febrero 3, 2024 in Evangelios

Lecturas del 4 de febrero del 2024

V Domingo Ordinario

Lectionary: 74

Primera lectura

Jb 7, 1-4. 6-7
En aquel día, Job tomó la palabra y dijo:
“La vida del hombre en la tierra es visa de soldado
y sus días, como días de un jornalero.
Como el esclavo suspira en vano por la sombra
y el jornalero se queda aguardando su salario,
así me han tocado en suerte meses de infortunio
y se me han asignado noches de dolor.
Al acostarme, pienso: ‘¿Cuándo será de día?’
La noche se alarga y me canso de dar vueltas
hasta que amanece.Mis días corren más aprisa que una lanzadera
y se consumen sin esperanza.
Recuerda, Señor, que mi vida es un soplo.
Mis ojos no volverán a ver la dicha”.

Salmo Responsorial

Salmo 146,1-2. 3-4. 5-6

R. (cf. 3a) Alabemos al Señor, nuestro Dios.
Alabemos al Señor, nuestro Dios,
porque es hermoso y justo el alabarlo.
El Señor ha reconstruido a Jerusalén,
y a los dispersos de Israel los ha reunido.
R. Alabemos al Señor, nuestro Dios.
El Señor sana los corazones quebrantados,
y venda las heridas;
tiende su mano a los humildes
y humilla hasta el polvo a los malvados.
R. Alabemos al Señor, nuestro Dios.
El puede contar el número de estrellas
y llama a cada una por su nombre.
Grande es nuestro Dios, todos lo puede;
su sabiduría no tiene límites.
R. Alabemos al Señor, nuestro Dios.

Segunda Lectura

1 Cor 9, 16-19. 22-23

Hermanos: No tengo por qué presumir de predicar el Evangelio, puesto que ésa es mi obligación. ¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por propia iniciativa, merecería recompensa; pero si no, es que se me ha confiado una misión. Entonces, ¿en qué consiste mi recompensa? Consiste en predicar el Evangelio gratis, renunciando al derecho que tengo a vivir de la predicación.

Aunque no estoy sujeto a nadie, me he convertido en esclavo de todos, para ganarlos a todos. Con los débiles me hice débil, para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos, a fin de ganarlos a todos. Todo lo hago por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.

Aclamación antes del Evangelio

Mt 8, 17
R. Aleluya, aleluya.
Cristo hizo suyas nuestras debilidades
y cargó con nuestros dolores.
R. Aleluya.

Evangelio

Mc 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús. Él se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles.

Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero no dejó que los demonios hablaran, porque sabían quién era él.

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: “Todos te andan buscando”. Él les dijo: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”. Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios.

Reflexión

En el pasaje evangélico de Marcos 1, 29 al 39, nos encontramos con un relato lleno de acción y movimiento que revela la intensidad del ministerio inicial de Jesús. Tras salir de la sinagoga, Él visita la casa de Simón y Andrés, donde sana a la suegra de Simón, quien estaba postrada en cama con fiebre. Inmediatamente después de ser sanada, ella comienza a servirles, mostrando la respuesta natural del ser humano ante el toque sanador de Dios: servir en agradecimiento y amor. A medida que se pone el sol, la noticia del poder sanador de Jesús se difunde, y toda la ciudad se congrega a la puerta, trayendo a todos los que estaban enfermos o poseídos por demonios. Jesús atiende a las multitudes, sanando muchas enfermedades y expulsando muchos demonios.

Este episodio destaca la compasión y la autoridad de Jesús sobre toda dolencia y opresión. No obstante, uno de los aspectos más notables de este relato es lo que sucede al día siguiente. Muy de madrugada, mientras aún está oscuro, Jesús se retira a un lugar solitario para orar. Este momento de retiro y comunión con el Padre es esencial para entender la fuente de su poder y su enfoque en la misión.

En el contexto actual, este pasaje nos habla profundamente sobre la importancia de equilibrar nuestro deseo de servir a los demás con la necesidad de nutrir nuestra vida interior a través de la oración y la reflexión. En una sociedad que valora la eficacia, la productividad y la acción, la práctica de Jesús de buscar momentos de soledad para la oración se presenta como un recordatorio vital de que nuestro hacer debe fluir de nuestro ser.

La sanación de la suegra de Simón también nos invita a reflexionar sobre la respuesta que damos al experimentar la presencia transformadora de Dios en nuestras vidas. La acción de servir, que sigue a su sanación, simboliza la llamada a responder a la gracia de Dios con servicio y amor hacia los demás, reconociendo que cada acto de bondad y servicio es, a su vez, un acto de adoración y gratitud hacia el Creador.

Además, la interacción de Jesús con las multitudes que buscan sanación resalta una realidad humana perenne: la búsqueda de alivio y esperanza ante el sufrimiento y la aflicción. Este mundo marcado por el dolor, la enfermedad y la desesperación, la compasión de Jesús nos desafía a ser portadores de esperanza y sanación, no solo a través de nuestras palabras, sino a través de nuestras acciones concretas.

Finalmente, la decisión de Jesús de continuar su ministerio en otras aldeas, a pesar de la gran demanda en un solo lugar, señala la universalidad de su misión y el llamado a llevar la Buena Nueva a todos los rincones del mundo. Nos recuerda que la misión cristiana no conoce de fronteras y que estamos llamados a ser misioneros en todas las esferas de la vida.

Este pasaje, por tanto, nos invita a un equilibrio dinámico entre acción y contemplación, servicio y oración, mostrándonos que la verdadera eficacia en nuestro ministerio y en nuestra vida proviene de una relación profunda y constante con Dios, fuente última de nuestra fuerza y nuestra inspiración.




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