Evangelio del 24 de febrero del 2024
Sábado de la I semana de Cuaresma
Lectionary: 229
Primera lectura
Hoy has oído al Señor declarar que él será tu Dios, pero sólo si tú caminas por sus sendas, guardas sus leyes, mandatos y decretos, y escuchas su voz.
Hoy el Señor te ha oído declarar que tú serás el pueblo de su propiedad, como él te lo ha prometido, pero sólo si guardas sus mandamientos. Por eso él te elevará en gloria, renombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho y tú serás un pueblo consagrado al Señor, tu Dios, como él te lo ha prometido”.
Salmo Responsorial
Dichoso el hombre de conducta intachable,
que cumple la ley del Señor.
Dichoso el que es fiel a sus enseñanzas
y lo busca de todo corazón.
R. Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.
Tú, Señor, has dado tus preceptos
para que se observen exactamente.
Ojalá que mis pasos se encaminen
al cumplimiento de tus mandamientos.
R. Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.
Te alabaré con sincero corazón,
cuando haya aprendido tus justos mandamientos.
Quiero cumplir tu ley exactamente.
Tú, Señor, no me abandones.
R. Dichoso el que cumple la voluntad del Señor.
Aclamación antes del Evangelio
Este es el tiempo favorable,
este es el día de la salvación.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Evangelio
Porque, si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Sean, pues, perfectos como su Padre celestial es perfecto”.
En Mateo 5, 43-48, nos encontramos en el clímax del Sermón de la Montaña, donde Jesús invierte radicalmente las nociones convencionales de amor y enemistad. Este segmento del discurso amplía la comprensión del mandato de amor, extendiéndose incluso hacia aquellos considerados adversarios. La exhortación “Amad a vuestros enemigos y orad por quienes os persiguen” constituye uno de los pilares de la ética cristiana, desafiando a los seguidores de Cristo a manifestar una bondad que trasciende las barreras de la reciprocidad y el favoritismo.
El pasaje destaca por presentar el amor incondicional como la esencia misma de Dios, quien “hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos”. Al llamarnos a amar a nuestros enemigos, Jesús no solo propone un ideal ético elevado sino que invita a sus discípulos a participar en la naturaleza divina, reflejando la universalidad y la imparcialidad del amor de Dios. Este amor, que abarca a todos sin distinción, es lo que verdaderamente distingue al pueblo del Reino de los cielos de las prácticas comunes de amor condicional y selectivo.
Este mandamiento representó una ruptura significativa con las tradiciones judías contemporáneas a Jesús, que a menudo interpretaban la ley del amor dentro de los límites del propio grupo étnico o religioso. Al extender este amor incluso a los enemigos, Jesús establece una nueva medida de justicia y santidad, una que supera la justicia de los escribas y fariseos y desafía las divisiones y hostilidades arraigadas en la sociedad de su tiempo.
En el contexto actual, este llamado al amor universal cobra una relevancia particular en un mundo fragmentado por conflictos, divisiones ideológicas, y discriminación. La enseñanza de Jesús nos impulsa a mirar más allá de nuestras diferencias y a reconocer la dignidad inherente de cada persona, incluso de aquellos con quienes estamos en desacuerdo. En una época caracterizada por el auge de la polarización y el aislamiento social, el evangelio nos invita a construir puentes de entendimiento y compasión, promoviendo una cultura de diálogo y reconciliación.
Este pasaje, por tanto, nos hace examinar la autenticidad de nuestro amor y a cuestionarnos si nuestras acciones reflejan verdaderamente el amor desinteresado y abarcador de Dios. La perfección a la que Jesús nos llama no es una meta inalcanzable, sino un horizonte hacia el cual avanzar constantemente, esforzándonos por vivir en armonía con la voluntad divina de amor y misericordia. En este esfuerzo por amar como Dios ama, encontramos la verdadera identidad como hijos e hijas del Altísimo, llamados a ser luz en las tinieblas, sembradores de esperanza y paz en un mundo necesitado de redención.
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