en nuestras vidas.

En un mundo donde las distracciones son constantes y la satisfacción inmediata a menudo se busca en placeres efímeros o en el consumo material, la promesa de Jesús ofrece una alternativa radical. Nos recuerda que nuestras almas requieren sustento que no se encuentra en bienes terrenales. La eternidad y la transcendencia cobran vida a través de su palabra y su presencia, un recurso inagotable para quienes se sienten vacíos a pesar de tener “todo”.

El pasaje también nos habla del deseo profundo de Jesús de que ninguno de los que el Padre le ha dado se pierda, sino que sean resucitados en el último día. Este es un mensaje de inclusión y esperanza, una llamada a reconocer que nuestra valoración y nuestro destino no están marcados por el éxito terrenal, sino por la relación que cultivamos con lo divino.

En una sociedad que a menudo valora a las personas por su utilidad, eficiencia o éxito, este mensaje es contracultural. Nos desafía a mirar más allá de las etiquetas y los logros para encontrar valor en cada ser humano, sabiendo que cada persona es digna de amor y salvación. La garantía de resurrección que Jesús ofrece trasciende cualquier barrera que el mundo moderno erige, ofreciendo una visión de redención que es tanto universal como profundamente personal.

Este pasaje es, por tanto, un llamado a reevaluar nuestras prioridades y a encontrar en Jesús una fuente de vida que nunca se agota. Nos invita a una transformación personal y comunitaria que abarca tanto lo espiritual como lo cotidiano, recordándonos que la verdadera vida, aquella que trasciende el tiempo y el espacio, se encuentra en seguir sus enseñanzas y en vivir a la luz de su amor eterno.




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