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noviembre 19, 2023 in Evangelios

Lecturas del 25 de noviembre del 2023

Primera lectura

1 Mc 6, 1-13

Cuando recorría las regiones altas de Persia, el rey Antíoco se enteró de que había una ciudad llamada Elimaida, famosa por sus riquezas de oro y plata. En su riquísimo templo se guardaban los yelmos de oro, las corazas y las armas dejadas ahí por Alejandro, hijo de Filipo y rey de Macedonia, que fue el primero que reinó sobre los griegos.

Antíoco se dirigió a Elimaida, con intención de apoderarse de la ciudad y de saquearla. Pero no lo consiguió, porque al conocer sus propósitos, los habitantes le opusieron resistencia y tuvo que salir huyendo y marcharse de ahí con gran tristeza, para volverse a Babilonia.

Todavía se hallaba en Persia, cuando llegó un mensajero que le anunció la derrota de las tropas enviadas a la tierra de Judá. Lisias, que había ido al frente de un poderoso ejército, había sido derrotado por los judíos. Estos se habían fortalecido con las armas, las tropas y el botín capturado al enemigo. Además, habían destruido el altar pagano levantado por él sobre el altar de Jerusalén. Habían vuelto a construir una muralla alta en torno al santuario y a la ciudad de Bet-Sur.

Ante tales noticias, el rey se impresionó y se quedó consternado, a tal grado, que cayó en cama, enfermo de tristeza, por no haberle salido las cosas como él había querido. Permaneció ahí muchos días, cada vez más triste y pensando que se iba a morir. Entonces mandó llamar a todos sus amigos y les dijo: “El sueño ha huido de mis ojos y me siento abrumado de preocupación. Y me pregunto: ‘¿Por qué estoy tan afligido ahora y tan agobiado por la tristeza, si me sentía tan feliz y amado, cuando era poderoso? Pero ahora me doy cuenta del daño que hice en Jerusalén, cuando me llevé los objetos de oro y plata que en ella había, y mandé exterminar sin motivo a los habitantes de Judea. Reconozco que por esta causa me han sobrevenido estas desgracias y que muero en tierra extraña, lleno de tristeza’ “.

Salmo Responsorial

Salmo 9, 2-3. 4 y 6. 16b y 19
R. (cf 16a) Cantemos al Señor, nuestro salvador.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
y proclamaré todas tus maravillas;
me alegro y me regocijo contigo
y toco en tu honor, Altísimo.
R. Cantemos al Señor, nuestro salvador.
Porque mis enemigos retrocedieron,
cayeron y perecieron ante ti.
Reprendiste a los pueblos, destruiste al malvado
y borraste para siempre su recuerdo.
R. Cantemos al Señor, nuestro salvador.
Los pueblos se han hundido en la tumba que hicieron,
su pie quedó atrapado en la red que escondieron.
Tú, Señor, jamás olvidas al pobre
y la esperanza del humilde jamás perecerá.
R. Cantemos al Señor, nuestro salvador.

Aclamación antes del Evangelio

Cfr 2 Tim 1, 10
R. Aleluya, aleluya.
Jesucristo, nuestro salvador, ha vencido la muerte
y ha hecho resplandecer la vida por medio del Evangelio.
R. Aleluya.

Evangelio

Lc 20, 27-40

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano. Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”

Jesús les dijo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado.

Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven”.

Entonces, unos escribas le dijeron: “Maestro, has hablado bien”. Y a partir de ese momento ya no se atrevieron a preguntarle nada.

Reflexión

Hoy, Lucas nos muestra un momento profundamente emotivo y significativo en la vida de Jesús: su llanto por Jerusalén. Esta escena revela no solo la compasión y la humanidad de Jesús, sino también un mensaje poderoso sobre la importancia de reconocer y aprovechar las oportunidades de salvación y paz que se nos presentan.

Cuando Jesús se aproxima a Jerusalén y observa la ciudad, su reacción es de profundo pesar y tristeza. Su llanto es un reflejo de su amor y preocupación por sus habitantes, quienes, a pesar de estar a punto de recibir al Mesías, están ciegos a su presencia y su mensaje. Las palabras de Jesús, “¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz!”, expresan un deseo sincero de que la gente de Jerusalén reconociera el camino hacia la verdadera paz que él les ofrece.

La predicción de Jesús sobre el sitio y la destrucción de Jerusalén es una advertencia sobre las consecuencias de ignorar las oportunidades de salvación. Su declaración, “porque no aprovechaste la oportunidad que Dios te daba”, subraya la trágica realidad de perder la gracia ofrecida por Dios. Este pasaje es un recordatorio sombrío de que hay momentos críticos en nuestras vidas en los que debemos estar atentos y receptivos a la presencia y la guía divinas.

Esta reflexión sobre el lamento de Jesús por Jerusalén es especialmente pertinente hoy en día. Vivimos en una época en la que las distracciones y el ruido constante pueden hacernos perder de vista lo que es verdaderamente importante. El mensaje de Jesús nos insta a estar conscientes de las oportunidades que Dios nos ofrece para la transformación personal y la renovación espiritual.

Además, la capacidad de Jesús para sentir y expresar emociones profundas como el llanto nos enseña sobre la empatía y la comprensión. Nos muestra que el dolor y la preocupación por el bienestar de los demás son aspectos fundamentales de nuestra humanidad y de nuestra espiritualidad.

En resumen, las lágrimas de Jesús por Jerusalén nos hablan de la importancia de la comprensión, la receptividad y la acción en nuestra vida espiritual. Nos recuerdan aprovechar cada momento y cada oportunidad que se nos presenta para crecer en fe y acercarnos más a la verdadera paz que solo se encuentra en la relación con Dios. Dentro de un marco donde las oportunidades pueden pasar desapercibidas, el llamado es a mantener nuestros corazones y mentes abiertos a la guía divina, abrazando la salvación y la paz que se nos ofrece.




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